CAPÍTULO 7
LOS MÁRTIRES DE 1531-40 d.C
Lutero, Zwinglio y Calvino contra los mártires anabaptistas
El segundo edicto emitido por el consejo de Zúrich, en el cual los anabaptistas son amenazados con la muerte, 1530 d.C.
En las iglesias de Zwinglio (de línea protestante), desde sus inicios ha habido un gran odio contra los llamados anabaptistas, lo cual se evidencia por la tiranía que mostraron hacia ellos desde sus primeros años de surgimiento. Dicho abuso se prolongó y llegó al extremo que, en el año 1530, emitieron un edicto muy semejante a los decretos sangrientos de los emperadores romanos. A continuación se transcribe literalmente:
“Por tanto, ordenamos estrictamente a los habitantes de nuestro país y a aquellos que de alguna manera están en contacto con ellos (los anabaptistas); particularmente a los magistrados de alto y bajo rango, oficiales, jueces y autoridades eclesiásticas: Si oyen de algún anabaptista, infórmennos. Que en ningún lugar sean tolerados, sino arrestados y entregados a las autoridades. Pues hemos decidido castigar con la muerte a los anabaptistas y a los que se unen a ellos. Castigaremos sin misericordia según lo que merecen a quienes no los reportan ni los traen como prisioneros; puesto que, violarían la fe y el juramento con el cual juraron a sus autoridades”.
Los mártires y su celo para difundir el mensaje de Cristo 15
Menno Simons, un líder anabaptista, dijo: “Predicamos donde podemos, tanto de día como de noche; en las casas y en los campos; en bosques y en terrenos baldíos; en este país y en el extranjero; en prisiones y en cadenas; desde el agua, el fuego y la estaca; desde la horca y sobre la rueda; ante príncipes y señores; oralmente y por escrito, arriesgando posesiones y vida. Hemos hecho esto ya por varios años sin cesar.”
Entre más se acrecentaba el gozo de los anabaptistas en el Señor y entre ellos como hermandad, y entre mayor era su deseo de traer almas a la comunidad con Cristo, más terrible era la persecución que enfrentaban. Lutero los llamó Schwarmer (un enjambre malo). Tanto los protestantes como los católicos los llamaron bichos, chusma, pandilleros, y ladrones. Sebastián Frank escribió en 1531: “Los anabaptistas se multiplican tan rápido que su enseñanza pronto ha cubierto la tierra… Han ganado a muchos y bautizado a miles… Crecen tan rápido que el mundo teme que se levante una insurrección organizada por ellos, pero yo sé que ese temor infundado no tiene justificación alguna.”
Wolfgang Capito, un líder protestante en Estrasburgo, escribió en 1527: “Francamente confieso que en la mayoría de los anabaptistas se puede ver sólo la piedad y la consagración. Son celosos de tal manera que no puede uno sospechar que haya entre ellos hipocrecía. ¿Qué ganancia terrenal esperan recibir por soportar exilio, tortura, y un castigo inenarrable de la carne? No es por falta de sabiduría que ellos se muestran indiferentes hacia las cosas terrenales. Es por su motivación divina.”
Cristina Haring, 1533
En el año 1533, una hermana llamada Cristina Haring, fue arrestada y luego atada a una cadena. Ella permaneció firme en la fe. Pero ya que estaba embarazada y pronto iba a ser confinada, le permitieron ir a su hogar hasta que diera a luz a su bebé. Aunque ella sabía que iba ser detenida otra vez, no huyó; al contrario, permaneció con osadía en el mismo pueblo. Y cuando vio al oficial venir, Cristina salió para recibirlo y le preguntó qué deseaba. Él respondió: “He venido para llevarte otra vez”. Y de este modo la llevaron a la ciudad de Kitzbul, donde, corto tiempo después, le quitaron la vida con la espada (lo cual no se solía hacer con una mujer). Su cuerpo fue después quemado.
Esta mujer valiente y heroica dejó atrás a su esposo, a su hijo recién nacido y todas las cosas temporales, fortaleció su corazón de mujer. De esta manera cumplió su voto al Señor; y gozosamente, con su lámpara ardiendo y su luz brillante, fue a encontrarse con Cristo su novio. Muchos se llenaron de asombro.
Hans Estiert y Peter, 1538
Cerca de este año hubo dos vecinos en Miredor, Flandes, uno llamado Hans y el otro Peter. Estos dos jóvenes, buscadores de Dios, residían con sus padres en este pueblo. Y como mostraban celo por las cosas de Dios, compraron una Escritura y pronto percibieron que la fe, según las enseñanzas de Cristo, era una señal de haber sepultado los pecados pasados y levantados con Cristo para caminar en una nueva vida, y los creyentes y regenerados tenían que recibir el bautismo en agua.
