La convicción de Miguel Sattler y Hans Denk

Acurrucada en los hombros norteños de los Alpes Swabianos, yace la antigua ciudad de Schwabisch-Gmund. Los romanos conocían este lugar. Su iglesia de San Juan data de 1230, y su catedral de la santa cruz ya era vieja en 1528, cuando un hombre extraño vino al pueblo.

Este hombre joven, Martín Zehentmayer, venia de Baviera y era un artista. Por lo menos había sido un artista que había aprendido a pintar en la ciudad de Augsburgo. Allí–se decía–se había unido a una secta fanática y había sido expulsado. Ahora estaba en Schwabisch- Gmund.

Ninguna de las personas respetables del pueblo tenía algo que ver con él. Pero Martín dio a conocer su presencia allí. Siendo un poeta que escribía cantos, iba de casa en casa llamando a la gente a seguir a Cristo. Los jóvenes se interesaron mucho en él. Su sinceridad los impresionó profundamente y lo que él decía atravesó la bochornosa formalidad de la sociedad de Schwabisch-Gmund hasta llegar al anhelo más profundo de sus corazones: un anhelo de paz con Dios en comunidad fraternal. Antes de que la gente del pueblo se diera cuenta de lo que estaba pasando, Martín ya había bautizado cerca de cien personas y estaba celebrando la santa cena secretamente en sus hogares.

Lo aprehendieron una noche de invierno de febrero de 1529, en una reunión secreta–en el mismo acto de “engañar” a la gente joven, sencilla y pobre del pueblo. Junto con él, tomaron a otros cuarenta, incluidas diecinueve jovencitas y mujeres. A muchos de ellos se les dejó ir por causa de su “inocencia”, pero a Martín y a los más denodados entre ellos, los mantuvieron con pan y agua en la prisión de la torre de la ciudad hasta el fin de año.

La gente de la ciudad que había asistido a las reuniones hizo todo lo que pudo para permanecer en contacto con los prisioneros. Algunas mujeres y niños treparon por la muralla de la ciudad para alcanzar la torre y hablar con ellos. Les leían a los prisioneros y cantaban juntos. Pero esto cesó cuando los guardias los descubrieron y prohibieron más contacto.

Torturaron a Martín en el potro, acusándolo de inmoralidad sexual. Pero él no tenia nada que confesar más que su deseo de vivir con Cristo y su convicción (ridícula para las autoridades) de tener todas las posesiones en común con sus hermanos. El 4 de diciembre de 1528 trajeron a los siete “obstinados” de sus celdas y los juzgaron públicamente para el beneficio del pueblo. Entre esos siete estaba una mujer y el joven hijo del molinero.

Los siete prisioneros continuaron con su “terquedad” por lo que el concilio los acusó de herejía y los sentenció a muerte. Tres días después los llevaron encadenados de la prisión a un campo congelado afuera de la ciudad. Un contingente de la Liga de Swabia (bajo el alcalde Berthold Aichele) los rodeaba. Nobles, señores, y jueces los seguían a caballo, y la gente del pueblo, una gran multitud veníaa detrás. El toque de los tambores dificultaba tanto el hablar como el ser escuchado.

En el campo, los soldados formaron un círculo, con los convictos, los guardias, y dos verdugos al centro. Entonces, ¡qué era esto! El más joven de los siete, el hijo del molinero, estaba gritando algo. Su voz se podía entender y se oía claramente a pesar del sonido de los tambores: “¡Vuélvanse de sus pecados! ¡Vuélvanse a Dios! ¡No hay otro camino al cielo más que a través del Señor Jesucristo quien murió por nosotros en la cruz!”.

Algunas mujeres de la multitud gritaron de vuelta:” ¡Mantén tu animo joven! ¡Sé fuerte!” Pero esto era mucho para uno de los nobles montados. No podía aguantar ver al joven asesinado. Con permiso, cabalgó hacia el cadalso para hablar con el joven. “Hijo mío,” dijo él, “Vuélvete del error en el que estás y corrige las cosas. ¡No pierdas tu joven vida! ¿Qué piensas que recibirás por esto? Te llevaré a casa y te tendré conmigo. Te daré una herencia permanente como a mi propio hijo y veré por tus necesidades. Tendrás muchas cosas buenas. ¡Ven ahora! ¡Ven y serás mi hijo!”. Pero el joven le respondió:”Dios no quiere que yo haga eso. ¿Escogería una vida mundana y abandonaría a Dios? Haría mal en tomar tal decisión, y no lo haré. Su riqueza no le puede ayudar ni a usted ni a mí. Escojo las mayores riquezas por perseverar hasta el fin. Rendiré mi espíritu a Dios y me encomendaré a Cristo para que este amargo sufrimiento de la cruz no sea en vano para mí.” Decapitaron a los siete en el campo congelado. Era el 7 de diciembre de 1528 y gran temor vino sobre la gente. Algunos dijeron que vieron luces por encima de la plaza del pueblo y que oyeron cantos de Ángeles en esa noche. Sólo para estar seguros, el concilio de la ciudad mantuvo a los soldados de la Liga de Swabia trabajando las 24 horas para vigilar todo.

¿Convictos o convencidos?

¿Quién estaba convencido y quién fue convicto en Schwabisch- Gmund? La corte de la ciudad dejó convictos (condenados) a los siete prisioneros y los sentenciaron a muerte. ¿Pero realmente murieron por causa de esa convicción (condena)? No. Murieron porque sus corazones habían sido tocados con una convicción infinitamente más alta–la convicción de que estaban haciendo lo correcto al seguir a Cristo sin importar el costo.

Seguros internamente de que seguir a Cristo era lo correcto, nada podía hacer sentir culpables a los anabaptistas. Seguían a Cristo en el bautismo, en el partimiento del pan, en el poner la otra mejilla, en una economía totalmente diferente, en cada área de Su vida y Sus enseñanzas, incluso hasta el sufrimiento y la muerte, sin que jamás se les ocurriera que estaban equivocados. La gente que los mataba podía percibir esto, y se atemorizaba. Sentían que contra tal convicción–convicción que escoge la pena capital antes que una herencia riquísima de parte de la nobleza–ninguna tradición, ninguna ley, ni la familia, ni el emperador, ni la espada, ni el papa, ni ninguna iglesia podían luchar, porque es una convicción que produce anabaptistas.

