La comunidad de los Anabaptistas

En la antigua ciudad de Augsburgo en Baviera, Jacob Wideman, encontró el camino a Cristo en 1527. Augsburgo era una ciudad próspera. Los Fuggers, los banqueros más poderosos y ricos de Europa, vivían allí. Pero cuando Jacob encontró a Cristo, dejó atrás el dinero y la seguridad terrenal. Las autoridades lo desterraron de la ciudad y él huyó de Nikolasburgo a Moravia junto con otros. El movimiento anabaptista había pasado por Nikolasburgo poco tiempo atrás. Tal vez doce mil personas habían sido bautizadas. Pero Jacob Wideman y otros refugiados de Augsburgo no se sentían a gusto con ellos. No todos los anabaptistas de Nikolasburgo habían dejado sus posesiones para seguir a Cristo. Algunos, como los señores von Liechtenstein por ejemplo, conservaban sus palacios, sus sirvientes, sus espadas, y sus puestos en el gobierno. Jacob y otros buscadores sinceros hablaron en contra de esto, y dentro de un año, ya había dos congregaciones “anabaptistas” en Nikolasburgo. El grupo grande Schwertler (que llevaba espadas), y el pequeño grupo Kleinhaufer (“el pequeño montón,” que no llevaban espadas. En 1528, los Kleinhaufer fueron llevados fuera de la ciudad bajo el liderazgo de Jacob Wideman y Felipe Plener.

Caminaron por un largo tiempo, guiando a sus hijos, y cargando en sus espaldas bultos de comida y ropa, y su lecho. Eran como unas doscientas personas, sin contar a los niños. Caminaron hacia el norte en dirección hacia Muschau hasta que llegaron a una hacienda abandonada llamada Bogenitz. Acamparon por un día y una noche.

En Bogenitz, después de elevar sus manos al cielo y clamar a Dios por ayuda, eligieron a Franz Intzinger, Jacob Mandel, Thoman Arbeiter, y Urban Bader, como ministros de las necesidades materiales. Jacob Mandel había sido el encargado general de todas las propiedades de los señores von Liechtenstein. Luego éstos cua- tro varones extendieron un abrigo grande en el piso frente a toda la gente, “y todos, con un espíritu dispuesto, no por obligación, echaron sobre el abrigo todo lo que tenían.”

De ese momento en adelante, los Kleinhaufer tuvieron todas las cosas en común. Los señores von Kaunitz les permitieron establecerse en edificios rentados en el pueblo moravo de Austerlitz. Jacob Wideman era el siervo de la Palabra. Ulrico Stadler, otro siervo, se unió a él. Felipe Plener se estableció con una comunidad de hermanos en la ciudad de Auspitz. Jorge Zaunring y Jacob Hutter llegaron con los refugiados de las montañas de Austria. Docenas, luego cientos, y eventualmente miles y miles de creyentes se unieron a estas comunidades moravas–Rossitz, Lundemburgo, Schakowitz, Damberschitz, Pausrm, Pellertitz, Rampersdorf, Stignitz, Koblitz, Altenmarkt, Neumuhl, Prutschan, Landhut, Nemschitz, Makowitz…una firme, uniforme y creciente lista de comunidades, que en treinta años, vino a ser el hogar de, se estima, 60,000 nuevos cristianos.1

Cristo, el Fundador de la comunidad de los Anabaptistas

Jesucristo, Quien vivió en comunidad de bienes con sus discípulos, oró por ellos y por todos los que escogieran seguirlo: “Padre Santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros… que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que Tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a Mí me has amado.” Juan 17:11, 23. Los anabaptistas rodeaban a Cristo en comunidad. Compartían todo lo que tenían entre sí: tanto bendiciones y gozos, como privaciones, miserias, y apuros. Y el mundo pudo ver en ellos el amor de Dios.

Félix Manz, escribiendo al concilio de Zúrich en 1525, declaró que inmediatamente después de haber bautizado a varios nuevos creyentes, les enseñó “acerca del amor y la unidad, y de tener todas las cosas en común como en el segundo capítulo de los Hechos.”2 Johannes Kessler escribió acerca de la primera congregación anabaptista en Suiza:

Ahora bien, puesto que la mayoría de los de Zollikon fueron rebautizados y decían ser la verdadera iglesia cristiana, también practicaron, como los primeros cristianos, la comunidad de bienes (como puede verse en los Hechos de los apóstoles). Rompieron las cerraduras y seguros de sus puertas, bodegas, y cofres, y comieron y bebieron en buen compañerismo sin prejuicio.3

El concilio de Zúrich, Sankt Gallen y Bern condenó a los anabaptistas en 1527. Uno de los cargos en contra de ellos era su enseñanza acerca del dinero y las posesiones:

Ellos dicen que ningún cristiano, si es realmente sincero, puede dar o recibir dinero con intereses. Dicen que todos los bienes temporales son gratuitos y comunes, y que to- dos tienen pleno derecho a usarlos. Hemos sido informados por testigos fidedignos, que ellos decían esto muy a menudo cuando apenas comenzaba su movimiento, y que de esta manera lograron que los pobres y los sencillos se unieran a ellos.4

Sebastián Frank, al describir a los anabaptistas, escribió: Hasta donde se puede ver, ellos enseñaban solamente el amor, la fe, y la cruz. Partían el pan unos con otros como evidencia de su amor y unidad. Se ayudaban fielmente unos a otros como hermanos, prestando y dando, y enseñaban que todas las cosas debían ser tenidas en común.5 Los anabaptistas de Suiza escribieron en su primera declaración de fe:

Los hermanos y hermanas de esta comunidad no tendrán propiedad propia. Más bien, como en el tiempo de los apóstoles, tendrán todas las cosas en común. La propiedad de la comunidad será considerada una sola propiedad, de la que los pobres recibirán, cada uno de acuerdo con su necesidad. Al igual que en el tiempo de los apóstoles, ningún hermano se quedará con falta de algo o con escasez.6