Y puesto que estos dos jóvenes lo deseaban, viajaron a Alemania para buscar a otros cristianos. Pero como no hallaron a ninguno, regresaron a casa, donde buscaron al Señor su Dios con toda honestidad, haciendo mucho bien a los pobres y diciendo como Zaqueo que si ellos hubiesen defraudado a alguno, lo devolverían cuadruplicado. Y cuando los católicos ciegos, seguidores de los papas, quienes odiaron más amargamente la luz de la verdad, al darse cuenta del estilo de vida de estos dos corderos, los apartaron de las casas de sus padres y los encarcelaron en otro pueblo.
Cierto día, cuando sus hermanas vinieron a traerles algunas prendas finas a la cárcel, ellos les dijeron que si las recibían, no podrían protegerlas de los gusanos, los cuales se arrastraban entre sus alimentos, ropas y cuerpos.
Hans fue una vez liberado de la prisión, pues se había enfermado gravemente. Y aunque ya había obtenido su libertad, voluntariamente regresó a la prisión, deseando alegremente morir al lado de su querido hermano Peter por el nombre de Cristo.
Después de cierto tiempo ambos fueron llevados para ser ejecutados. Peter, el cual caminaba primero hacia su muerte, fijando su mirada al cielo, atrevidamente gritó a Hans, diciendo: “Pelea valientemente, mi querido hermano; pues veo los cielos abiertos frente a nosotros”
Juntos fueron sometidos a la muerte por medio de la espada en el pueblo de Vinderhout. Cuando sus padres llegaron allí, inquiriendo por sus hijos, los pobladores les informaron que ambos ya habían sido ejecutados con la espada. Así, dichos padres fueron privados de sus hijos por estos tiranos.
Lutero, Zwinglio y Calvino contra los mártires anabaptistas 16
En la Dieta de Augsburgo el 25 de Junio de 1539, los gobernantes y líderes de la iglesia de la Alemania protestante se reunieron para definir la Confesión de Fe de Augsburgo. Entre sus posiciones “balanceadas” y “racionales” basadas en las Escrituras, la confesión declara:
Se enseña entre nosotros que todos los gobiernos del mundo y todas las reglas y leyes fueron instituidas y ordenadas por Dios por causa del orden, y que los cristianos pueden, sin pecar, ocupar cargos de oficio civil, o servir como príncipes y jueces, tomar decisiones y sentenciar de acuerdo con las leyes imperiales y de otra índole existentes, castigar a los hacedores de maldad con la espada, involucrarse en la guerra, servir como soldados, comprar y vender, tomar los juramentos requeridos, poseer propiedades, casarse, etc.
Aquí están condenados los anabaptistas, quienes enseñan que ninguna de las cosas indicadas anteriormente es cristiana. También condenados aquí están los que enseñan que la perfección cristiana requiere de abandonar el hogar y la casa, la esposa y los hijos, y la renuncia a tales actividades mencionadas anteriormente. Realmente, la perfección verdadera consiste solamente de un temor de Dios, porque el evangelio no enseña un modo de existencia externo y temporal, sino interno y eterno, y una justicia de corazón.
Después de otras cinco condenaciones en contra de los “anabaptistas, donatistas y novacianos,” la Confesión de Augsburgo fue firmada por los príncipes alemanes. Pero los anabaptistas no les prestaron atención. Ellos seguían a Cristo.
También, en el lejano sur, en la Suiza protestante, Ulrico Zwinglio y Juan Calvino también se preguntaban cómo tratar con “la pestilencia anabaptista.” En una carta a Vadián (el cuñado de Conrado Grebel) Zwinglio dijo: “Mi lucha contra la antigua iglesia (el catolicismo) fue un juego de niños en comparación con mi lucha contra los anabaptistas.” Juan Calvino, en su Breve instrucción para armar a aquellos de la fe sana en contra de los errores de los anabaptistas, escribió:
Estos miserables fanáticos no tienen otra meta más que poner todo en desorden… Se descubren ser los enemigos de Dios y de la raza humana… Si no es correcto para un cristiano el ir ante la ley contra ninguno para arreglar agravios relacionados con posesiones, herencias, y otros asuntos, entonces pregunto a estos buenos maestros, ¡¿Qué será de este mundo?!
