La oposición de Martin Lutero a los anabaptistas

En 1527, dos años después del nacimiento del movimiento anabaptista en Suiza, la gente ya se preguntaba su secreto. Su interrogante (con mentes que apenas estaban saliendo del oscurantismo) los llevó a sospechar algo mágico. En alguna parte en el valle del río Inn, entre las montañas nevadas de Austria, empezó a circular una extraña historia. La gente decía que los anabaptistas tenían un contenedor mágico, un pequeño vaso, lleno de un líquido del cual ni el mismo diablo tenia pista de lo que fuese. Decían que los anabaptistas obligaban a sus convertidos a beber de ese vaso. Un pequeño sorbo de su contenido era suficiente para traer a cualquiera bajo su poder. Sólo un sorbo y la persona se volvía alguien de mente seria e incapaz de hacer lo que antes hacía. Ninguna cantidad de dinero y nada de lo que la vida tenía para ofrecer podía traerlo de vuelta a lo que era antes. Una vez que una persona tomaba de este líquido, moriría antes que abandonar sus creencias extrañas.

Leonardo Schiemer, en prisión, antes de su decapitación en Rattenberg en el Inn, se tomó el tiempo para contestar esta insensata historia en 1527:

Bien, ustedes, multitud impía, déjenme decirles cómo es esto. Digamos que tienen la razón. Digamos que es verdad que todos debemos beber de un pequeño vaso, y que, como ustedes dicen, es verdad que ni el mismo diablo sabe lo que está contenido en ese vaso. Si ustedes tampoco lo saben, ustedes también son diablos… pero si quieren saber, ¡les voy a revelar las proporciones del líquido secreto!

Como Caifás, hablan la verdad sin conocerla. Dicen que cualquiera que toma un trago de este vaso es permanentemente cambia- do. ¡Que verdad! Porque el liquido en el vaso sencillamente consta de un corazón muerto, molido, frotado, pulido, quebrantado, y pulverizado en el mortero y con el pistilo en la cruz… y es el líquido que nuestro querido Hermano y Amigo, Cristo Jesús, bebió–mezclado con vinagre y hiel.

El vaso es la copa que Él ofreció a los hijos de Zebedeo. Es la que Él bebió en el huerto. Es la que le causó sudar hasta que sudaba gotas de sangre, y hasta temblar y caer en debilidad, tanto que los Ángeles tenían que ministrarlo para levantarle. Verdaderamente el líquido en sí mismo es un líquido tan amargo ¡que uno no puede beberlo sin que sus prójimos noten que ha sido totalmente cambiado! Cualquiera que bebe un sorbo de este vaso se vuelve alguien dispuesto a abandonar todo lo que tiene… porque el Espíritu de Cristo lo enseña y le revela cosas que ningún hombre puede expresar y que no pueden escribirse sobre papel. Nadie sabe cuáles son esas cosas, salvo aquellos a quienes les han sido reveladas…1 Un corazón contrito y una comunión con Cristo–Leonard Schiemer contestó a esa necia historia en una manera verdaderamente anabaptista.

Los anabaptistas seguían a Cristo. Era tan sencillo que la gente no podía comprenderlo. Era tan fácil de explicar que parecía misterioso.

Los Anabaptistas llamados por Cristo

Cuando el Nuevo Testamento cayó en sus manos en el siglo dieciséis, muchos alemanes “ingenuamente” lo tomaron como la palabra absoluta y final. Cuando oían el llamado de Cristo a sus discípulos, “Sígueme,” ellos pensaron que a ellos les concernía. Cuando oían los mandamientos de Cristo “Al que te hiera en una mejilla, vuélvele también la otra,” “Al que te pida, dale,” “Vended todo lo que poseéis y dad limosna,” etc. eso es exactamente lo que ellos hicieron. Creyeron que Cristo es Dios en carne humana, enseñándoles cómo vivir, y que Dios esperaba que vivieran exactamente de esa manera. Creyeron que ser un discípulo de Cristo significaba sencillamente estudiar sus enseñanzas, ponerlas en la práctica, y vivir y sufrir las consecuencias (la cruz) de seguirlo. Jamás se les ocurrió que al seguir a Cristo (llevando su cruz) los llevaría a otro lugar más que la muerte.