La primera declaración de fe de los anabaptistas de Austria, escrita por Leonardo Schiemer, incluye este artículo: Los hermanos y hermanas se darán en cuerpo y alma a Dios en su comunidad. Cada don que Dios les dé, será tenido en común según la práctica de los apóstoles y de los primeros cristianos. De esta manera, se cuidará de los necesitados dentro de la comunidad.7

Pedro Rideman, en una carta a los hermanos de Austria, escribió: Verdaderamente esta es una marca segura: aquellos que abandonan la comunidad de bienes y vuelven a la propiedad privada se alejan de Dios. Pierden su primer amor y llegan a ser enemigos de Dios y ladrones de lo que Él nos da.8

Un testimonio externo

El bautismo en el Espíritu es una experiencia interna, enseñaban los anabaptistas de Moravia. Pero no está completa sino hasta que recibamos el bautismo externo en agua. La comunión es interna, es una unión espiritual con Dios. Pero no está completa sino hasta que externamente participemos del pan y del vino. De la misma manera, el amor fraternal entre los hermanos es algo interno, es una unión espiritual con los hermanos y las hermanas en Cristo. Pero no está completo sino hasta que nos apretamos las manos, nos abrazamos con nuestros brazos y nos damos el ósculo santo, y compartimos nuestras posesiones externas con los hermanos en comunidad cristiana.

El verdadero evangelio del reino sólo ha sido predicado cuando ocurre esta materialización del amor.

Sebastián Frank, escribiendo acerca de la iglesia primitiva, ayudó a los anabaptistas a entender esta comunidad de amor. Él describió cómo vivían los primeros cristianos:

El obispo, los siervos, y los diáconos, eran sus cabezas y administradores. Se encargaban de las necesidades tanto físicas como espirituales, de la iglesia. Distribuían sus posesiones, que tenían en común, para satisfacer las necesidades de cada uno. Pero después de un tiempo, comenzaron a volverse avaros. Empezaron a convertir la comunidad de bienes en propiedad privada y a usar los bienes para su ganancia personal.9

Frank también externó su propia opinión: Para ser justos, todo debe ser tenido en común… La propiedad privada, al igual que el uso de la fuerza mundana, comenzó cuando Nimrod se salió del orden de Dios después del diluvio. No sólo los apóstoles testificaron contra este mal, sino hasta Platón y Epicuro también.10

No es de preguntarse si los anabaptistas, siguiendo a Cristo, pronto se distinguieron o no, como un grupo muy extraño en el impío feudalismo y capitalismo de su tiempo. Poco después de los primeros bautismos en el sur de Alemania, Hans Romer pudo darle las indicaciones de cómo llegar al culto en Sorga, Hesse, a un buscador, Ludwig Spon: “Allí en una aldea cerca de Hersfeld, llamada

Sorga, hay una congregación que vive una vida buena. Todos se ayudan unos a otros con bienes y alimento cuando es necesario. Cuarenta o cincuenta personas se reúnen allí.”11 Este grupo de anabaptistas de Sorga, después de relacionarse con Felipe Plener en Auspitz, sufrió un arresto en masa. Las autoridades interrogaron a los jefes de familia: “¿Puede un cristiano poseer propiedades?”

Las respuestas variaron en detalles, pero todas fueron consistentes: “Un cristiano puede tener propiedades, pero sólo en tal manera que no las tenga para sí, y nadie debe llamar suya a ninguna propiedad… los cristianos verdaderos, aunque administren o posean propiedades, no poseen nada en realidad, usan la propiedad siempre y cuando agrade a Dios, y de la manera que le agrade. Si un prójimo, o Dios, la necesitan, la dejan ir… los cristianos pueden tener alguna propiedad, pero deben tenerla disponible (gelassen) para cualquier momento.”12

Otros anabaptistas capturados en la aldea Berka, en Hesse, dijeron: “Todo, excepto el cónyuge, debe ser tenido en común… Todos aquellos que creen como nosotros tienen tanto derecho de usar nuestras pertenencias como nosotros, pero los que no comparten nuestra fe, no.”13 Heini Frei, capturado e interrogado en Zollikon, Suiza, dijo acerca de los anabaptistas (después de negar su fe): Ellos creían que todo debe ser considerado como propiedad común, y que cualquier cosa que uno necesitaba, debía tomarla del fondo o reserva común.14

Un amor que no puede evitar el compartir

La comunidad, para los anabaptistas, no era una obligación legalista. No surgía sólo del deseo de obedecer el ejemplo apostólico, ni era una penitencia. Compartían las cosas de una manera espontánea y gozosa, porque el verdadero amor, decían, se había desplegado en sus corazones.

Gabriel Ascherham, un peletero de la antigua ciudad de Núremberg, en Baviera, llegó a ser el líder de una comunidad anabaptista grande en Rossitz, Moravia, a fines de los 1520s. Provenientes de Silesia, Baviera, y de muchas partes de Suiza y Austria, cerca de mil doscientos hermanos y hermanas llegaron a vivir allí en comunidad de bienes voluntaria. Gabriel escribió:

Los apóstoles no predicaron nada acerca de la comunidad de bienes, ni ordenaron a nadie que guardara esa costumbre en la primera iglesia en Jerusalén. Pero cuando oyeron las buenas nuevas de Cristo y del reino de Dios, la gente creyó y llegó a ser parte del reino visible del Espíritu Santo. Él los llenó con gozo y fijó sus corazones en las bendiciones celestiales, de tal manera que contaron como nada todas las posesiones terrenales. Voluntariamente, de su iniciativa propia, y sin que se les dijera, motivados sólo por el gozo en sus corazones, fueron y vendieron sus propiedades, trayendo el dinero de ellas para ponerlo a los pies de los apóstoles. Entonces lo distribuyeron todo a cada uno según su necesidad. Los primeros creyentes comenzaron la comunidad de bienes sin que se les ordenara hacerlo, cada uno dando de su propia voluntad con liberalidad. Como resultado, la comunidad de bienes, fue un testimonio abierto del reino de Dios qua había apenas venido a ellos. No era algo ordenado por los hombres por causa del reino de Dios.15

Cuatrocientos setenta años después de la fundación de la comunidad en Rossitz, un anabaptista de diecinueve años, un joven que abandonó la preparación para ser un sacerdote católico romano y se unió al movimiento en Centroamérica, puso en palabras esta misma creencia:

Yo creo que el vivir en comunidad sólo para beneficiarse de las bendiciones, está mal. Cualquier motivo para buscar el vivir en comunidad está mal, salvo el hecho de que Dios nos haya llamado a la comunión espiritual y haya colocado la comunidad de bienes en nuestros corazones. Si Dios no nos ha dado tal clase de amor que nos lleva a compartir nuestros bienes y nuestro tiempo con otros sin poder evitarlo, todo lo que intentemos es en vano.