El primer mártir de los Anabaptistas

Para los anabaptistas, el primer mártir no era Esteban, sino Cristo, y era fácil para ellos ver sus mismas vidas como paralelos– paralelos humanos imperfectos–de la Suya.1 Jesucristo rechazó la vida cómoda, la gloria terrenal, y todos los reinos de este mundo. Soportó a su familia, a los líderes religiosos de su día, y al gobierno del imperio romano de ese tiempo. Caminó sin vacilar a una muerte horrible y espantosa (a pesar de que doce legiones de Ángeles pudieron haberlo salvado) porque sentía en su corazón la tranquila seguridad y convicción de que estaba haciendo lo correcto.

Los anabaptistas, al seguirlo, fueron tocados con la misma seguridad. Y de allí fue sólo un pequeño paso el llamar a los líderes religiosos “multitud de Caifás” y a sus oficiales de gobierno “los hijos de Pilato.” 2 Y también fue un pequeño paso el dibujar el paralelo final entre ellos y Cristo con una muerte de mártir. Los anabaptistas veían a Cristo como Alguien que hizo lo correcto aun cuando toda alma sobre la faz de la tierra lo abandonó. Y en esa “soledad de Cristo” donde toda persona tiene que tomar su cruz para seguirlo, hallaron comunión con Él. Así llegaron “a conocerle y el poder de su resurrección, y la participación [comunión o comunidad] de sus padecimientos, llegando a ser semejante[s] a Él en su muerte,” y así esperaban llegar, con Él, “a la resurrección de entre los muertos.” (Filipenses 3:10)

1 El Martyrs Mirror (Espejo de anabaptistas), publicado primeramente por los anabaptistas holandeses, comienza con la narración de “Jesucristo, el Hijo de Dios, crucificado en Jerusalén.” El tercer Himno del Ausbund empieza aun más atrás, con los profetas antiguos testamentarios y con Juan el Bautista. 2 La Aelteste Chronik usa estos términos de manera especial, pero también aparecen en el Ausbund, el Espejo de anabaptistas, y otras partes.

Siguiendo al Mártir Jesucristo, los anabaptistas, escogieron con Él en la Edad Oscura, el camino de la Cruz que lleva a la vida y la luz eternas.

¿Qué causó la oscuridad a la Edad Oscura?

Los primeros cristianos, hasta el tiempo de Ulfilas, siguieron a Cristo. Pero la luz se fue cuando empezaron a tener temor de hacer lo correcto aunque nadie fuera con ellas (como Ulfilas, quien estaba solo entre los bárbaros.)

Temerosos de hacer lo correcto si “el grupo entero” no estaba apoyándolos detrás, los primeros cristianos dejaron de ser un movimiento de creyentes convencidos y se volvieron un cuerpo religioso organizado. Dejaron de ser “rebeldes,” “fanáticos,” y “los que trastornan el mundo entero” para volverse una parte respetada de la sociedad. El mundo dejó de temerles. Con ello, dejó de odiarlos, y la era de persecución se fue.

Dentro de la iglesia, la convicción murió al tomar su lugar la “sumisión”, y “las autoridades puestas por Dios” hallaron necesario el decirles a todos qué hacer y qué creer. La voz de la iglesia tomó el lugar de la voz de una conciencia dirigida por Cristo, y la “Europa cristiana” permaneció por miles de años en oscuridad, ignorancia, esclavitud, y temor.

Ideas de los “infieles”

La iglesia de La Edad Oscura trató de controlar todo lo que hacía la gente de Europa. Peor aún, trató de controlar lo que la gente pensaba. La iglesia había tratado de convencer a todos de que era más importante someterse que pensar. La gente ya no se atrevía a pensar. De hecho, después de mil años, casi todos se habían olvidado de cómo pensar, hasta que empezaron a pasar cosas extrañas. El papa, para mantener unida a la iglesia, convocó en el nombre del Señor “cruzadas cristianas.” Ya sin estar unida por amor ni por principios, la iglesia buscó unidad en el odio común contra los musulmanes que habían tomado el Medio Oriente y el norte de Afrecha, y estaban empujando desde todas partes e invadiendo Europa misma. Los “infieles” habían inundado la España “cristiana” y ahora amenazaban con tomar incluso el pueblo español donde se decía que yacían los huesos del apóstol Santiago.3 En los 1400s, el papa y los gobernantes católicos de España finalmente expulsaron a los musulmanes. Pero en esa conquista, los ejércitos “cristianos” de Europa (involuntariamente, como los alemanes mil años antes) trajeron junto con el botín, su propia destrucción. Esta vez no era un joven de Capadocia, sino una colección de libros judíos y musulmanes. Estos libros eran traducciones del griego, y, después de la invención de la imprenta en los 1450s, dejaron un nuevo influjo de ideas sobre Europa. Estas ideas emocionantes dieron origen a una nueva fe en el hombre y una nueva esperanza en su futuro–el movimiento llamado humanismo. Los humanistas, después de mil anos de oscuridad, una vez mas se atrevieron a “pensar por sí mismos.” Incluso se atrevieron a cuestionar las tradiciones de la iglesia, y al hacer eso, sentaron las bases para la reforma protestante en Alemania, Holanda y Suiza, Esto los llevó a mayores descubrimientos…

Mas allá del humanismo

Al igual que los papas y obispos de la Edad Oscura, los reformadores protestantes no sabían nada sino fundar iglesias sobre el principio de la sumisión a las autoridades ordenadas por Dios. Pero hicieron esto con una autoridad mucho más impresionante que la iglesia católica. La única referencia de autoridad de la iglesia católica era su continuidad–su “sucesión apostólica.” Los reformadores tenían algo mucho mejor. Su referencia a su autoridad era la “sana doctrina” (sola fide o “sólo por la fe”) y la Biblia misma (sola scriptura) Contra tal iglesia, una iglesia “Bíblica,” ¿Quién se atrevería a rebelarse?

Johannes (Hans o Juan) Denck se atrevió. 3 Compostela, al noroeste de España (Galicia), un gran sitio de peregrinaje en la Europa medieval.

Siendo estudiante de la universidad de Ingolstadt en Baviera, Hans Denck no parecía ser un rebelde. Era “alto, amigable y de conducta modesta.” 4 También era inteligente. Un profesor lo describió como “superior a su edad y alguien que luce mayor de lo que realmente es.”5 Ingresó a la universidad a los diecisiete años y se graduó dos años después con un grado de Bachiller, con gran fluidez en latín, hebreo y griego. En su primer trabajo, emprendió la edición de un diccionario griego de tres volúmenes.