Miguel Schneider, encarcelado en el castillo de Passau, en Baviera, escribió: Escúchenme, todos los pueblos de la tierra. Escúchenme, jóvenes, ancianos, grandes y pequeños. Si quieren ser salvos, necesitan abandonar el pecado, seguir a Cristo el Señor, y vivir de acuerdo con su voluntad. Cristo Jesús vino aquí a la tierra para enseñar a los hombres el camino correcto por donde han de ir, para enseñarles a volverse del pecado, para seguirlo. El dijo: “Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida, nadie viene al Padre, sino por Mí.” El que anhela Gemeinschaft (comunión o comunidad) con Cristo y que quiere tener parte en su reino, necesita hacer lo que Cristo hizo mientras estaba en esta tierra. El que quiere reinar con Cristo, debe primeramente estar dispuesto a sufrir por causa de su Nombre. El hombre que muera con Cristo en esta vida entrará con Él en el reino de su Padre, en gozo eterno. Pero el hombre que no sigue a Cristo no será redimido por la Sangre de Cristo y sus pecados jamás le serán perdonados. Aquellos que han tenidos sus pecados perdonados, no deben vivir más en el pecado. Esto es lo que Jesucristo, nuestro Señor, nos enseña. Aquellos que vuelven a caer al pecado, rompen su pacto con Dios. Mayor pena y sufrimiento serán suyos–y se perderán para siempre. No todos los que dicen “Señor, Señor” entrarán al reino. Sólo aquellos que guardan su pacto serán aceptados por Él. El que confiesa a Cristo ante el mundo y se para por la verdad hasta el final, será salvo. Ayúdanos, oh, Dios, nuestro Señor, a esto, a que permanezcamos en Cristo–que siempre andemos según sus enseñanzas y no pequemos más, y que seamos una honra a su Nombre, ahora y para siempre… ¡y hasta la eternidad! Amen.2

Comunión con Cristo

Seguir a Cristo, para los anabaptistas, incluía aún mas que el obedecer sus mandamientos. Era aún más que confesarlo públicamente, o estar dispuesto a morir por El. Era conocer a Cristo, y vivir como los primeros discípulos, en comunión o comunidad o participación o compañerismo pleno con Él.

Las palabras de Pablo en Filipenses 3:10 establecían distintivamente la meta de los anabaptistas: “a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a El en su muerte” La palabra griega ????????, traducida como “comunión” al ingles y “participación” al español en este versículo, siempre se tradujo al alemán como “gemeinschaft.” Para los anabaptistas, esta hermosa palabra significaba tanto la comunión o compañerismo espiritual, como la comunidad o participación de bienes también. Es la palabra usada en Hechos 2:44 y 4:32, para “todas las cosas en común” (alle Dinge gemein… es war ihnen alles gemein.) Es la palabra que hallaron en 1ª Juan 1:7:”… pero si andamos en luz, como El esta en luz, tenemos comunión (gemeinschaft) unos con otros, y la Sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.” Es la palabra que ellos usaban en vez de “Iglesia”3 Y finalmente, es la palabra que encontraron en el credo de los apóstoles en “la comunión de los santos.” Acerca de esta declaración, Pedro Rideman escribió en cadenas desde su mazmorra en el castillo de Wolkersdorf, en Hesse, en 1540:

Llegamos a tener parte en la gracia de Cristo a través de la fe, como dice Pablo: “habit[e] Cristo en vuestros corazones por la fe.” Tal fe viene de oír el evangelio. Cuando oímos cuidadosamente al evangelio y nos conformamos a él, llegamos a tener parte en la comunión con Cristo, como puede verse en las palabras de Juan: “lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo,” quien nos ha dado todas las cosas que El oyó y recibió de su Padre (1ª Juan 1:3)

