Introducción

Recuerdo muy bien la primera vez que me enfrenté con la adusta comprensión de darme cuenta de que yo era menonita y distinto. Mi amigo de cuarto grado, Gregory, y yo, estábamos viajando de la escuela pública a casa, en el autobús. Estábamos hablando acerca de nuestro futuro, de cómo seríamos amigos para siempre y haríamos cosas juntos cuando creciésemos.

Entonces él empezó con entusiasmo a planear actividades que desde mi niñez yo sabía que eran mundanas. Ansioso por salvar nuestra amistad de por vida, me volví a Gregory y le dije: “Tendrás que dejar tu iglesia y volverte menonita cuando crezcas.” Así, la inevitabilidad de nuestra manera de vivir hizo su impresión en mi mente de ocho años. Un año después, yo tomé la decisión de seguir a Cristo. Por supuesto, Gregory nunca se unió a mi iglesia, y hasta ahora no sé su paradero.

El tema de la separación del mundo era muy honrado en el Valle Cumberland de Pennsylvania, el lugar de mi crianza. Pero asumí erróneamente que, excepto por nuestra sencillez, creíamos las mismas cosas que todos los cristianos creen. Una tarde en la Iglesia Menonita de Chambersburg, donde yo era miembro, un predicador me sacudió con una figura muy gráfica de mi herencia histórica de anabaptistas. Quedé tan conmocionado que aun haberse pasado cuarenta años, puedo todavía ver al hermano Irvine

Martin colocándose en la orilla de la plataforma para demostrar cómo sumergieron y sacaron en el agua una y otra vez la cabeza de Félix Manz antes de ahogarlo, para forzarlo a retractarse de su fe. Luego el predicador nos mostró cómo ataron sus manos con sus rodillas, colocaron un palo en medio para mantenerlas unidas y luego lo echaron al agua mientras que su madre anabaptista le gritaba palabras de ánimo desde la orilla del río Limmat. Desde ese momento supe que mi destino se orientaría a la fe que Félix Manz abrazó, aunque apenas si entendía lo que eso significaba. Varios años después visité Zúrich, Suiza, y me paré de frente al río Limmat en el lugar donde ocurrió la ejecución de Félix Manz. Para entonces, ya sabía que fueron los reformadores protestantes, y no los católicos, los que se opusieron primeramente a nuestros ancestros anabaptistas de Zúrich. Me di cuenta de que los asuntos de choque en esa época eran la livii bertad de consciencia, la separación iglesia-estado y el bautismo de adultos. Sabiendo que esos asuntos ya no representaban un problema en la tierra libre y soberana de Estados Unidos de Norteamérica, otra vez asumí erróneamente que sólo nuestro estilo de vida y nuestra no-resistencia nos distinguían de nuestros vecinos, que en realidad profesaban las mismas verdades fundamentales de la fe que nosotros. Esa falsa suposición era apoyada por muchos comentarios acerca de sermones que versaban sobre nuestras “doctrinas gemelas distintivas” (la separación del mundo y la no resistencia). Parecía que éramos biblistas, al igual que los fundamentalistas alrededor nuestro, excepto por dos distintivos. Desafortunadamente, mi suposición falsa era una realidad en las creencias y la vida práctica de muchos en la iglesia. Pero no me di cuenta de eso de inmediato. Entretanto, yo enfrentaba una crisis espiritual que obliteraba pensamientos de historia y herencia. Dudas agonizantes acerca de mi salvación me llevaron finalmente en desesperación a rendir toda mi vida incondicionalmente a Jesús como mi Señor.

Rebosando con nueva motivación y con poder del Espíritu Santo, empecé mi búsqueda de realidad. Las Escrituras llegaron a ser un deleite absorbente para mí e hice el propósito de mi vida dominar el Libro. Luego nuevos movimientos en la comunidad empezaron a desafiar el movimiento dentro de la iglesia. Predicadores fervientes hacían llamados a regresar a “lo que dice la Biblia.” Tendríamos avivamiento si teníamos “creencias escriturales,” “estándares escriturales,” e “iglesias escriturales.” Se nos decía que el genio de nuestros antepasados anabaptistas, era su insistencia en sola scriptura (sólo la Biblia). Al principio, estuve de acuerdo. Sonaba muy bien. Ciertamente, obedecer a Dios significa obedecer la Biblia. Pero algo parecía faltar…

El secreto de mi vida nueva era mi pasión por moldear mi vida según Cristo, no tanto mi preocupación por el texto. Para mí, el texto no era el fin en sí mismo, sino un medio para el fin: el de aprender a conocer los pensamientos, sentimientos y la voluntad de mi Señor. Pero veía a mucha gente con buenos deseos quedándose atascada en el texto. Y luego los desacuerdos giraban siempre en torno qué y quién era “escritural.” En medio de la confusión que seguía, una cosa se hizo clara. Mucha enseñanza sincera y mucho debate se enfocaba en afilar nuestras ideas “escriturales” de la Biblia, pero no en el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo mismo. viii

En donde más claramente pude ver esta discrepancia, fue en nuestras conclusiones “escriturales” acerca de mammon (las riquezas). La exposición “bíblica” era impresionante. La exégesis ponía cada pasaje en su lugar apropiado. Nadie podía hallar falla alguna con tal lógica “escritural.” Había sólo un problema: la conclusión no encajaba con la pobreza de Jesucristo mismo, ni era fiel a Sus tantas enseñanzas tan claras sobre el tema, a pesar de que las habíamos explicado todas “escrituralmente.” Era un descubrimiento clave, divisorio y decisivo. Ser “escritural” no garantiza que seamos semejantes a Cristo, el punto entero y más importante de ser cristiano.