A los 23 años de edad, Hans Denck aceptó la posición de rector en la escuela Sankt Sebald de Núremberg, Baviera. Se casó con una señorita de la ciudad y les nacieron un bebé. Pero todo estaba mal.

En lo profundo de su corazón, Hans (quien había aprendido a “pensar por sí mismo” en la universidad) sabía que su pensar no estaba llegando a ningún lado. Como los otros protestantes “iluminados” a quienes él conocía, él no tenía victoria sobre el pecado en su vida privada. Se sentía culpable y desilusionado. “¡Seguramente tiene que haber algo más en la vida que esto!” se decía a sé mismo. “¿Pero qué?”

Hans no era el único en hacerse esta pregunta. Alrededor de él, la gente se estaba ya quejando de la “farsa protestante.” Algunos estaban de hecho volviendo a la iglesia católica. Entonces Hans encontró la respuesta en el llamado de Cristo: “¡Sígueme!” Y eso cambió su vida.

Hans tomó como su lema: “Nadie puede verdaderamente conocer a Cristo a menos que lo siga diariamente en la vida,” y empezó inmediatamente a seguirlo de la mejor manera que pudo. Eso causó problemas. La facultad y el consejo de la escuela de Sankt Sebald se enfurecieron. Sus suegros le dijeron que tuviera cuidado. Pero Hans hizo lo que creía que era lo correcto, aun cuando lo citaron en la corte.

4 De Sabbata, una historia cultural y eclesiástica por Johannes Kessler, escrita en Sankt Gallen, Suiza, a mediados de los 1500s. 5 Joacim Von Watt (Vadian), el experto reformado de Sankt Gallen.

La ciudad de Núremberg demandó una explicación por su “conducta extraña” Hans contestó escribiendo:

Confieso que soy una pobre alma, sujeta a toda debilidad de cuerpo y espíritu. Por algún tiempo yo pensaba que tenia fe, pero he venido e ver que era una falsa fe. Era una fe que ni podía vencer mi pobreza espiritual, mis inclinaciones al pecado, mi debilidad, y mi enfermedad. En vez de eso, entre más me pulía y me adornaba por fuera (con mi supuesta fe), peor se volvía mi enfermedad por dentro… Ahora veo claramente que no puedo continuar con esta incredulidad ante Dios, así que digo: ¡Sí, Señor! En el Nombre del Todopoderoso Dios a quien temo desde lo más profundo de mi corazón, quiero creer. ¡Ayúdame a creer!6

La corte, a pesar de su humilde testimonio, decidió que Hans no podía quedarse en Núremberg. El 21 de enero de 1525, en invierno, lo expulsaron de la ciudad con órdenes de no volver ni a diez millas de radio de ella, so pena de muerte, por el resto de su vida. Confiscaron su propiedad para mantener a su esposa y a sus hijos quienes se quedaron atrás, y se halló en el camino, entre las montañas de los bosques llenos de nieve del sur de Alemania, con nada sino sólo su ropa en su espalda– ¡y con la convicción interna de que estaba haciendo lo correcto!

Gozo en la rendición

Para el tiempo en que salió de Núremberg, Hans Denck ya había rechazado su educación humanista que le había enseñado a “pensar por sí mismo.” La paz interna, ahora sabía él, no se encuentra en pensar por uno mismo, sino en pensar como Cristo y seguirlo, sin importar si lo tenía que hacer él sólo. Una vez que comprendió esto, Hans entró, junto con el movimiento anabaptista, en comunión con el Mártir Jesucristo. Y en esto, descubrió con ellos, gozo de someterse a “Cristo en nosotros, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27.)

En prisión, antes de ser decapitado en Rattenberg, en el Inn, Leonardo Schiemer escribió en 1527:

Hay tres dones de Dios. El primero es la Palabra dada a nosotros por el Padre. Es la Ley, la luz de Dios dentro de nosotros. Esta luz de Dios dentro de nosotros nos muestra lo que es pecado, pero no todos hacen uso de ella. El segundo don es Cristo, la justicia de Dios. La primera luz (la luz de Dios en nosotros) es nuestra guía a esta segunda luz, que es Cristo. Pero hay sólo una manera de obtener esta segunda luz. Es a través del horno derretido de la verdadera rendición (Gelassenheit)… El tercer don es el don del gozo. Es la promesa del Espíritu Santo y la gloria de Dios. La vida del mundo comienza en felicidad, pero termina en tristeza. La vida del que teme a Dios tiene un comienzo doloroso; después, el Espíritu Santo viene a ungirlo con un gozo inenarrable.7 Como Hans Denck y Leonardo Schiemer, los anabaptistas hallaron a Cristo, la “Luz verdadera que alumbra a todo hombre y vino a este mundo” (Juan 1:9), y al gran gozo que viene como resultado de una rendición total a Él.

Como una novia bien dispuesta

Los anabaptistas enseñaban que Dios nos da a todos la libertad de pensar y creer lo que nosotros queramos. Pero también Dios, enseñaban ellos, nos convence a todos cuando pecamos y nos da un anhelo de hacer lo correcto. Este don de Dios y este conocimiento de la verdad–nuestra Gemuth (intuición) –es una luz dentro de nosotros que nos guía en las decisiones que hacemos. Todos tenemos la libertad de escoger seguirla y hallar gozo en comunión con Cristo, pero muchos “no hacen uso de ella.”

Los anabaptistas respetaban grandemente a la conciencia (Gewissen) Menno Simons habló acerca de guardar lo que aprendamos “en el pequeño cofre de nuestra conciencia.” Pero veían a nuestra Gemuth, nuestro conocimiento intuitivo e innato de la Verdad y de lo que tenemos que hacer, como una autoridad aún más alta que la conciencia misma.

La conciencia puede equivocarse. Al dejar al catolicismo, los anabaptistas batallaron con el molestar que sus conciencias les daban al salir de “la iglesia madre y santa” Pero otra voz dentro de ellos, la voz de la verdad operando a través de su Gemuth, los impelía a hacer caso omiso a sus conciencias y a hacer lo que era lo correcto, sin importar qué era lo que sentían. Fue esta obediencia a la verdad lo que los desligó de la Edad Oscura y los dejó libres–libres para pensar, libres para creer, y libres para pararse por lo correcto. Los anabaptistas usaban su libertad para pensar, pero no para “pensar por sí mismos.” Pensaban como Cristo. Usaban su libertad para creer, pero no para promover sus propias creencias. Creían como Cristo. Usaban su libertad de pararse, pero no para pararse por “convicciones personales.” Se paraban por Cristo, y Cristo en ellos era la convicción que los llevó a través de la prisión, la tortura, la violencia, y la muerte–a la vida eterna. Libres para escoger, libres para vivir como deseaban, los anabaptistas sabían que eran totalmente libres. Pero escogieron darle su libertad a Cristo para seguirlo. Hans Denck enseñó que lo mejor y más sublime que podemos hacer con nuestra libertad es elegir dar nuestra libertad de elección de vuelta a Dios, y que “no hay ningún otro camino para alcanzar la bendición, más que perdiendo la voluntad propia absolutamente.” Esto, para los anabaptistas, era la única manera de tener un wahre Gelassenheit (una verdadera rendición o “soltar todo a lo que uno se agarra”), y los llevó a la comunión con Jesús y con su Cuerpo, incluso en las cosas materiales.