Los anabaptistas no le contestaron a Juan Calvino con otro tratado. Le contestaron con sus vidas.
Gran persecución en Austria: condenados a la esclavitud en la galera, 1539
La iglesia se había establecido por un corto tiempo en Einsterborn, Austria; y habiendo aumentado en número, Satanás, la antigua serpiente, no pudo soportar verla. En su ira suscitó a los hijos de la maldad, especialmente a sus siervos los sacerdotes, los cuales acusaron injustamente a estos piadosos cristianos ante el rey Fernando. Éste envío al supervisor de los tribunales de Viena con muchos hombres a caballo. Éstos llegaron en multitud y se precipitaron sobre los cristianos de Esteinborn en la noche del 6 de diciembre; y encerraron a todos los hombres en un cuarto y a las mujeres en otro. Su principal propósito fue arrestar a los líderes para obtener dinero del pueblo, pero no los hallaron, ni tampoco encontraron dinero a pesar de haberlo buscado en todo rincón. En su tiranía arrestaron a seis personas, algunos niños y una mujer embarazada. Estos hermanos estuvieron listos para ofrecer sus cuerpos y vidas a Dios ya sea por medio del fuego o la espada.
En la noche, en tanto la persecución tomaba lugar, algunos cristianos vinieron a sus opresores con el propósito de hacerles saber los fundamentos de su iglesia y de sus vidas. De esta manera, cerca de ciento cincuenta hermanos fueron encerrados y encarcelados en el castillo de Falkenstein. Desde aquí, escribieron una carta a la iglesia, dirigida especialmente a los que aún no habían recibido el pacto de gracia del bautismo y a los que habían apostatado de la verdad, exhortándoles que si por el testimonio del Señor se unieran a Él en todo sufrimiento, angustia y dolor, lo cual les sobrevendría, serían considerados sus compañeros en el reino de Cristo.
Inmediatamente después la iglesia respondió afirmando que todos estaban de acuerdo con aquella carta y deseaban demostrar un testimonio honesto de la verdad, sufrir y dar sus vidas por ella y así llegar a ser compañeros. Cuando los hermanos que se encontraban en la cárcel recibieron esta respuesta, confiadamente se entregaron al Señor.
En la noche de navidad, sus enemigos les preguntaron en qué se basaba su esperanza y donde se encontraban sus riquezas y su dinero. Ellos respondieron que Cristo era su única esperanza y tesoro. Así permanecieron bajo custodia, hasta que al principio del año siguiente, los encargados del Rey y el Almirante imperial vinieron para examinarlos. Pero ya que confesaban la verdad con firmeza, rápidamente fueron encadenados de a dos. Allí se hallaban presentes, una gran cantidad de mujeres creyentes que llegaron al castillo, pues los ciento cincuenta que allí estaban siendo examinados, serían llevados al mar en marcha por Austria e Italia del norte hacia el puerto de Trieste, sentenciados a una muerte prolongada de remeros en las galeras contra los turcos.
Algunos oraban y suplicaban al Dios Altísimo que guardara a sus hermanos encarcelados de caer en el error y pecado tanto en el mar como en la tierra. Y les dé una mente firme para perseverar hasta el fin. Interrumpiendo esta oración, el Vicerrector del Imperio Español allí presente, ordenó que sacaran a todos los que habían venido al castillo para ver a los prisioneros. Entonces ellos comenzaron a despedirse con muchas lágrimas, amonestándose afectuosamente a adherirse firmemente al Señor y a su verdad. Una y otra vez se encomendaban a la protección de Dios, sin saber si ésa era la última vez que se iban a ver. De este modo, el hombre y su esposa se separaban el uno del otro y dejaban atrás a sus pequeños hijos.

Fue tan conmovedora esta despedida que el Mariscal del Rey y otros como él no podían contener sus lágrimas. De esta manera, noventa de ellos fueron conducidos de dos en dos desde la torre hacia el barco, después de haber sido encarcelados por más de cinco semanas en Falkenstein. En tanto, desde las paredes del castillo, las mujeres veían a los hermanos con mucha tristeza, hasta que en la distancia desaparecieron de sus vistas.
Después de este acontecimiento, ellas retornaron a los lugares donde vivían. Y los hermanos que no fueron llevados al mar, debido ya a sus cuerpos enfermos o a su edad joven, permanecieron como prisioneros en el castillo. Desde entonces, algunos de los más jóvenes sirvieron de esclavos a los nobles de Austria.