Con nuevos oídos empecé a escudriñar las enseñanzas alrededor de mí. El llamado a obedecer la Biblia, a obedecer a la Iglesia y a separarse del mundo era fuerte y claro. Pero un llamado primario a enfocarse en el ejemplo de Cristo para seguirlo casi ni se oía. Las raras alusiones a conformar nuestra vida a Cristo en todo eran por lo general periféricas a otras preocupaciones primarias. Obviamente se asumía que el tener los versículos en orden y correctamente interpretados nos haría cristianos. Finalmente me volví a los anabaptistas. ¿Era el biblismo su secreto? Para mi sorpresa, encontré que los protestantes eran los biblistas, insistiendo en que la gente se volviera de los dogmas de la Iglesia Oficial, a la autoridad final de la Biblia. Martín Lutero le dio a la gente la Biblia en alemán para que la leyeran por sí mismos. Zwinglio predicó de los evangelios versículo por versículo. Entre ellos, debatieron con amargura acerca de cuál era el verdadero significado del texto. Todo eso me sonaba tan conocido. Entonces, ¿Qué hicieron de diferente los anabaptistas?

Ciertamente, los anabaptistas también se volvieron en serio estudio a la Biblia. Pero ellos fueron “más allá de las páginas sagradas” para enfocarse en la Persona que las Escrituras se proponen revelar. Para ellos, la apelación, súplica y autoridad final era solo Christus (sólo Cristo). Un discipulado radical y creíble era su poderoso tema, no un biblismo estéril que de hecho finalmente pierde de vista la vida de la Persona. Ellos veían las Escrituras como una “palabra externa” que llevaría al buscador genuino a la “Palabra interna,” que es Cristo. Era la confirmación que yo necesitaba para la convicción que el Espíritu Santo me había dado. Aquí yace el gran distintivo del anabaptismo. El “evangelio” de los fundamentalistas se enfoca en el texto, manipulando los versículos para lograr teologías adecuadas. En algún punto del camino, adoptamos ingenuamente su énfasis. La única diferencia es que nos adherimos fielmente a nuestras “doctrinas gemelas distintivas.” Pero es obvio que eso no es suficiente para salvarnos, y la mayoría de los amigos de mi niñez finalmente fueron arrastrados hacia dentro del campo de los reformadores protestantes biblistas. La brecha entre la teología de la reforma y el anabaptismo es anchísima. Es la diferencia entre un biblismo mal guiado y la Verdadera Palabra de Dios.

Nuestros críticos dirán: “Pero no debe haber diferencia entre las Escrituras y la Palabra.” El escritor de este libro está de acuerdo con esto. De hecho, la gloria de esa unión poderosa, así como la tragedia de su separación, se muestra en esta historia.

Peter Hoover no nos ha dado una historia de los anabaptistas. Puedes leer esa historia en muchos otros volúmenes por otros. Sin embargo, en este libro, conocerás a los anabaptistas en sus luchas por vivir como Jesús viviría en contra de la gran oposición biblista que recibían. La fuerza de la presentación del hermano Peter Hoover yace en dejar que los anabaptistas hablen por sí mismos. Obviamente, esas citas han sido seleccionadas, y sin duda reflejan la tendencia del autor (como todos los libros). Sin embargo, siempre se invita al lector a investigar y a juzgar la verdad por sí mismo. ¿Realmente hemos seguido a Cristo tan apasionadamente como nuestros ancestros? ¿O su prístino ejemplo ha sido oscurecido por muchas invenciones “escriturales” que ellos hubieran rechazado en el acto, de manera absoluta? ¿De verdad nuestro énfasis en la iglesia nos lleva a experimentar la visión anabaptista única de comunidad? ¿Era “el secreto de su fuerza” lo que asumimos hoy en día?

Seguramente este libro provocará mucho diálogo fresco y vigoroso. Desafiará suposiciones de ya hace mucho tiempo acerca de lo que significa ser un anabaptista. Algunos verán esto como peligroso y amenazante. Otros serán animados a enfocarse con nueva pasión en la Persona y el Ejemplo de Jesucristo. Con una ferviente oración de que esto último sea el propósito y lo que produzca en ti este libro, te invitamos a considerara la historia que ahora tienes en tus manos. John D. Martin Chambersburg, Pennsylvania 8 de noviembre de 1997.

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