Hans Denck escribió que “la iglesia rinde su libertad de elección a Cristo, como una novia (desposada) bien dispuesta se rinde toda a su novio (desposado.)8 Menno Simons escribió: Tenemos sólo un Señor y Amo de nuestra conciencia, Jesucristo, cuyas palabras, voluntad, mandamientos, y ordenanzas, obedecemos, como discípulos bien dispuestos, sí, como la prometida está lista para obedecer a su prometido.

Miguel Sattler escribió:

Nos amenazan con cadenas, luego con fuego y con la espada. Pero en todo, me he rendido completamente a la voluntad del Señor, junto con mis hermanos y mi esposa, y me he preparado para morir por Su testimonio.9 Poco después de que Miguel Sattler y sus compañeros murieran en ejecuciones públicas, Enrique Hugo, el cronista de Villingen, escribió: “Fue un acontecimiento miserable. Murieron por su convicción.” Un joven anabaptista, Hans van Overdam, escribió antes de que lo quemaran en Gent, Bélgica, el 9 de julio de 1551: Antes sufriremos que nuestros cuerpos sean quemados, ahogados, estirados en el potro, o torturados, o lo que deseen hacer con ellos, y seremos azotados, desterrados, expulsados, y robados de nuestros bienes, antes que mostrar obediencia contraria a la Palabra de Dios. 11 Esta verdadera rendición (un verdadero “soltar todo”) les dio a los anabaptistas la convicción de seguir a Cristo sin importar lo que cueste–y los llevó a tomar decisiones como la del joven hijo del molinero.

Lo que pasó en Augsburgo

Después de ocho meses de vagar por las montanas de Suiza y el sur de Alemania, Hans Denck logró llegar a la ciudad de Augsburgo en Baviera, en Septiembre de 1525. Estaba cansado y listo para quedarse en un solo lugar para pasar el invierno, pero halló la ciudad dividida en una confusión y desorden. Algunos seguían a Lutero. Otros seguían a Zwinglio. Algunos se habían quedado con la iglesia católica, pero muy pocos, sólo unos dos o tres en la ciudad, parecían mostrar interés alguno en seguir a Cristo.

Todos peleaban en torno a la doctrina–la doctrina “correcta” y “bíblica.” Todos peleaban por tener la mayor cantidad de miembros para controlar la ciudad. Pero la “luz de ellos,” observó Hans, ignoraban totalmente. “¿De qué ayuda si rechazas todas las ceremonias?” le escribió en frustración a un líder protestante. “¿O de qué ayuda si las guardas todas? Lo que se necesita es que uno a otro se enseñen a conocer a Dios… veo no sólo a la gente de la ciudad, sino también a los pastores, extraviados.” 12

Hans sintió gran desilusión de los “cristianos” de Augsburgo, pero sabíaa que no importaba lo que los otros hicieran, él necesitaba seguir a Cristo. Encontró un trabajo enseñando latín y griego a los hijos de un noble, y se reunía de vez en cuando con unos cuantos buscadores de la verdad, que buscaban a dónde ir. Unirse a los católicos no era una opción para ninguno de ellos. Los luteranos tenían algunos argumentos impresionantes. Los zwinglianos parecían más sinceros. Pero finalmente, con el ánimo de Hans, decidieron tomar como su criterio nada sino sólo las enseñanzas y la vida de Cristo. Decidieron preguntarse esta pregunta acerca de todo: “¿Es como Cristo?” Entonces, cualquier doctrina, cualquier práctica, cualquier iglesia, cualquier tradición, cualquier regla que no era como Cristo, sencillamente la ignorarían… y seguirían a Cristo.

Esto los llevó a reunirse el domingo de pascua en 1527, en una casa cerca de la puerta de la santa cruz en Augsburgo, donde Bal- tasar Hubmaier bautizó a cinco personas sobre su confesión de fe. Hans Denck era uno de ellos. Un año y medio después, la congregación ya era de mil almas.

Conrado Grebel

Repentinamente, no sólo en Augsburgo, sino también en Nikolasburgo, Estrasburgo, Wassemberg, Ámsterdam, Antwerp… en todas partes a lo largo de las tierras alemanas de Europa, los buscadores sentían que ahora era el tiempo. El tiempo para levantarse y seguir a Cristo era ahora–sin importar quién estaba respaldando esa decisión y quién no, quién diera permiso, y quién no. En Zúrich, ya había ocurrido lo mismo hacíaa dos años en el 21 de enero de 1525 por la tarde. De hecho, eso fue el nacimiento del anabaptismo. Conrado Grebel, 13Jorge Blaurock (un ex sacerdote de Chur) y otros se reunieron en la casa de Félix Manz. Entonces, de acuerdo con la Aelteste Chronik, esto tuvo lugar: Y aconteció que estaban reunidos hasta que el temor vino dentro de ellos y cayó sobre la reunión. Estaban constreñidos en sus corazones. Luego se arrodillaron ante el Altísimo Dios de los cielos. Clamaron a Él porque Él conocía sus corazones. Oraron que les ayudara a hacer su voluntad y que les mostrara su misericordia, porque la carne, la sangre y la instigación humana no los había traído a este lugar. Sabían bien que su paciencia sería probada y que tendrían que sufrir por causa de esto.