Yo creo que la comunidad debería ser opcional, pero, ¿Por qué debe ser opcional? Bueno, en primer lugar, no queremos obligar a nadie a hacer algo a lo que no ha sido llamado. Pero al mismo tiempo, si una persona recibe de Dios el llamado a vivir en comunidad, entonces, para esa persona, la comunidad ya no es algo opcional; es la voluntad de Dios. Entonces, mi pregunta sería: ¿Hemos sido llamados a la comunidad? Si hemos sido llamados, ¿Entonces vamos a dejar que nuestras preferencias y gustos, nos impidan el vivir así? Yo seguramente no consideraría el entrar en comunidad con otros si este sentido de pertenencia unos de otros no existiera entre ellos y nosotros. Este sentido de pertenencia unos con otros es lo que mantiene junta a la gente y los ayuda a resolver sus diferencias. Si sentimos eso, no debemos temer ir adelante con lo que el Señor ha puesto delante de nosotros.

Un escritor del Ausbund escribió: Para ser como Cristo, nos amamos unos a otros, en todo, aquí en la tierra. Nos amamos unos a otros, no sólo con palabras, sino de hechos y en verdad… Si tenemos los bienes de este mundo (sin importar cuán mucho o cuán poco sea), y vemos a nuestro hermano padecer necesidad, pero no compartimos con él lo que hemos recibido gratuitamente, ¿Cómo podemos decir que estamos dispuestos a dar nuestra vida por él, si fuera necesario? Al que no es fiel en lo poco, y que todavía busca su propio bien que su corazón desea, ¿Cómo se le pueden confiar las cosas celestiales? ¡Mantengamos nuestros ojos en el amor!16

El año del Jubileo

Los anabaptistas hallaron la promesa de la comunidad cristiana en el Antiguo Testamento en el año de jubileo. Pedro Walbot escribió: Por seis años los israelitas podían cosechar sus cultivos, cada hombre por sí mismo, pero el séptimo año era el año de reposo, liberación, y jubileo. Se proclamaba que la tierra debía tener un Sabbath solemne para el Señor. En este séptimo año los israelitas no podían cultivar sus tierras. Todo lo que la tierra producía debía ser tenido en común y disfrutado por todo: por el padre de la casa y por sus siervos, por el ganado y por los animales salvajes de la tierra. Los esclavos debían ser liberados con toda clase de presentes y regalos, y el que había prestado dinero a su prójimo debía cancelar la deuda en este año de jubileo. Era un tiempo glorioso, como una fiesta de bodas, y era una figura del tiempo del nuevo pacto en Cristo. El verdadero año de jubileo es el año aceptable del Señor, como el profeta lo interpreta. Es el año cuando todos los que toda su vida han sido esclavos del diablo, son liberados. Lo celebramos teniendo en común todos los bienes que Dios nos ha dado por medio del amor cristiano, y disfrutándolo con nuestros vecinos, hermanos, y familia, no reclamando nada como nuestro, o para nosotros mismos. Ahora vivimos el año mucho más glorioso de jubileo que el del Antiguo Testamento. Vivimos en el año de la gracia.17

La comunidad del Reino

Los anabaptistas creían que el reino de los cielos viene a la tierra en la comunidad de aquellos que siguen a Cristo. Ambrosio Spittelmayr, antes de ser decapitado por su fe en 1527, escribió: Nadie puede heredar el reino a menos que sea pobre con Cristo, porque ningún cristiano posee nada propio, ni debe tener lugar dónde recostar su cabeza. Un verdadero cristiano no debe tener ni siquiera suficiente pedazo de tierra considerado suyo, en donde pueda posar un pie. Esto no significa necesariamente que debe dormir en los bosques y no tener un trabajo, o que no pueda tener tierras de labor o de pastar, o que no deba trabajar. Sencillamente significa que no debe pensar que estas cosas son para su propio uso y ser tentado a decir: esta casa es mía, este campo es mío, esta moneda es mía. Más bien, debe decir que es nuestro, como oramos “Padre nuestro.” Un cristiano no debe tener nada propio, sino que debe tener todas las cosas en común con su hermano, no permitiendo que sufra necesidad. En otras palabras, yo no debo trabajar para llenar mi propia casa, ni sólo para suplir mi des- pensa con comida, sino que más bien veré que mi hermano tenga suficiente, porque un cristiano se preocupa más por su prójimo que por sí mismo.18

Wolfgang Brandhuber, antes de su muerte en la masacre de Linz, había sido un maestro de escuela en la aldea de Burghausen, Baviera. Él promovió la idea anabaptista de “comunidad-casa,” donde la comida, los bienes, y el ingreso de todos los que viven bajo un solo techo, son tenidos en común. Él vivió en tal comunidad con su familia y con unos jóvenes que vivían con él, hasta su arresto en 1529. Él escribió:

Velen y guárdense de los falsos profetas que juntan alrededor de ellos a los hambrientos de dinero y resisten los mandamientos de Cristo. No les gusta que se les diga que vivan en el orden de Cristo. Les desagrada cuando descubren que cada persona en la comunidad no puede ser su propio tesorero (Secklmaister). Andan alrededor como hipócritas, contradiciendo la vida de Cristo y hablando en contra del orden establecido por sus amados apóstoles.