Comunión o comunidad es sencillamente el tener todas las cosas en común con aquellos con los que estamos internamente ligados. Es no guardar nada para nosotros mismos, sino compartir lo que tenemos con otros–como el Padre no guarda nada para sí mismo, sino que comparte todo lo que tiene con el Hijo, y como el Hijo no guarda nada para sí mismo, sino que comparte todo lo que tiene con el Padre y con aquellos en comunidad con El. Aquellos que están en comunidad con Cristo siguen su ejemplo y no guardan nada para sí mismos. Tienen todas las cosas en común con su Maestro, y con aquellos que pertenecen a su comunidad, para que sean uno en el Hijo, como el Hijo es uno con el Padre (Juan 16:13-15) Esto es llamado la “comunidad de los santos” (en el credo de los apóstoles) porque tenemos en común las cosas santas: las cosas por medio de las cuales somos hechos santos en el Padre y en el Hijo. El Hijo nos hace santos a través de lo que nos da. De esta manera, todo sirve para el beneficio y la edificación mutua, y para la alabanza y la gloria de Dios.4

La comunión con Cristo, al igual que la comunión terrenal entre los hombres, sólo viene pagando un costo increíble y por medio de una lucha continua. Pero es un don de Dios. Debemos pelear por ella una y otra vez. Pero es el único camino a la paz. Para los anabaptistas, la comunión con Cristo era digna de ser tenida a expensas de esposa, hijos, o padres... Era digna del terror de la huida y de la tortura. La gloria de la comunión o comunidad con Cristo, la “gemeinschaft de compartir sus padecimientos” iluminaba, bañaba de luz el calabozo mas profundo. Brillaba con un resplandor de otro mundo por encima de las llamas del Scheiterhaufen (la pila de leña donde los condenados eran quemados en la estaca.) Era la luz que veían que abría los cielos y les permitía ver allí mismo, casi al alcance inmediato, el gozo inefable e inenarrable de la comunión eterna en el cielo nuevo y la nueva tierra donde mora la justicia.

La comunión con Cristo, para los anabaptistas, era la promesa del reino de los cielos. Un anabaptista alemán del sur escribió a mitad de los 1500s:

Oh, Dios Padre, que estás en el trono de los cielos, has preparado para nosotros una corona si permanecemos en tu Hijo, si sufrimos con Él la cruz y el dolor, si nos rendimos a Él en esta vida, y si luchamos continuamente por entrar en su comunidad. Tú nos dices lo que necesitamos saber, a través de tu Hijo, si es que tenemos comunidad (o comunión) con El…

Tú diste a tu Amado Hijo para que sea nuestra Cabeza. Él nos ha marcado el camino que debemos tomar, no sea que perdamos el camino y nos hallemos fuera de esta comunidad… Por lo tanto cristianos, pequeña manada, miremos juntos cómo Él caminó antes que nosotros aquí en la tierra. Guardemos nuestro pacto con Él y no nos abstengamos de comer su carne y su sangre.

Su sangre y su carne, el alimento que Él nos da, debe ser entendido así: al comer su carne y su sangre, el Espíritu nos trae en comunidad con Él… Dios nos redime junto con Cristo. Él nos ministra a través de su Hijo. Su hijo es la Roca y la Piedra Angular Principal de la casa de su comunidad– su esposa, su compañera y su amor, a través de quien Él trabaja en la tierra…

¡Por lo tanto vengan! ¡Vengan cristianos recién nacidos de nuevo! ¡Vengan en sinceridad a Cristo, el Cordero Pascual, cuyo reino y comunidad jamás tendrá fin!5

Cristo, el enfoque de sus oraciones

Los anabaptistas, en espíritu muy alejado de los “cristos” de madera, las cruces, y de la adoración de María y de los santos, oraban libremente a Cristo. Alejados de la “ortodoxia” de los reformadores protestantes (quienes ofrecían alabanzas formales al “Dios Todopoderoso, Señor del Sabaoth”), ellos sencillamente oraban a Dios el Padre o a Cristo, su Hermano, o a ambos al mismo tiempo, sabiendo que en el espíritu sus oraciones eran oídas.