Después de la oración, Jorge de la casa de Jacob, se levantó. Le pidió a Dios que le mostrara su voluntad. Después le pidió a Conrado Grebel que lo bautizara con el bautismo cristiano correcto sobre su fe y testimonio. Cuando se arrodilló con este deseo, Conrado lo bautizó porque en ese momento ningún siervo había sido ordenado para llevar a cabo tal tarea. Después de esto, los otros le pidieron a Jorge que los bautizara, lo que él hizo sobre la base de su petición. De esta manera se entregaron conjunta y unánimemente al nombre del Señor en gran temor a Dios. Se encomendaron unos a otros al servicio del evangelio. Empezaron a adherirse a, enseñar y sostener la fe, separándose del mundo y de las malas obras. 14 Solo unos pocos meses antes, Conrado Grebel le había escrito a Tomás Munzter, instándolo a ir adelante y hacer lo que es correcto: Ve adelante con la Palabra de Dios y establece una comunidad cristiana con la ayuda de Cristo y de sus enseñanzas, como hallamos en Mateo 18 y se ve vivido en las epístolas. Usa la determinación y la oración, y toma decisiones acerca de la fe y la vida sin obligar u ordenar a la gente a nada; entonces Dios te ayudará a ti y a tu pequeña manada a llegar a la verdadera sinceridad.15 Por ese mismo tiempo, en 1525, Conrado animó a un pastor reformado de Hinwil en Suiza:

¡No hagas acepción de personas! No te preocupes por las autoridades. Solamente haz lo que Dios te ha dicho que hagas.16 Cuando Melchor Hofman presentó sus creencias ante el Duque de Dinamarca y cuatrocientos representantes de la nobleza y el clero en la Capilla de los Frailes Descalzos en Flensburgo, Holstein, amenazaron con castigarlo duramente. Pero él dijo: “No pueden dañarme todos los expertos y nobles de la Cristiandad. Si Dios permite que me traten con violencia, no pueden quitarme más que esta túnica de carne que Cristo reemplazará con una nueva en el día del juicio.”

El Duque se sorprendió. “¿Me hablas a mí de esta manera?” Melchor respondió: “Si todos los emperadores, reyes, príncipes, papas, obispos, y cardenales se juntaran en un lugar, yo aún les diría la verdad para la gloria de Dios.”

“¿Quién está contigo?” preguntó el Duque. “Nadie que yo conozca,” contesto Melchor. “Me paro yo solo firme, únicamente en la Palabra de Dios, ¡y que todos los hombres hagan lo mismo!” Una vez que la convicción de seguir a Cristo había tomado control de sus corazones, no había nada que los anabaptistas pudieran hacer sino ir adelante al costo de sus vidas.

¿Desobedecer a la Iglesia Católica?

Oponerse al mundo para seguir a Cristo era una cosa. Pero oponerse a la iglesia era otra–y los anabaptistas, después de mil años de enseñanza autoritaria, tuvieron que vencer el sentimiento de culpa tan profundamente arraigado antes de poder hacer eso. De hecho, los primeros anabaptistas no salieron de la vieja y corrupta iglesia católica de la Edad Oscura. Salieron de la nueva iglesia “evangélica” y “Bíblica” fundada por Ulrico Zwinglio en Suiza. Pero al seguir a Cristo, llegaron al punto en donde no había diferencia entre la una y la otra. Ellos podían caminar solamente con una iglesia que siguiera a Cristo, y donde la iglesia no lo estaba haciendo, se sintieron “constreñidos en sus corazones” a desobedecerla. Para Menno Simons, el coraje para hacer esto fue un punto crucial en su vida.

Por dos años, Menno Simons había vivido con un problema. Él era un sacerdote católico, pero dudaba de que verdaderamente la hostia y el vino en sus manos se convirtieran en el cuerpo y la san- gre de Cristo. “Tales dudas” se decía a sí mismo, “deben provenir del diablo.” Pero no podía librarse de ellas. No se fueron, hasta que en desesperación se volvió al Nuevo Testamento.

Menno Simons no cuestionó la autoridad de la iglesia. Él esperaba que el Nuevo Testamento lo confirmaría y le ayudaría a ser un mejor católico. Pero para su asombro y desesperación, ocurrió lo contrario. Entre más leía, más hambriento quedaba de la verdad, y se daba más cuenta de cuán lejos estaban las enseñanzas de su iglesia de Cristo. Eventualmente, este conflicto interno alcanzó un clímax. Tuvo que decidir cuál autoridad iba a gobernar su vida: la “iglesia” o la Palabra de Cristo.

Realmente, a Menno le hubiera gustado obedecer a ambas. Siempre había “sabido” que la incredulidad de las doctrinas de la iglesia significaba la muerte eterna. Entonces halló un libro que Martín Lutero había escrito cuando era joven. En él, se decía que uno no se condena si desobedece a la iglesia con tal de obedecer a la Biblia. Lentamente, esa verdad penetró en sus oídos. Y lentamente lo llevó a una verdad todavía mayor–que uno no se condena incluso si desobedece a una iglesia “Bíblica” para seguir el ejemplo de Cristo que está por sobre toda autoridad humana. Menno entonces se sintió libre para abandonar tanto a los católicos como a los protestantes, dejándolos atrás, para ser bautizado, como Cristo, sobre su confesión de fe. “Entonces me rendí, rendí mi cuerpo y mi alma, a Dios,” escribió. “Me entregué y encomendé a su gracia y empecé a enseñar y a bautizar de acuerdo con los contenidos de su Santa Palabra. Empecé a labrar la viña del Señor con mi pequeño talento. Empecé a edificar su santa ciudad y su templo, para reparar las paredes caídas o deterioradas.”17

¿Desobedecer al gobierno?

Ulrico Zwinglio dijo en un debate publico en Zúrich, Suiza, en 1523: “Las autoridades sólo claman por aquello que enseñan las Escrituras santas e inmutables. Si dejan de hacer eso y adoptan otro 17 Een Klare beantwoordinge, over een Schrift Gelli Fabri… 1554. camino (lo que no espero), predicaré en contra de ellas, severamente con la Palabra de Dios.”

Pero Zwinglio, al venir la prueba, no cumplió su palabra. Su gobierno, en frío desafío de las palabras de Zwinglio, ordenó exactamente esto–el bautismo infantil, y la permanencia de la misa–y Zwinglio cedió a ello. Él no quería causar problemas ni perder su posición por ser más Bíblico que lo que permitiera su gobierno. Dos meses después de que hizo tal declaración, hubo otro debate en Zúrich. Zwinglio propuso dejar en manos del concilio de la ciudad la pregunta de si seguir celebrando la misa o ya no. Entonces Simón Stumpf, alguien que apoyaba a Conrado Grebel, se levantó y dijo: “Maestro Zwinglio, no tiene usted el derecho de colocar esta decisión en las manos del gobierno, porque la decisión ya ha sido tomada. El Espíritu de Dios ya ha decidido… Si el gobierno adopta un curso de acción que está en contra de la decisión de Dios, pediré el Espíritu y predicare en contra de esa decisión.”