Estos falsos profetas dicen que no es necesario tener todas las cosas en común. Dicen que no es necesario que cada miembro les diga en amor a los otros cuánto tiene (o no tiene). No quieren que hombres se hagan responsables por la comunidad, del dinero de todos. Más bien, quieren conservar sus finanzas y manejarlas ellos. Yo digo que esto está mal. Donde Dios nos hace posible hacer eso, hay que tener todas las cosas en común para su gloria. Si compartimos las cosas más importantes (nuestra fe en Cristo), ¿Por qué no compartir lo que es menos importante (nuestros bienes terrenales)? No quiero decir con esto que debemos necesariamente llevar todo y apilarlo para todos. Eso tal vez ni sería apropiado en algunas situaciones. Pero el jefe de cada hogar, y todo aquel que en esa casa sea de la misma fe preciosa que él, debe trabajar para el fondo común (Seckl). Esto incluye a todos: al va- rón casado, al obrero joven, a la mujer, a las niñas, y a todo el que comparta la fe. Aunque cada hombre gana su propio sueldo (y Jesús dijo que el obrero es digno de su salario), el amor impele a todos a colocar sus ganancias en el fondo común (den Seckl); sí, es el amor lo que engendra esto.19

Ulrico Stadler, siervo de la Palabra en Austerlitz, quien huyó con un pequeño grupo a Polonia cuando los Kleinhaufer fueron dispersos por un tiempo en los 1530s, escribió:

Todos los dones y bienes que Dios da a los suyos deben ser tenidos en común con todos los otros hijos de Dios. Para ello necesitamos corazones sinceros, mansos, y dispuestos en Cristo. Necesitamos corazones que realmente crean y confíen en Dios y estén completamente rendidos a Cristo… La gente nos critica y dice que el Señor nunca nos ordenó directamente el tener nuestros bienes en común ni señalar administradores sobre las finanzas de la hermandad. Pero vivir así es en verdad servir a los santos. Es obra del amor. En Cristo aprendemos a perdernos nosotros mismos en el servicio de los santos, y a ser o volvernos pobres si otros pueden estar mejor. Para repartir tierras y bienes, y para despojarnos de nuestros derechos a la propiedad privada, se necesita Gelassenheit (rendición, resignación), y dar libremente al Señor y a su pueblo… Cada hermano servirá al otro, y trabajará, pero no sólo para sí mismo.20

Hans Hut escribió: Un cristiano debe tener todas las cosas en común con su hermano; esto es, no debe permitir que su hermano pa- dezca necesidad, porque un cristiano presta más atención a las necesidades de su prójimo que a las propias.21 Bernardo Rothman, que escribió gran parte del Verantwortung, publicado por Peregrino Marpeck y por los anabaptistas del sur de

Alemania, escribió: Esperamos que el espíritu de Gemeinshaft sea tan fuerte y glorioso entre nosotros, que la comunidad de bienes será practicada con un corazón puro por la gracia de Dios, como nunca se ha practicado antes. No sólo tenemos nuestros bienes en común bajo la supervisión de los siervos de las necesidades materiales, sino que también alabamos a Dios con un corazón y una inspiración a través de Jesucristo, y nos inclinamos a servirnos unos a otros en cualquier forma. Todos los que han servido a su propio materialismo y a la posesión de propiedad comprando, vendiendo, y trabajando por ganancia personal, o por interés, aun con incrédulos, y bebiendo y comiendo el sudor de los pobres por cuya labor hemos sido engordados, todo esto ha desaparecido completamente entre nosotros por medio del poder del amor y la comunidad.22

Pedro Walbot escribió: Profesar creer en una sola iglesia cristiana santa y en la comunión de los santos, es un artículo principal de la fe cristiana. Esta no es una profesión de comunión parcial, sino completa, tanto en los bienes y dones espirituales, como en los materiales. El que profesa creer en la comunidad de los santos, pero no vive en comunidad de bienes, es un mentiroso, y no un verdadero miembro de la iglesia del Señor.

¡Cuán difícil es para un rico entrar en el reino de Dios! Es más fácil para un camello entrar por el ojo de una aguja, que para un rico entrar el reino. Si Cristo no requiriese una rendición total, y una comunidad de bienes de parte del que desea la vida eterna y heredar los bienes celestiales, no sería difícil para el rico. Sería tan fácil para el rico, como lo es para el pobre, el entrar en el reino de Dios. 23

Leopoldo Scharnschlager, siervo de los hermanos en Suiza, escribió: Algunos que profesan la fe no son ni fríos ni calientes. Dicen que han sido bautizados con el Espíritu Santo y que son miembros del cuerpo de Cristo. Son ricos, pero no saben que son miserables, ciegos, pobres, y desnudos, y que el Señor los vomitará y expulsará. Algunos de estos han vuelto atrás y se han permitido ser arrastrados por los negocios y los tratos (gschaft und handel) de este mundo otra vez. Dicen que quieren poner un negocio por el bien de sí mismos y de sus hijos, pero al hacer eso, vuelven a amar el mundo del que una vez ya se habían apartado. Al hacer eso, vuelven a beber con su lengua lo que habían vomitado, y se dan a las codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición. Estos que quieren hacer dinero para sí mismos obstaculizan e impiden la obra del Señor, y lo hacen de tal manera que el conocimiento de la verdad no crece. En vez de volverse ricos en los bienes y dones celestiales, ellos causan que la comunidad se desanime y dormite, y se debilite en la fe y en la obra de Dios. Y finalmente, que se vaya a dormir con las cinco vírgenes insensatas.24