Sin esta comunicación directa con Cristo, los anabaptistas no hubieran podido seguirlo. Estando sometidos a la tortura, o en su camino al Scheiterhaufen (la pila de leña donde los condenados eran quemados en la estaca), los anabaptistas, como Esteban, clamaban a Cristo en su aflicción. Vivian en absoluta confianza en las palabras de Cristo: “Venid a Mí… El que a Mí viene, no le echo fuera… Nadie viene al Padre sino por Mí”

“¡Oh, Cristo, ayuda a tu pueblo!” clamó Miguel Sattler antes de que le cortaran la lengua y lo quemaran en la estaca en 1527. “Oh, Señor Cristo del cielo, ¡te alabo por quitar mi tristeza y mi dolor!” clamó feliz Manz antes de que lo echaran al río Limmat en Zúrich, en 1526.

“Huye a la montaña de refugio: ¡Cristo Jesús!” escribió Menno Simons. “Encomienden sus acontecimientos a Aquel que los ha escogido para ser su preciosa novia, sus hijos, y los miembros de su cuerpo.”6

El Señor Jesús no era una figura teológica difusa ni un personaje lejano o inalcanzable. Era su Amigo, su Hermano, su Héroe y el enfoque de su mayor admiración. Un anabaptista anónimo escribió a principios de los 1500s:

¡Mira a Cristo el Caballero Amigable! ¡Mira al Capitán! La batalla, cuando llegas a este lugar, es recia. Los enemigos– el mundo, la carne, el pecado, el diablo, y la muerte– te rodean. ¡Pero salta al lado de tu Capitán! ¡Él matará a tus enemigos! Te ayudará en todas tus aflicciones. ¡Mantente con tu bandera! ¡No dejes que te alejen de tu Capitán, Jesucristo! Si quieres la corona y la gloria, si quieres triunfar con Él, debes sufrir y morir con Él también. Aprehendieron y golpearon a nuestro Capitán. De la misma manera, nos maltratan a nosotros, sus seguidores. La hora de aflicción ha llegado sobre toda la tierra. Nos cazan. En casi cada país tratan de atraparnos porque nos paramos por Cristo. Ellos tratan de impedir que Cristo nos ayude, obstruyendo todos los caminos hasta que nos tienen. Luego el estrangulamiento y el apuñalamiento, la violencia espantosa comienza. Pero Nuestro Capitán… ¡romperá el poder del enemigo, y permanecerá con su pequeña manada!

Todos vosotros amados caballeros de Dios, ¡Sed fuertes! ¡Sed varoniles en la lucha! Esta tormenta espantosa no será muy larga. ¡Paraos y estad firmes rápidamente! ¡Pa- raos fieles hasta la muerte! No permitáis que os vuelvan atrás. Hombres y mujeres, ¡confíen en Dios!7

Una imagen de Cristo

Poco a poco, de su “comunidad con Cristo” (Filipenses 3:10), una figura de Cristo comenzó a tomar forma en el movimiento anabaptista. Wolfgang Brandhuber, un siervo de la Palabra entre los anabaptistas del sur de Alemania y Austria, escribió en los 1520s:

El que teme a Dios mantiene sus ojos siempre, siempre, en Dios, caminando cuidadosamente porque sabe que la victoria al fin, no es suya, sino de Dios. Él no confía en su propia carne, sino que mira a Otro: el Creador de la creación. Este hombre permanece constantemente en el temor de Dios, como Job, temiendo las obras de Dios y prestando muy poca atención a sí mismo. Él no se considera lo que parece ser. Él se considera indigno y se sienta en el último lugar en la fiesta de bodas. El que teme a Dios ve la luz y con ella evalúa todos sus pensamientos, palabras y acciones. Esa Luz verdadera es Cristo, cuya vida es la voluntad de Dios. En verdadera humanidad Cristo Jesús nos mostró lo que debemos hacer, para que nadie tenga excusa en el día último. Nuestros pensamientos por dentro y nuestras acciones por fuera– toda nuestra vida debe volverse una imagen de Cristo, quien dijo: “Yo y el Padre uno somos.”8

Poco después de escribir esta carta, Wolfgang Brandhuber murió con otros setenta que fueron sentenciados a muerte por “fuego, agua y espada” en Linz, Austria, 1529.