Los anabaptistas se sintieron libres de desobedecer al gobierno cuando necesitaban hacerlo para seguir a Cristo. Y el patriotismo, para ellos, era cosa del mundo.

¿Excéntricos e individualistas?

Hace algún tiempo, después de que hablé acerca de que los anabaptistas seguían la voz de la convicción interna, una hermana me preguntó: “¿Pero cómo funciona eso? ¿Cómo podemos mantener nuestra unidad si sólo dejamos que cada quien vaya y siga sus propias convicciones?”

Pero otra pregunta que debemos hacernos es: “¿Y cómo funciona si no lo hacemos?”

Los anabaptistas creían que la unidad no es el resultado del consenso del grupo. Es el resultado de muchas entregas absolutas individuales a Cristo. No es obra de los hombres, sino que es un don de Dios. Ellos creían que la verdadera unidad no puede ser sino sólo “la unidad del Espíritu” que proviene de tener comunión con Cristo. (Efesios 4:3). Tal unidad, creían ellos, no puede ser forzada ni regulada, porque el Espíritu de Dios es como “el viento [que] sopla de donde quiere. Y oyes su sonido, mas ni sabes de dónde viene ni a dónde va.” (Juan 3:7 y 8).

Para 1527, los anabaptistas ya habían publicado dos libros acerca de la libertad de elección del hombre y su tarea de obedecer la voz de Cristo dentro de él. Hans Denck escribió: Todos deben saber que en cuestiones de fe, todos debemos proceder de una manera libre, voluntaria, dispuesta, y no coaccionada.18

Kilian Auerbacher de Moravia, escribió: El pueblo de Dios es un pueblo libre, a quien nadie obliga a nada, cuya gente recibe a Cristo con un deseo y con un corazón dispuesto… Lo que la gente cree no debe ser forzado, sino debe ser aceptado como un don de Dios.19

Menno Simons escribió:

Sólo Cristo es el Rey de la conciencia, y aparte de Él no hay otro. Que sea sólo Él tu emperador, y su Santa Palabra tu ley. Debes obedecer a Dios antes que al emperador y adherirte a lo que dice Dios, antes que a lo que diga el emperador.20

Que esta enseñanza en verdad sacudía los fundamentos de cada establecimiento en Europa–la iglesia, el estado y la familia–puede ser muy bien comprendido. Si lo que la gente cree, no debe decidirlo “la autoridad puesta por Dios,” ¿que sería de la sociedad? Si la gente es libre de creer lo que quiera, libre de obedecer lo que se siente impelida a obedecer, y libre de seguir la voz de la convicción dentro de ellos como y cuando ellos quisieran… ¿Que sería del orden público? ¿De la iglesia? ¿De las leyes del país? Los reformadores protestantes se levantaron enojados y asombrados. Se enfurecieron con un rugido. Uniendo fuerzas con los católicos, ellos respondieron a esta “herejía” con una ola terrible de persecución, odio, y furia “santa,” cual no se había visto antes ni se verá después tal vez (salvo con los primeros cristianos). “¡Esto es sedición! ¡Esto es traición! Hombres sin autorización predicando en las esquinas de las calles son una señal clara del anticristo” 21 dijo Martín Lutero, refiriéndose a los anabaptistas. Juan, el Duque de Sajonia, hizo una ley para detener la celebración de bautismos secretos y santas cenas secretas. ¡Imagínate! ¡Bautizar y celebrar la santa cena sin el consentimiento de la iglesia! ¡Con hombres sin autorización! ¡En secreto! ¡Y no en templos, sino en casas particulares! Esto, escribió Lutero, es blasfemia, blasfemia, blasfemia…. Y después de su libro Acerca de los Sigilosos y Furtivos Predicadores de las Esquinas, vino libro tras libro y sermón tras sermón cargado de sus invectivas amargas en contra de los anabaptistas que se “atrevían a tomar las Escrituras en sus manos y a echar abajo la autoridad de la iglesia.”

Martín Lutero y los reformadores protestantes

Martín Lutero y los reformadores protestantes no tenían un problema con el hecho de que los anabaptistas pedían cambios en la iglesia. Todos estaban pidiendo cambios. Lutero mismo era un líder en hacer los cambios, y él, junto con los otros reformadores, estaba dispuesto a sentarse (al principio) y “poner las cartas sobre la mesa” para discutir los asuntos. Pero cuando Lutero y los reformadores descubrieron que los anabaptistas hacían cambios con o sin el consentimiento de la iglesia, su “amabilidad” para con ellos se tornó en alarma.

Los reformadores creían que había sólo una manera de hacer cambios en las prácticas de la iglesia. Y era por medio de presentar sus “nuevas ideas” a los líderes ordenados por Dios en la iglesia. Trabajando con la iglesia y con sus líderes, los cambios podían ser hechos “de una manera temerosa de Dios, honesta, y ordenada.”22

Los reformadores tampoco requerían (como la Iglesia Católica) un estar de acuerdo por completo con todas sus prácticas. De hecho se mostraban clementes al ofrecer a los anabaptistas la libertad de creer lo que ellos quisieran, pero siempre y cuando por fuera obedecieran a la iglesia y practicaran lo que los líderes dijeran (“sólo creyendo diferente en su corazón.”)

De hecho, los reformadores apreciaban la manera en que los anabaptistas vivían y frecuentemente lo dijeron. Les pidieron a los anabaptistas que los ayudaran a tener mayor santidad y temor de Dios en las iglesias estatales. Lutero, en varias ocasiones, reconoció la firmeza de los anabaptistas, y los otros reformadores hasta escribieron acerca de su santidad, sobriedad, y excelente reputación entre la gente.

Pero lo que los reformadores no podían tolerar–lo que los hizo temerosos de, y eventualmente furiosos contra los anabaptistas–era la alta estima y consideración que los anabaptistas le daban a la convicción interna, y la poca importancia que le daban a la voz de la iglesia. “Esta persistencia hereje de seguir la palabra interna” escribió Lutero “¡convierte en nada a la Palabra escrita de Dios!”

En un sentido, estaba en lo correcto. Los anabaptistas no seguían a las Escrituras con la “interpretación correcta” que Lutero quería que siguieran. Ellos seguían a un Hombre. Y al seguirlo (en vez de seguir a la iglesia o la Biblia de Lutero) pusieron sus manos en el hilo que cose la civilización de manera separada. Los reformadores se dieron cuenta de esto y ello los volvió lo suficientemente desesperados como para decretar la pena de muerte sobre todo anabaptista.