El gran conflicto de estos cristianos se debió simplemente a que ellos testificaron en el reino del anticristo contra la idolatría y la vida injusta de los sacerdotes.
NOTA: Algunos que viajaron al mar como prisioneros, lograron escapar del puerto de Trieste y volvieron a la iglesia de Austria, predicando en su camino de regreso por los pueblos italianos. Otros fueron recapturados y nunca se volvió a oír de ellos.
“Oh Dios, considera la miseria de tu pobre pueblo en estos últimos días en la tierra. Ten misericordia de ellos y ayúdalos en el amor de tu santo nombre, porque tú les has encargado de dar un testimonio fiel en este mundo. Padre santo, fortalece y capacita a tu pueblo, lucha por ellos y sé su capitán… no permitas que los avergüencen. Alabado sea tu nombre a través de ellos y guíalos a tu verdad, permaneciendo firmes hasta el final.”
Espantosamente odiados sin causa 17
Atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos; los anabaptistas llevaban en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que su vida se manifestara en ellos. 2 Corintios 4:8-11. Menno Simons, un obispo en Holanda, escribió:
Con mi esposa e hijos he soportado miseria y persecución ya por dieciocho años… Mientras ellos (los predicadores protestantes) reposan en camas con almohadas suaves, nosotros nos escondemos en esquinas apartadas y remotas. Mientras ellos oyen música en banquetes y bodas, nosotros oímos a los perros ladrando, advirtiéndonos de un arresto inminente. Mientras que a ellos se les saluda como Doctor, Señor, y Maestro, nosotros somos llamados anabaptistas, predicadores nocturnos, engañadores y herejes. La gente nos saluda en nombre del diablo. Mientras ellos son recompensados por sus servicios con buenos ingresos, nosotros recibimos como pago sólo el fuego, la espada y la muerte.
Leonardo Schiemer escribió:
Estamos dispersos como ovejas sin pastor. Hemos dejado nuestras casas y tierras y hemos llegado a ser como lechuzas o pájaros nocturnos en parajes muy distantes. Andamos furtivamente en los bosques. Los hombres nos localizan con sus perros, luego nos llevan de vuelta al pueblo como corderos. Allí hacen un espectáculo de nosotros y dicen que seremos culpables si se levanta una insurrección. Somos contados como ovejas de matadero. Nos llaman herejes y engañadores.
Oh, Señor, ninguna tribulación es tan grande que pueda alejarnos de Ti… Gloria, triunfo y honor son tuyos desde ahora y hasta la eternidad. Tu justicia siempre es bendecida por la gente que se reúne en tu nombre. ¡Vendrás otra vez a juzgar la tierra!
Cristóbal Bauman, un anabaptista suizo, escribió:
¿A dónde iré? Soy tan ignorante. Sólo a Dios puedo ir, porque sólo Dios puede ser mi ayudador. Confío en Ti, mi Dios, en toda mi angustia. Tú no me abandonarás. Estarás conmigo, incluso hasta la muerte. Me he entregado y encomendado a tu Palabra. Es por eso que he perdido el favor de toda la gente en todo lugar. Pero por perder el favor del mundo, he obtenido el Tuyo. Por lo tanto digo al mundo: ¡Fuera contigo! Seguiré a Cristo.
Ya fue suficiente, mundo; el largo tiempo que anduve flotando en ti, oh mar traicionero. Me engañaste por mucho tiempo. Me retuviste. Mientras era esclavo del pecado y le hacía daño a Dios, me amabas y me honrabas. Pero ahora me odias. He llegado a ser un espectáculo para el mundo. Todos en todo lugar gritan: “¡Hereje!” Porque amo la Palabra de Dios. Pero no tengo mayor tesoro que la Palabra de Dios, así que no me dejaré ser arrastrado y alejado de ella, de mi Dios y Señor. Seguiré siendo “obstinado.”
No tengo lugar para morar aquí en la tierra. Adonde vaya, tengo que ser castigado. La pobreza es mi destino. La cruz y el sufrimiento son mi gozo. Las cadenas y el encarcelamiento han llegado a ser mi vestidura.
Ni entre los animales del bosque hallo descanso. La gente me persigue allí también, o me expulsa. No puedo entrar en ninguna casa. La gente no me lo permite, o me echa fuera. Debo ocultarme, desaparecer, gatear como un ratón. Todos mis amigos me han abandonado. Todas las calles están cerradas para mí. Le gente está determinada a capturarme tan pronto como me encuentre. Sufro en sus manos. Me golpean con palos. Me odian sin causa.