El Cristo el Ejemplo de los Anabaptistas

Los discípulos de Cristo siguen su ejemplo en todas las cosas. Hacer esto es la manera de “aprender a Cristo” (Efesios 4:20.) Antes de ser decapitado, Leonardo Shiemer escribió: La gente educada (preparada) de este mundo comienza erróneamente por el final. Atan el caballo al final de la carreta. Amarían recibir la verdad de Cristo en instituciones prestigiadas de aprendizaje, pero esto es como ir con el orfebre y decirle que me enseñe su oficio sin molestarme en ir a su taller, o como un hombres que quiere aprender como hacer zapatos solo leyendo un libro.9

Aprender haciendo es la manera de aprender a Cristo. Suena muy fácil: “Haz lo que Cristo haría.” Pero no es fácil. Es “andar por fe, no por vista.”

Hans Shlaffer era un sacerdote católico en las montañas de la parte norte de Austria. Pero él siguió a Cristo y se volvió un siervo anabaptista de la Palabra. En una fría tarde, el 5 de Diciembre de 1527, mientras que hacía un viaje de la parte alta del río Inn a su hogar en las montañas en el invierno, él asistió a una reunión anabaptista en el valle de Schwatz. La policía lo atrapó y lo encerraron en el cercano castillo de Frundersberg. Allí, la noche antes de ser decapitado, escribió una carta muy larga “dirigida a Dios.” En la carta (que contiene enseñanzas para los sobrevivientes) escribió: Oh, Dios, iluminados por tu bondad, hemos entendido la palabra fe en el contexto de acciones. El que tiene fe en Cristo se entrega y se rinde a Ti y a Tu voluntad. Se niega a sí mismo, toma su cruz y sigue a Cristo, su Maestro, su Señor, y su Cabeza… incluso hasta la muerte. Él dice con Pablo: “ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí.” y “el que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él.” Oh, Padre que estás en los cielos, el que vive en Cristo Tu Hijo y sufre y muere con Él, se levantará en gloria para estar en su reino para siempre. Así es como hemos entendido el santo evangelio. Así es como entendemos a Cristo y a sus enseñanzas, y así es como entendemos la palabra fe, que nunca antes habíamos entendido así.10

Cristo, la Cabeza del cuerpo

La figura de Pablo de Cristo y la Iglesia como un cuerpo y una Cabeza (Cristo) del cuerpo, para los anabaptistas tenía un solo significado: el cuerpo debe seguir a la cabeza. Si Cristo, la Cabeza, sufrió, el cuerpo, también debe sufrir con Él. Ambrosio Spittelmayr, torturado en el castillo de Ansbach antes de ser decapitado al sur de Alemania escribió en 1527:

Todos los que son uno con Cristo a través de su divina Palabra son miembros de su cuerpo: esto es, son sus manos, sus pies, y sus ojos… Jesucristo es un verdadero hombre en la carne. Él es la cabeza del cuerpo y es a través de Él que los miembros son gobernados. 11

Ambrosio siguió hablando acerca de la “comunión (participación) del sufrimiento” del cuerpo con la cabeza, pero otra vez citaré a Hans Shlaffer, el ex sacerdote, quien escribió antes de su ejecución: Oh, mi Dios, ¿cómo me irá en la hora de mi gran necesidad? Echo mis preocupaciones, mi terror, y mi aflicción en Ti. Siempre has sido mi ayuda poderosa. Seguramente no te alejarás de mí en la hora de mi mayor debilidad… Estoy seguro de que me otorgarás, en la hora de la muerte de mi cuerpo, ¡vida eterna!

Has decretado que el Cristo entero, la cabeza con los miembros de su cuerpo, sufran… los miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos, que han venido a ser una sola carne con Él. Este es un gran misterio en Cristo y en su comunidad.