Zwinglio comenzó y Lutero lo siguió en su denuncia del aufruhrerischer Geist (espíritu divisionista y agitador) de los anabaptistas, que encontraron, entre otras cosas, principalmente en su “enseñanza tonta” acerca del Sitzrecht (el “derecho del que está sentado”).

Los anabaptistas tomaban literalmente las palabras de Pablo en 1ª Corintios 14:30 y 31: “Y si algo le fuere revelado a otro que estuviere sentado, calle el primero. Porque podéis profetizar todos, uno por uno, para que todos aprendan, y todos sean exhortados.” Ellos le llamaban a esto “el derecho del que está sentado” e implicaban con toda calma que, cuando ellos se movían por su convicción interna, tenían tanto derecho para hablar y actuar como cualquier pastor, sacerdote, reformador, obispo, o papa. Esta audacia, este “Sitzrecht del hoyo del infierno”, Martín Lutero y sus amigos creían que podía ser tratado sólo con fuego, agua, y espada. “Aunque es terrible el mirarlo” admitió Lutero, el dio su bendición sobre la sentencia de muerte de los anabaptistas, publicadas por los electores, príncipes, y margraves de la Alemania protestante en Marzo 31 de 1527. La sentencia estaba basada sobre los siguientes cuatro puntos:

1. Los anabaptistas convierten en nada el oficio de la predicación de la Palabra.

2. Los anabaptistas no tienen doctrina bien definida.

3. Los anabaptistas suprimen y convierten en nada la sana y verdadera doctrina.

4. Los anabaptistas quieren destruir el reino de este mundo.

“Para la preservación del orden público” tanto Lutero como Zwinglio promovieron la eliminación total de los anabaptistas a través de la pena capital como un asunto de urgencia suprema. Acusaron a los anabaptistas de crimen contra la gente en general “no porque enseñan una fe diferente, sino porque alteran el orden público al socavar el respeto por la autoridad.”

Felipe Melanchton, el cercano amigo de Lutero, y su consejero, escribió: “La indiferencia de los anabaptistas por la Palabra externa y las Escrituras es blasfemia. Por lo tanto, el brazo temporal del gobierno velará también aquí y no tolerará esta blasfemia, sino que la resistirá y castigará fervorosamente.”

Urbano Regio, el reformador de Augsburgo, escribió: “Los anabaptistas no sufrirán la Escritura, ni pueden hacerlo.” Y veinte años después, no menos de 116 leyes se publicaron en las tierras de Europa, que convertía a la “herejía anabaptista” una ofensa capital.

Hans Denck

Llamado a la corte por Urbano Regio, en el otoño de 1526, Hans Denck decidió huir. Llegó a través de Swabia a Estrasburgo. Allí, donde los gobernantes protestantes tenían reputación de tolerancia, él esperaba hallar un lugar para quedarse. Pero no se lo dieron. En vez de eso, lo llamaron a la corte. Alarmados por su insistencia en seguir a Cristo, le dijeron que se fuera, otra vez a fines del invierno. Era Diciembre de 1526. El día después de su salida, Wolfgang Capito, el reformador de Estrasburgo le escribió a Zwinglio: Hans Denck ha perturbado mucho a nuestra iglesia. Su vida sacrificial, su brillantez, y sus buenos hábitos, han cautivado maravillosamente a la gente… se fue ayer. Su salida dejó algunas alteraciones detrás, pero creo que los problemas que dejó pueden ser fácilmente solucionados con diligencia y precaución.

De Estrasburgo, Hans Denck viajó a través de Bergzabern (en donde visito al Ghetto e invitó públicamente a los judíos a seguir a Cristo), y de allí a Landau y a Worms.

La venerable ciudad de Worms, asiento de obispos católicos en el río Rin desde el año 600, se había vuelto protestante un año antes. Uno de sus nuevos pastores protestantes era un joven, de la edad de Hans Denck, llamado Jacob Kautz.

Hans y Jacob se hicieron amigos, aunque sus actividades no eran las mismas. Hans se quedó en reclusión en una casa vieja de la ciudad, traduciendo a los profetas hebreos al alemán. Jacob predicaba cada domingo a grandes multitudes de gente en las iglesias protestantes de la ciudad, hasta que el llamado de Cristo–“¡Sígueme!”– le hizo imposible continuar con su profesión.

Llamaron a Jacob a la corte en Marzo de 1527, para advertirlo. Pero él no podía cambiar su predicación y la situación de la iglesia empeoró. Para Junio de 1527, Jacob estaba listo para declarar su nueva fe abiertamente. El clavó una hoja de papel con siete declaraciones en la puerta de la capilla (protestante) de Worms:

Fuimos movidos por el poder de Dios, Quien nos ha prestado por su gracia la convicción (gemuth) de reprender las mentiras y hablar la verdad de Dios, para poner todo lo que tenemos en testificar lo siguiente. Queremos hacer ello con el poder de Dios, de una manera sincera, cristiana, y honesta, el próximo jueves 13 de Junio por la mañana a las seis en punto. Invitamos a todos, sin importar su oficio, basándose en sus creencias–pero especialmente invitamos a los que hablan en contra de la verdad desde el púlpito. Los invitamos, por causa de la verdad, a exponerse a la luz (de la que están temerosos) para defender sus enseñanzas frente a la verdad. De esa manera nosotros y los hermanos en el Señor sabremos que aman la verdad.

1. La palabra que hablamos con nuestras bocas, oímos con nuestros oídos, escribimos con nuestras manos, e imprimimos en papel, no es la verdadera, viviente y eterna Palabra de Dios. Sólo es un testimonio, apuntándonos a la Palabra Interna.

2. Nada externo, ni la Palabra misma, ni los sacramentos, ni ninguna promesa, tiene el poder de asegurar o consolar al hombre interior, o asegurarle que está haciendo lo correcto.

3. El bautismo de infantes no es de Dios. Es contra Dios y contra su enseñanza dada a nosotros por medio de Cristo Jesús, su Hijo Amado.

4. En el sacramento de la santa cena, la sangre y carne literales de Cristo no están presentes. Nuestra tradición en Worms es incorrecta. No hemos estado celebrando el sacramento de una manera apropiada.

5. Todo lo que se perdió y murió en el primer Adán es restaurado de una mejor manera en el segundo Adán, esto es, en Cristo, Quien caminó delante y antes de nosotros. Todo se descubre y revela en Cristo. Todo revive y toma vida en Cristo.