La avaricia y la propiedad privada

Constantemente en guarda en contra del peligro de “hacerse tesoros en la tierra,” (Mateo 6:19), los anabaptistas del sur de Alemania y Austria condenaban a los “males gemelos” de Geiz (avaricia) y eighentum (propiedad privada). Sin importar si vivían en comunidad espontánea, o en comunidad total de bienes, los anabaptistas de Alemania veían el poseer propiedad sólo para uno mismo, como algo pecaminoso. Ellos creían, como los primeros cristianos, que toda cosa que tenemos le pertenece a Dios y a nuestros hermanos. Leonardo Schiemer, bautizado y ordenado por Hans Hut, escribió antes de que lo decapitaran en Rattenberg, en el Inn: Quienquiera que se entrega a Dios bajo la cruz es un hijo de Dios. Pero esto no es suficiente. Él tiene que separarse de todos los que no se han entregado a Dios, y él debe practicar el amor y la comunidad con todos aquellos que sí se han entregado. Porque éstos son los más cercanos a él, y con ellos debe tener en común todos los dones recibidos por Dios, sean instrucción, habilidades, dinero, propiedad, o cualquier otra cosa. Lo que Dios le presta al cristiano, él debe invertirlo para el bien común.25

Hans Betz escribió: La comunidad de Dios se adhiere sólo a las costumbres de Dios. Su Gemeinschaft (comunión) y su verdadera paz se halla en Cristo Jesús. Como el pan hecho de muchos granos que todos se han vuelto un solo pedazo de pan, así es la comunidad de Dios, que se ha librado de la propiedad privada.

Ninguna persona puede vivir con un deseo por lo material en la comunidad de Dios. Donde hay avaricia, no está el Señor Jesucristo. La avaricia es del diablo. El diablo fue el primero en tomar eighentum (la propiedad privada) cuando se rebeló en contra de Dios, el Creador de la vida. Por esta razón, Dios lo echó fuera y lo consignó al infierno. El diablo quería ser como Dios (el Verdadero Dueño de toda propiedad), pero Dios no pudo tolerar eso… La historia nos cuenta acerca de la avaricia. Dios les dio a los israelitas el maná para comer. Pero aquellos que recogieron más de lo que necesitaban, lo encontraron lleno de gusanos… Ananías, movido por avaricia, mintió al Espíritu Santo, y Dios lo castigó. Judas, llevado por avaricia, terminó ahorcándose. De esta manera Dios castiga a los avarientos.

Toda cosa en esta tierra fue creada para ser gratis. El que reclama su propiedad privada rompe el mandamiento y se roba la gloria de Dios. Por esta razón, Él va a pagarles junto con el hombre rico en el lago de fuego. La comunidad de Dios, lavada en la sangre de Cristo, debe ser pura y santa. El que quiere estar en ella, tiene que purificarse, dando todo lo que tiene para ser usado sólo para la gloria de Dios. Él da a su prójimo como ha recibido: gratuitamente… ¡Oh, cuán agradable es ante Cristo Jesús cuando los hermanos viven juntos en unidad y tienen su propiedad en común!

Los miembros de Cristo comparten sus dones materiales y espirituales porque tienen en común el reino de Dios… Sólo ellos son la novia de Cristo… ¡Oh, comunidad de Dios, mantén puro tu matrimonio! ¡No te dejes arrastrar! Vuélvete del enemigo y de sus enseñanzas. No te dejes ser engañada, ni pongas atención a sus palabras. Aún si la serpiente trata fuertemente y por mucho tiempo de moverte, no te dejes mover. Siempre sigue a Cristo, y vivirás con Él para siempre…26

Los anabaptistas no pudieron continuar mano a mano con la manera del mundo de hacer sus negocios. Hans Hut escribió: Todos dicen que debemos de continuar con nuestros negocios de la misma forma que antes de nuestra conversión. Si esto es así, ¿por qué Pedro no siguió siendo pescador, y Mateo publicano, y por qué Cristo le dijo al joven principal que vendiera todo lo que tenía y lo diera a los pobres? Si es correcto que nuestros predicadores tengan grandes posesiones, entonces lo correcto para el joven rico era conservar sus posesiones también. ¡Oh, Zaqueo! ¿Por qué diste tu dinero de manera tan frívola? Pues de acuerdo con los predicadores, ¡pudiste haber conservado tu dinero, y aún así ser un buen cristiano!27

Equidad

Poderosos escritores y líderes del siglo dieciséis como Tomás Munzter en el sur de Alemania, y Miguel Sattler en Austria, guiaron a los anabaptistas a una igualdad en Cristo. Estos hombres tenían una convicción muy profunda de que la acumulación de bienes materiales era pecado. Creían que Cristo vino, entre otras cosas, a traer igualdad y paz a todos los hombres. Miguel Gaismair escribió acerca del reino de Dios en 1526:

Todas las murallas de las ciudades, así como todas las fortalezas de la tierra, serán derrocadas, para que no haya más ciudades, sino aldeas. Entonces no habrá distinción entre los hombres, y nadie se considerará más importante o mejor que los demás. La rebelión, la arrogancia, y la disensión surgen de las diferencias de rango. Pero debe haber absoluta igualdad en la tierra.28

Los anabaptistas hicieron de una equidad e igualdad humilde su ideal. Rechazaron la prosperidad, el rango, y el poder. Hans Her- got, ejecutado en Núremberg, Baviera en 1527, publicó un tratado que describía lo siguiente (aquí sólo aparece de manera sintetizada): Los tiempos del Antiguo Testamento eran, en el tratado de Hans, la “era del Padre.” Los tiempos del Nuevo Testamento, “la era del Hijo.” Y al final de los tiempos, debe haber una “era del Espíritu Santo” (el milenio.) Antes de que llegue esta era milenial sobre nosotros, hay “tres mesas en el mundo.” La primera es la mesa de la superfluidad. Está cargada y rebosando con mucho sobre ella. La segunda es la mesa de la moderación (de una pobreza soportable). Tiene apenas lo necesario para satisfacer toda necesidad legítima. La tercera es la mesa de la pobreza miserable. No tiene casi nada sobre ella. Pero la gente de la mesa de la superfluidad todavía sigue tratando de agarrar lo que pueda, de la mesa de la pobreza miserable. Entonces surge una lucha. Dios interviene y ambas mesas (tanto la de la superfluidad, como la de la pobreza miserable) son quitadas. Y todos deben sentarse en la mesa media de la moderación.29

Los anabaptistas tomaban literalmente las palabras de Pablo cuando escribió:

“Porque no digo esto para que haya para otros holgura, y para vosotros estrechez, sino para que en este tiempo, con igualdad, la abundancia vuestra supla la escasez de ellos, para que también la abundancia de ellos supla la necesidad vuestra, para que haya igualdad, como está escrito: El que recogió mucho, no tuvo más, y el que poco, no tuvo menos.” (2ª Corintios 8:13-15).