Ahora, puesto que Cristo, la cabeza, vivió en carne humana (pero sin pecado) Él necesitaba sufrir y morir, y aquellos que han venido a ser miembros de su cuerpo no pueden sino sólo ir junto con la cabeza. 12

Verdadera rendición

Siguiendo a Cristo, los anabaptistas, especialmente los de Europa central, hablaban acerca de Gelassenheit (un “soltar y rendir todo aquello a lo que uno se aferra”) por Cristo. Hans Haffner, de una comunidad de creyentes en Moravia escribió un folleto mientras que estaba en la mazmorra del castillo de Passau, Baviera, en los 1530s, titulado “Acerca del verdadero soldado de Jesucristo.”13 En él, hablaba así acerca de la rendición: Ahora escuchemos lo que es la rendición: es dejar ir o soltar todas las cosas por causa de Dios… y volverse a Dios para que Él nos guíe. Jesucristo lo explicó llamándolo aborrecimiento: “El que no aborrece padre, madre, etc. y no renuncia a todo lo que posee, no es digno de Mí” La verdadera rendición es hacer morir (poner a muerte a) la carne y ser nacidos otra vez. El mundo entero quiere tener a Cristo, pero lo pasan de largo. No lo hallan porque lo quieren tener solamente como un Don, un Dador de gracia, y un Mediador, lo cual Él ciertamente es, pero no lo quieren tener de una manera sufriente.

El mismo Cristo que dice: “Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados, y Yo os haré descansar” también dice “El que no abandona padre y madre no puede ser mi discípulo.” El que ama la verdad debe aceptar tanto lo uno como lo otro. El que quiere tener a Cristo tiene que tenerlo en el camino del sufrimiento. Es necedad decir: “Creemos que Cristo nos ha redimido, pero no queremos vivir como Él vivió.”

La verdadera rendición incluye dos cosas: 1. sufrir la persecución, y 2. Vencernos a nosotros mismos. Cuando nos golpeen en una mejilla, debemos poner la otra… En segundo lugar, debemos ser alejados de los caminos de nuestra naturaleza humana, como un bebé necesita ser destetado del seno de su madre. Debemos estar dispuestos a abandonar y aborrecer esposa e hijos, padre y madre, tierras y propiedades… y sí, aún nuestras propias vidas y aún lo que Dios nos ha dado… por causa de Cristo.14

¿Tontos o locos?

Cuatro siglos después de que Hans Haffner escribió este folleto, yo hablé acerca de la economía del cristiano en una iglesia menonita. Leí lo que Jesús dijo acerca del tema e impliqué que debíamos de obedecerlo. Tan pronto como terminó el servicio, el ministro de la congregación se me acercó para preguntarme qué había querido decir. Yo le dije que no quise decir nada sino lo que Jesús dijo. El replicó: “Bueno, yo no he estudiado mucho el tema, pero estoy seguro de que debe haber otras Escrituras que le den un poco más de balance a esto.”

Balancear a Cristo– ¡que tarea tan difícil! ¡Especialmente para un ministro que “no había estudiado mucho el tema”!

Leonardo Shiemer, Wolfgang Brandhuber, o Hans Haffner, a ninguno de ellos se le hubiera ocurrido que Cristo necesitaba “ser balanceado.” Los anabaptistas no se preguntaban lo que Cristo quiso decir. Sencillamente lo seguían y la gente los tildó de fanáticos. El joven mensajero anabaptista, Claus Felbinger, escribió en cadenas desde la mazmorra del castillo de Landshut en Baviera, poco antes de ser decapitado el 19 de julio de 1560:

El mundo se ha vuelto un desierto, hundido en el pecado, y conoce poco o nada acerca de Dios. Y ahora la misma enseñanza del evangelio se ha vuelto una enseñanza nueva y herética, un engaño en los ojos del mundo. Tan pronto como Dios levanta un mensajero de salvación… uno que les proclame la verdadera Palabra de Dios y les muestre el camino correcto por donde deben ir, rehúsan creerle y piensan que es tonto o que está loco. Cualquiera lleno del Espíritu Santo es considerado estúpido o insensato.