6. Jesús de Nazaret no sufrió por nosotros de ninguna manera, ni satisfizo a Dios (en nuestro favor), si es que no seguimos el camino que Él caminó antes de nosotros – solamente si seguimos los mandamientos del Padre, como Cristo los siguió–todo hombre según su habilidad. Quienquiera que hable, se adhiera a, o crea otra cosa diferente acerca de Cristo, hace de Cristo sólo un ídolo, como lo hacen los sabios y entendidos en las Escrituras, que son evangelistas falsos, y como hace el mundo entero.

7. Así como la mordida externa de Adán del fruto prohibido, no lo hubiera dañado a él ni a sus descendientes si su ser interno no hubiera estado involucrado en la desobediencia; de la misma manera, el sufrimiento externo (visible) de Cristo en la cruz no nos redime ni nos imparte gracia, si es que no tenemos una obediencia interna y un gran deseo dentro de nosotros de hacer la voluntad de Dios.

En el día señalado, el 13 de Junio de 1527, Jacob Kautz apareció junto con Hans Denck y Ludwig Haetzer, a las seis de la mañana, en el centro de la ciudad, para decir a todos lo que ellos creían. Era día de mercado y una gran multitud se reunió para oírlos. Jacob le explicó a la gente lo que había escrito en sus siete declaraciones. Les dijo que su lucha por encontrar la “iglesia correcta” y por ser buenos cristianos era en vano, a menos que fueran movidos por el Espíritu Santo dentro de ellos. Muchos allí se vol- vieron a Cristo y sellaron su pacto con Él por medio del bautismo en Worms. Pero eso causó problemas…

Dos pastores protestantes de la ciudad clavaron otras siete declaraciones en la puerta de la iglesia. En ellas contradecían a Jacob Kautz y a Hans Denck, y llamaban a la gente a volverse de “seguir sus propias ideas” para seguir la voz de la iglesia puesta por Dios. Dos semanas después, el 1 de Julio de 1527, expulsaron a los “hacedores de problemas” (incluyendo a Jacob Kautz y a Hans Denck) de la ciudad, y un día después apareció un libro: Una Advertencia Fiel de los Predicadores del Evangelio de Dios en Estrasburgo en Contra de las Declaraciones de Jacob Kautz. Pero la luz de Dios no podía ser fácilmente extinguida.

Jacob Kautz bautizó a veinte creyentes en un pueblo cercano: Alzey. De allí otros salieron a enseñar y a bautizar. El Kurfust (alcalde) Ludwig V puso una recompensa por sus cabezas. Sus hombres atraparon a catorce anabaptistas, decapitando a los varones, y ahogando a las mujeres. Cuando una mujer de corazón bondadoso que estaba junto a ellos quiso consolar a las víctimas en su aflicción, los hombres de Ludwig la atraparon también y la quemaron viva. Trescientos cincuenta creyentes murieron en un corto tiempo, pero más de mil doscientos escaparon a la comunidad de Moravia. Un gran número de ellos se unió a la comunidad de Auspitz, liderada por Felipe Plener.

Ni los católicos, ni los protestantes, podían ver una iglesia en el movimiento anabaptista

Ni los católicos, ni los protestantes, podían ver una iglesia en el movimiento anabaptista. Sólo veían un surtido o extraña mezcla de “sectas perversas,” cuyos líderes eran individualistas excéntricos, “increíblemente tercos” y herejes “bestialmente obstinados que han abandonado mucho, pero nunca pueden abandonarse a sí mismos.”24 Acerca de Menno Simons, Calvino dijo: “Nadie puede ser más orgulloso y más insolente que este burro.” Tal vez, si hubiéramos estado en su lugar, hubiéramos dicho lo mismo.

Los reformadores venían de un contexto cómodo de “convicción grupal” donde todos se sometían a los líderes y creían como el resto del grupo. Los anabaptistas rechazaron la “convicción grupal.” Creían que así como todos necesitan arrepentirse y creer por sí mismos, así la “luz de Dios” (la convicción interna) era un asunto personal. Los reformadores creían que la fe se pasaba, como la tradición, de generación en generación, y que era impartida a través del bautismo, de los padres, a los hijos. Los anabaptistas rechazaron esta fe “histórica” y “pasada de mano a mano” Creían que la fe es del Espíritu y que los movimientos del Espíritu no pueden ser preservados ni pasados más de lo que el viento puede ser guardado en una caja, o la corriente de un río en una jarra de agua.

Los reformadores, influenciados por el humanismo, creían que junto con “la convicción grupal” estaba bien tener algunas “convicciones personales” siempre y cuando uno siguiera cooperando con la iglesia. Pero los anabaptistas rechazaron las “convicciones personales” al rendir (soltar) sus ideas personales, sus puntos de vista personales, y sus derechos personales, a Cristo.

Lo único con lo que se quedaron fue con la convicción interna de que lo correcto era seguir a Cristo. Esta única convicción les dio la dirección acerca de qué creer, qué obedecer, qué hacer, y cómo entender las Escrituras. Esta sola convicción los llevó a someterse unos a otros en la libertad de permitir que todos los hombres siguieran a Cristo “de una manera libre, voluntaria, dispuesta, y no coaccionada.” ¿Como fue entonces que pudieron edificar una iglesia como esa?

No podían. Nadie puede… excepto Dios. Y Dios no “edifica iglesias” en la manera como la gente lo hace. Él se mueve. Él es Espíritu. Dios es el Espíritu que se mueve en Cristo y en aquellos que viven en comunión con Cristo. La iglesia es sólo un movimiento, se mueve de era a era, de lugar a lugar, y de gente a gente, en cual- quier lugar donde Dios halla corazones contritos, humildes, y verdaderamente rendidos a Él, en los cuales morar.

Los judíos buscaban un reino terrenal con un Mesías terrenal. Los cristianos, unos siglos después, siguieron el camino de los judíos. “Pero el reino de Dios” –dijo Jesús, nuestro Señor–“no vendrá con advertencia, ni dirán: helo aquí, o helo allí, porque he aquí el reino de Dios esta entre vosotros.” (Lucas 17:20 y 21). Por algún tiempo, después de la Edad Oscura, este reino interno, el reino de los cielos, bajó a la tierra a tocar al movimiento anabaptista. Los tocó con la clara convicción que brillaba sobre el rostro del hijo del molinero, de sólo dieciséis años, quien podía decir a costo de su vida: “Dios no quiere que yo haga eso.” Y esto llevó a los anabaptistas…

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