Después de citar esta porción de 2ª Corintios, Pedro Walbot escribió: Aquí el apóstol pone muy claro que el rico que viene a la comunidad no debe tener más que el pobre, y que el pobre no debe tener menos que el rico, sino que entre ellos debe haber igualdad y comunidad cristiana.30

Pedro Rideman escribió: Puesto que todos los santos tienen todas las cosas santas en común, y puesto que todos tienen a Cristo en común, no dicen ser suyo propio nada de lo que poseen. Dios no le da sus dones sólo a un individuo, sino al cuerpo entero de creyentes. Por lo tanto, deben ser compartidos con el cuerpo.

Lo mismo se aplica a las cosas naturales. No le son dadas a un solo hombre, sino a todos los hombres. Por causa de esto, la comunidad de los santos se muestra en las cosas terrenales, al igual que en las espirituales. Pablo enseñó que uno no debe tener abundancia mientras que el otro sufre necesidad, sino que haya igualdad de bienes… Uno puede ver en todas las cosas creadas, que Dios, desde el principio, no quiso que las cosas fueran poseídas de manera privada, sino que fueran tenidas en común. Fue sólo después de que el hombre cayó en pecado, que él reclamó las cosas como suyas propias. Entonces sus posesiones crecieron y el hombre se volvió materialista. A través de acumular estas cosas creadas, el hombre ha sido llevado tan lejos de Dios, que se ha olvidado de Él, y ha adorado a las cosas creadas en vez de adorar a su Creador… Las cosas creadas que están fuera del alcance del hombre, son todavía tenidas en común por todos los hombres: el sol, los cuerpos celestiales, la luz del día, y el aire que respiramos. Fue la voluntad de Dios que su creación fuera así. Pero la única razón por la que estas cosas son todavía tenidas en común por todos los hombres, es porque están fuera del alcance del hombre. Tan malo y tan avaro se ha vuelto el hombre que si fuera posible, no dudaría en adueñarse de esas cosas también.

El hecho de que las cosas creadas no fueron hechas para que pertenecieran al hombre en propiedad privada se muestra en que cuando morimos, dejamos atrás todo lo nuestro, para otros. No podemos adherirnos a una posesión o reclamo de propiedad permanentemente…

Puesto que las cosas de esta tierra no pertenecen a nosotros, la Ley dice que no debemos codiciarlas. Pertenecen a alguien más. No debemos poner la mira en las cosas de la tierra porque no son nuestras. El que quiere seguir a Cristo, tiene que abandonar su derecho a poseer las cosas creadas y su derecho a la propiedad privada, como dijo Cristo: “El que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.” Si un hombre desea ser hecho nuevo en la imagen de Dios, tiene que abandonar todo lo que se interpone entre él y Dios, incluyendo el lazo de la propiedad privada, porque no puede ser como Dios, si no se acerca a Él. Cristo dijo: “El que no reciba el reino de Dios como un niño, no puede entrar en él.”

El que se ha libertado de las cosas terrenales, pone su mano en lo que es verdadero, en lo que es de Dios. Cuando hace esto, estas cosas se vuelven su tesoro. Él pone su corazón en ellas. Se vacía de todo lo demás, no reclamando nada para sí mismo, sino considerando todo como perteneciente a Dios y a sus hijos como un todo.31

Mío y tuyo

Cuando mis hermanos mayores se casaron, mi padre siempre les dijo: “Ahora deben dejar de decir que esto es mío, y empezar a decir, es nuestro.” Los anabaptistas aplicaban el mismo principio, no al matrimonio, sino al bautismo en la comunidad del Señor. Pedro

Walbot escribió: En la era de la gracia, los hombres observan un gran Sabbath. Observan un Sabbath tras otro y llevan la vida más pacífica sobre la tierra porque dejan a un lado las palabras mío y tuyo, que no pertenecen a la naturaleza de las cosas. Estas palabras han sido causa de mucha lucha, y todavía lo son. ¿De dónde vienen las guerras y los pleitos?

¿De dónde vienen la contención y los combates? ¿Por qué hay tanta desunión y división? Todas estas cosas surgen por el deseo de poseer cosas y por reclamar como nuestras las cosas.

Los que son esclavos de las palabras mío y tuyo, esto es, de la propiedad privada, son amigos de la codicia. Las dos hijas de la vergonzosa avaricia se llaman Dame esto y Tráeme aquello.

Así como la tierra nunca se sacia de agua, y como el fuego nunca dice: “Basta,” y como el que sufre de hidropesía, se vuelve más sediento entre más bebe, así el diablo, la muerte, y el Hades, nunca están satisfechos. De igual manera, entre más tienen los hombres, más quieren. El que quiere mucho, necesita mucho. Esta es la más grande pobreza y la esclavitud más miserable sobre la tierra. Es de eso de lo que Cristo nos salva cuando llegamos a ser parte de su casa, cuando comenzamos el verdadero Sabbath, Pentecostés y Pascua. 32

Los bienes temporales (zetliche Guter) eran vistos como cosas necesarias, pero peligrosas al trabajar con ellas. Hans Brotli, que anteriormente había sido el pastor por parte de la iglesia estatal en Zollikon, Suiza, escribió a sus amigos en esa aldea antes de su ejecución como misionero anabaptista en 1530. Les advirtió que su amor por las posesiones materiales era lo que les dificultaba perma- necer fieles a sus votos bautismales: “¡Oh, ay de los bienes temporales! ¡Les obstruyen! Cristo lo dijo en su santo evangelio.”33 Leonardo Schiemer habló de aquellos que aman y reclaman los bienes temporales como suyos:

Oran: Danos hoy el pan de cada día. Pero tan pronto como Dios se lo da, ya no piensan más del pan como nuestro, sino como mío. No es suficiente para ellos preocuparse por el hoy, sino que se preocupan por el día de mañana, de manera contraria al mandamiento de Dios. Dios nos ordena no pensar en el día de mañana, pero ellos no sólo acumulan para el día de mañana, sino para todo el año; y no sólo para un año, sino para diez, veinte, y treinta años. Están preocupados no sólo por ellos, sino por sus hijos, no sólo por sus hijos, sino por cuando sus hijos crezcan y envejezcan.34

Comunidad de bienes voluntaria, no forzada

La mayoría de los primeros anabaptistas, a pesar de rechazar la propiedad privada, y creer en la comunidad de bienes, no vivieron en una Brüderhofe. La persecución hacía que hacer eso fuera difícil, pero además de eso, había en su Gemeinschaft (iglesia, comunidad), una libertad que les impidió hacer reglas acerca de la comunidad y de cómo exactamente debe esa enseñanza ser llevada a la práctica.35

Los anabaptistas de Augsburgo escribieron: La comunidad en Cristo es paciencia y amor. Funciona sin jefes o principales (Obrer), y no necesita subordinados o subalternos (Unterthanen). En esta comunidad, todos se hallan en un mismo nivel en Cristo.

Donde no hay jefes, no puede haber subordinados, sin embargo todos los cristianos están bajo el control de la voluntad de Dios en Cristo. 36

Gabriel Ascherham escribió: Algunos que ya se consideran cristianos, están siendo coaccionados o casi forzados a entrar en comunidad de bienes. Pero están dando sus posesiones antes de sentir la motivación interna de hacerlo. Están acatando esas órdenes con corazones pesados, sólo para obtener a cambio el reino de Cristo. Eso no está bien. No entran a la comunidad de bienes por amor o por los impulsos del Espíritu Santo. Están tratando de comprar su entrada al reino de Dios como Simón el mago. Entonces, después de que han entregado sus posesiones como si fuera una carga pesada, hay algunos que les aseguran que ya son hijos de Dios.

¡Oh, la seguridad miserable que viene de tratar de comprar la gracia de Dios con cosas exteriores!

Yo te digo, si puedes ser salvo sólo a través de la comunidad de bienes, nunca serás salvo. Porque la salvación no depende de las obras, sino de la gracia de Dios. Y el que está gozoso en Cristo (selig) no necesita que lo obliguen a compartir sus bienes con la comunidad. Viene naturalmente cuando la mente celestial empieza a tomar control de la naturaleza terrenal. De esta manera el ser humano entero, el hombre interior y el exterior, llega a ser uno en comunión con todos los que pertenecen a él.

Leopoldo Scharnschlager escribió: El ejemplo de los primeros cristianos a menudo es malentendido. Y por ello algunos tratan de hacer reglas, presionar, y arrinconar a la gente, llevándola por medio de lo que parece ser un modo humano y carnal de volverse “justo.” Debemos recordar que la comunidad de los primeros cristianos en Jerusalén fue totalmente voluntaria.

Incluso después de que los cristianos fueron dispersados, Pablo siguió enseñando acerca de dar las cosas materiales y acerca de la comunidad de bienes. Debemos buscar hacer esto según el patrón apostólico, sin forzar a nadie a entrar en esto, sino dejando que la gente sea guiada a ello… Algunos dicen que porque Cristo espera que todos vivan en comunidad de bienes, debemos requerirlo entonces con denuedo de todos. Pero el Espíritu Santo no quiere hacer la obra de esa manera. No es la obra del hombre llevar a otros a la comunidad, así como la comunidad en sí misma no es una obra hecha por la carne. No debemos actuar en la carne, sino en el Espíritu, siendo cuidadosos de no violar el libre albedrío del pueblo del Señor.37

Baltasar Hubmaier escribió: Un hombre siempre debe de tener una preocupación por el otro, que el hambriento sea alimentado, que el sediento tenga algo que beber, y que el desnudo sea vestido. Nadie es en verdad el dueño de lo que tiene, sino sólo el cuidador y distribuidor de ello. Pero por ningún medio debemos de tomar por fuerza lo que pertenece a otro y hacerlo común. Más bien, debemos estar dispuestos a dejar nuestra capa junto con nuestra túnica.38

Jorge Cajacob (Blaurock), cuando fue interrogado en la corte protestante en 1525, le dijo a Ulrico Zwinglio que él (Jorge) “enseñó a los creyentes a tener todas las cosas en común según el ejemplo de los apóstoles.” En una sesión de la corte un poco de tiempo después, explicó su declaración. Dijo que tener todas las cosas en común significaba compartir las posesiones gratuita y liberalmente con todos aquellos que las necesitaran. Félix Manz dijo lo mismo. Menno Simons perdió a uno de sus hermanos en la revuelta Munsterita de Holanda, donde el comunismo y la rebelión en contra del gobierno iban de la mano. Los campesinos, encendidos por falsos profetas, habían organizado una revuelta en contra de los ricos y habían tomado sus riquezas por la fuerza, para distribuirlas entre los pobres.

Menno se opuso fuertemente en contra de tal impía “comunidad de bienes.” Escribió en 1552:

Enseñamos que todos los cristianos son un cuerpo (1ª Corintios 12:13). Todos participan de un mismo pan. (1ª Corintios 10:18). Todos tienen un solo Dios (Efesios 4:5-6). Es razonable que entonces los cristianos se preocupen los unos por los otros. Todos los escritos santos hablan de la misericordia y del amor, la marca por la que los cristianos verdaderos son conocidos. “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos por los otros.” Juan 13:15.