Fueron los protestantes, no los anabaptistas, quienes estudiaban el Nuevo Testamento para descubrir “qué quiso decir Jesús.” Fueron los protestantes, no los anabaptistas, quienes llegaron a un “lugar de reposo” y a una posición “balanceada” y “razonable (racional)” en asuntos escritúrales. Fueron los protestantes, no los anabaptistas, quienes conocieron su teología, soteriología, eclesiología, y escatología. Y ciertamente, los protestantes inspiraron y capacitaron líderes también.

Martín Lutero

Siendo un muchacho de dieciséis años luchando con un potro para desatarlo de su apretada correa, me quebré un pie. Por varias semanas estuve en cama y un vecino de una conferencia menonita me trajo varios libros de su biblioteca de su iglesia, para que leye- ra. Uno de ellos era un libro acerca de Martín Lutero llamado Un monje con armadura.

La historia de la conversión de Martín Lutero me llegó al corazón. Su convicción y su celo por la verdad me inspiraron, como pocas cosas lo han hecho, en mi vida cristiana. Esta es parte de la historia en sus propias palabras:

Sin importar cuán irreprochablemente vivía como monje, me sentía ser un pecador en la presencia de Dios. Mi conciencia me molestaba demasiado. No podía creer que agradaba a Dios con las cosas que hacía para ganarme su favor. No amaba a Dios ni a su justicia. De hecho, lo odiaba–si no con una blasfemia abierta, por lo menos con gigantescas murmuraciones en mi corazón. Estaba indignado con Él, pensando que encima de condenarnos a nosotros, los miserables pecadores, a la destrucción eterna a través del pecado original y oprimirnos con toda clase de calamidades a través de la ley y de los diez mandamientos, Él había añadido tristeza sobre tristeza al darnos el evangelio (imposible de obedecer) a través del cual su Ira finalmente caería sobre nosotros.

De esta manera luché feroz y desesperadamente con mi conciencia, mientras seguía abriendo las epístolas de Pablo, consumido de un deseo de saber lo que quiso decir… Entonces, al fin, empecé a entender la justicia de Dios. Empecé a ver que el hombre vive por el don de Dios, que es por fe. Empecé a entender que la justicia de Dios revelada en los evangelios debe ser tomada en una manera pasiva, y que Dios justifica a los hombres, no por obras, sino por fe, como está escrito: “El justo por la fe vivirá.” Cuando entendí esto, me sentí nacido de nuevo y sentí haber entrado por las puertas abiertas del paraíso mismo.16

Martín Lutero halló descanso para su conciencia–no en Cristo, sino en Pablo, no en los evangelios, sino en “la sana doctrina.” Cuando yo tenía diez años su gran himno De los altos cielos vengo a vosotros. Os traigo salvación y la doctrina de gracia. Sana doctrina os traigo en gran cantidad, y de ella os contaré cantando… causó una profunda impresión en mi. En mi niñez era mi himno favorito. Pero en los años subsecuentes, poco a poco, empecé a ver en dónde fue que Lutero y los anabaptistas tomaron caminos separados.

Martín Lutero , una posición balanceada

En la Dieta de Augsburgo el 25 de Junio de 1539, los gobernantes y líderes de la iglesia de la Alemania protestante se reunieron para definir la Confesión de Fe de Augsburgo (“la única con autoridad y en muchas maneras la más significativa” de la iglesia luterana)

17 Entre sus posiciones “balanceadas” y “racionales” basadas en las escrituras, la confesión declara: Se enseña entre nosotros que todos los gobiernos del mundo y todas las reglas y leyes fueron instituidas y ordenadas por Dios por causa del orden, y que los cristianos pueden, sin pecar, ocupar cargos de oficio civil, o servir como príncipes y jueces, tomar decisiones y sentenciar de acuerdo con las leyes imperiales y de otra índole existentes, castigar a los hacedores de mal con la espada, involucrarse en la guerra, servir como soldados, comprar y vender, tomar los juramentos requeridos, poseer propiedades, casarse, etc.