No es normal para una persona que cuide una parte de su cuerpo y que deje el resto sin cuidar, y desnuda. No. La persona inteligente cuida de todos sus miembros. De esta manera es con la comunidad del Señor también. Todos los que son nacidos de Dios y que son llamados en un cuerpo, están dispuestos a servir a su prójimo, no sólo con dinero y bienes, sino también, como lo hizo Cristo, con la vida y con la sangre. Muestran misericordia tanto como puedan. Nadie entre ellos mendiga. Llevan extraños a sus casas. Consuelan a los afligidos, visten a los desnudos, alimentan a los hambrientos, y no vuelven su rostro del pobre.

Tal comunidad enseñamos, pero no que uno deba tomar y poseer la propiedad de otros…Más bien nuestra propiedad ha sido tomada de nosotros hasta cierto grado. Está siendo tomada. Muchos padres y madres piadosas están siendo puestos y puestas a muerte por la espada o por la hoguera. Obviamente, no podemos disfrutar libremente de una vida hogareña normal. Los tiempos son difíciles, sin embargo, ninguno de los que se han unido con nosotros, ni ninguno de sus hijos que han quedado huérfanos, han tenido que mendigar. Si esta no es la práctica cristiana, entonces olvidémonos del evangelio. También olvidémonos de los sacramentos y del nombre cristiano, diciendo que la vida de los santos es un sueño o una fantasía.39 La gran mayoría de los anabaptistas nunca formaron una Brüderhofe. Pero aquellos pocos que sí lo hicieron, se ganaron el respeto de la sociedad. Un testigo ocular los describió en 1568: Nadie estaba parado sin nada que hacer. Todos hacían lo que se les pedía que hicieran, lo que cada quien sabía hacer y era capaz de hacer. No importaba si uno era noble, rico, o pobre. Hasta los sacerdotes que se unieron a la comunidad aprendieron a trabajar… todos, sin importar de dónde eran, trabajaban por el bien y provecho de todos. Se echaba una mano de ayuda donde se necesitaba; no era sino un cuerpo completo en el que todos los miembros se sirven unos a otros.

Era como un reloj, donde cada pieza del mecanismo y rueda dentada mueve a la otra, y todo resulta de manera ordenada; o como una colmena de abejas, donde todas trabajan juntas, algunas haciendo miel, otras haciendo cera, y otras llevando el néctar a la colmena… En todo esto, tenía que haber orden. Sólo a través del orden, puede el trabajo continuar, especialmente en la casa de Dios donde Cristo mismo es el que dice lo que debe ser hecho. Donde no hay esto, todo termina en caos: Dios no puede vivir allí y entonces todo se destruye.40

La comunidad de bienes puesta a prueba

Mucho después de que el movimiento anabaptista comenzara a declinar en todas partes, las comunidades de Moravia siguieron prosperando de manera fenomenal. Se enviaban mensajeros cada año, que traían a las comunidades nuevos convertidos. En 1535, el rey Ferdinando de Austria desterró a los anabaptistas. La comunidad de Austerlitz huyó. Ulrico Stadler y otras familias con él, huyeron a Polonia. Jakob Wideman huyó con un pequeño grupo a Austria, donde fue capturado, torturado, y matado en Viena, por las autoridades católico romanas.

Miguel Schneider, de la comunidad Felipita de Auspitz, escribió desde la prisión en Passau, Baviera:

Clamamos a Ti, Dios y Señor, y te confesamos nuestra angustia y dolor aquí en la torre y cepo en que nos han puesto. Teníamos un lugar agradable. Tú nos dejaste ver tu tesoro: el gran tesoro que nos has dado de la vida eterna, por el que nos esforzamos. Ese tesoro es la Gemeinschaft que se tiene en tu comunidad cuando vivíamos todos juntos, guardando tu Palabra de tal manera que ninguna persona falsa aguantaba vivir entre nosotros. Teníamos todas las cosas en común. Nadie decía: “Esto es mío.” Compartíamos todo.

Tus hijos estaban contentos de vivir de esta manera, pero Satanás no nos dejó solos… nos ahuyentó y ahora nos aflige sin misericordia, diciendo: “Apártense de su herejía, de este error y de esta gentuza que los ha descarriado. Les devolveremos sus bienes. Sólo vuélvanse de su herejía y vivirán.” Pero, oh, Dios, no queremos hacer eso. Si nos cuesta nuestro cabello, nuestro cuerpo, nuestros hijos, nuestra esposa, permaneceremos contigo.

Tú nos darás todo de vuelta otra vez en la Tierra a la que guiarás a aquellos que no toquen lo inmundo y que no se aparten de este Camino.41

Por cuatrocientos años después de esto, las comunidades de Moravia y Eslovaquia sufrieron gran tribulación. Los ejércitos católico romanos, protestantes, y turcos, pasaban por el área vez tras vez. Quemaron comunidades. En un día el cielo se oscureció después de que los turcos quemaran veinticinco Brüderhofes al mismo tiempo. Los soldados mataron a los varones y echaron fuera de sus casas a las mujeres y a los niños, en el mero invierno. Buscaron abrigo en las maderas de los bosques, y cavaron redes de túneles subterráneos para escapar de sus enemigos. Los soldados turcos arrastraron a los niños, atándolos por los pies para lanzarlos a sus sillas de montar, uno en cada lado con sus cabezas colgando, y galoparon fuera, para llevarlos y venderlos como esclavos. Violaron a las mujeres, los niños, y los adolescentes de ambos sexos en público. Desnudaron, torturaron, y mutilaron a los varones, chamuscando su cabello, colgándolos por los genitales, golpeándolos, y destazándolos en frente de sus esposas e hijos, hasta que murieron. Robaron el alimento, los animales, las herramientas, y la ropa de la comunidad. Sólo un pequeño remanente sobrevivió y logró huir a través de las montañas de Hungría, para Rumania y Rusia.42

Pero a pesar de enfrentar la violencia más brutal, el mayor mandamiento del amor, no murió. Mientras que vivían en comunión con Cristo, los anabaptistas compartían todo lo que tenían, y Cristo los guió….

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