Aquí están condenados los anabaptistas, quienes enseñan que ninguna de las cosas indicadas anteriormente es cristiana. También condenados aquí están los que enseñan que la perfección cristiana requiere de abandonar el hogar y la casa, la esposa y los hijos, y la renuncia a tales acti- vidades mencionadas anteriormente. Realmente, la perfección verdadera consiste solamente de un temor de Dios y fe verdadera en Dios, porque el evangelio no enseña un modo de existencia externo y temporal, sino interno y eterno, y una justicia de corazón.

Después de otras cinco condenaciones en contra de los “anabaptistas, donatistas y novacianos,” la Confesión de Augsburgo (traducida y adaptada para el uso actual de las iglesias anglicanas y metodistas) fue firmada por Juan, Duque de Sajonia; Jorge, margrave de Brandemburgo; Ernesto, Duque de Lunenburgo; Felipe, tierragrave de Hesse; Juan Federico, Duque de Sajonia; Francisco, Duque de Lunenburgo; Wolfgang, príncipe de Anhalt; el mayor y el concilio de Nuremberg; y el mayor y el concilio de Reutlingen. Pero los anabaptistas no les prestaron atención. Ellos seguían a Cristo.

En el lejano sur, en la Suiza protestante, Ulrico Zwinglio y Juan Calvino también se preguntaban cómo tratar con “la pestilencia anabaptista.” En una carta a Vadián (el cuñado de Conrado Grebel) Zwinglio dijo: “Mi lucha contra la antigua iglesia (el catolicismo) fue un juego de niños en comparación con mi lucha contra los anabaptistas.” Juan Calvino, en su Breve instrucción para armar a aquellos de la fe sana en contra de los errores de los anabaptistas, escribió: Estos miserables fanáticos no tienen otra meta más que poner todo en desorden… Se descubren ser los enemigos de Dios y de la raza humana… Si no es correcto para un cristiano el ir ante la ley contra ninguno para arreglar agravios relacionados con posesiones, herencias, y otros asuntos, entonces pregunto a estos buenos maestros,

¡¿Qué será de este mundo?!18 Los anabaptistas no le contestaron a Juan Calvino con otro tratado. Le contestaron con sus vidas.

Los Protestantes

Para los protestantes, la Biblia era el manifiesto y un fin en sí misma. Una vez que llegaban a un acuerdo acerca de cómo interpretarla “correctamente” la reverenciaban y la trataban con devoción galante. La predicaban y perseguían y peleaban poderosas batallas en defensa de la Biblia y de sus doctrinas. Para los anabaptistas, la Biblia era sencillamente el Libro que los llevó a Cristo.

Los protestantes hallaron la “llave” para interpretar la Biblia en los escritos de Pablo. Los anabaptistas la hallaron en Cristo y en su Sermón del Monte. Los protestantes veían en Pablo a un gran teólogo, expositor de las doctrinas de la gracia y de la fe. Los anabaptistas veían en Pablo a un hombre que abandonó todo para volverse “un loco por causa de Cristo.” Hallaron comunión con él en su muerte como mártir.

Los protestantes vivían para obedecer a las autoridades. Hablaban mucho acerca de “las autoridades puestas por Dios” y tenían en alta estima a los príncipes y ministros de las congregaciones. Los anabaptistas vivian para obedecer a Cristo. Los protestantes trabajaban en masa y esperaban hasta que “todos estuvieran listos” para cambiar prácticas religiosas. Los anabaptistas hacían, inmediatamente y en su primera oportunidad, lo que creían que Cristo quería que hicieran. Si nadie caminaba con ellos, lo hacían solos.

Los protestantes seguían un curso lógico. Teólogos, príncipes, y maestros, planeaban qué hacer de una manera que tuviera sentido. Los anabaptistas seguían a Cristo sin hacer planes. Eso no tenia sentido. Pero era el secreto de su gran fuerza. Y fue lo que los llevó…

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