La gente me da las migajas de su mesa con desprecio. No me permiten beber agua de sus pozos, y no quieren que disfrute ni la luz del sol. No tengo paz entre ellos. No me dejan pasar de su puerta. Se avergüenzan de mí porque he decidido seguir a Cristo.
Soy vendido en manos de mis enemigos y traicionado por todos aquellos a los que les he hecho bien. Los he servido con gozo día y noche. Pero ahora me llevan como cordero al matadero. Yo busqué su salvación, pero ellos rechazaron mis esfuerzos. Me maldicen y me echan por ello. Me echan al dolor… fuera de sus casas, campos, y bosques. A donde llego, me expulsan. Me tratan brutalmente. Me cazan como a un venado. Me ponen trampas y me buscan, listos para golpearme en la cabeza, atarme, y apuñalarme. Me veo obligado entonces a abandonar mi casa y abrigo, y salir a la lluvia y al viento.
Incluso los que quieren parecer cristianos me condenan. Por causa del nombre de Dios me han expulsado de su iglesia. Las masas hipócritas me llaman loco. Dicen que pertenezco al diablo y que no tengo a Dios. Dicen y hacen esto por sus caminos malos. Y porque yo evito el camino del pecado, la gente grita en pos de mí: “¡Hereje, vete de aquí!” Me echan en cara mis pecados pasados y dicen de mí: “¡Que el verdugo dispute con él!” Me han puesto en el potro para torturarme. Quieren despedazar mi cuerpo. Dios, ¿no verás en tu bondad lo que la gente está haciendo? Me encomiendo a Ti y me abandono en tus manos.
Dios, oro a Ti del fondo de mi corazón, que perdones los pecados de todos los que me afligen. Y que guardes a tus hijos a salvo, dondequiera que se hallen dentro de este valle de dolores: evitados o desechados, torturados, encarcelados y sufriendo gran tribulación. Padre preciosísimo a mi corazón, guíanos a la tierra prometida. Sácanos de este dolor y martirio, angustia y cadenas, a tu santa comunidad. Allí únicamente Tú serás exaltado por los hijos a los que Tú amas: ¡los que viven en obediencia a Ti! Amén.
Anneken de Rotterdam, horas antes de su muerte escribió un hermoso testamento a su pequeño hijo, 1539 d.C.

En la ciudad holandesa de Briel, Anneken Jans vivía una vida acomodada en una casa grande con sus padres. Ellos tenían dinero, y ella era hija única. En la flor de su juventud, ella conoció a un joven llamado Arent. Él era barbero, y su amor los llevó al matrimonio. Pero el dinero, las fiestas, los vestidos lujosos y los vinos caros, no satisficieron los anhelos de sus corazones.
Una noche un joven llegó a la casa de ellos. Su nombre era Meynart, y él les habló a cerca de seguir a Cristo. Antes de irse, bautizó a Arent y a Anneken. Pero por haberse bautizado, ambos tuvieron que huir. Dejaron el hogar de sus padres y escaparon por el Canal Inglés a Londres. Allí les nació un bebé, al que pusieron por nombre Isaías. Pero Arent se enfermó y murió. Anneken empacó sus pocas pertenencias y regresó con algunos creyentes de los Países Bajos. De vuelta a Holanda, en un vagón cargado de gente que se dirigía a Rotterdam, Anneken y su compañera, Cristina Barents, entonaban cantos cristianos. Era una fría mañana de diciembre. Un pasajero sospechó que eran anabaptistas (ni católicas ni protestantes) y las reportó tan pronto como llegaron a la ciudad. La policía las arrestó mientras abordaban una barca para Delft.
Por un mes, ambas hermanas estuvieron en la cárcel. Anneken cuidaba a Isaías que ahora tenía un año y tres meses. Luego, fueron sentenciadas a morir ahogadas. En la mañana del día de su ejecución, Anneken se levantó temprano y escribió una carta: un testamento a su hijo. La carta amonestaba al niño a rechazar el mundo y seguir a Cristo. He aquí una porción de la misma:
“Hijo mío, recibe tu testamento: Escucha hijo mío los consejos de tu madre; abre tus oídos a las palabras de mi boca. Ahora en este día, voy por el camino de los profetas, apóstoles y mártires, para beber de la copa de la que ellos bebieron. Voy por el camino de Cristo, que tuvo que beber de esa copa Él mismo. Puesto que Él, el pastor, ha ido por ese camino, Él llama a sus ovejas a seguirlo por donde quiera que va. Éste es el camino a la fuente de la vida.
“Es el camino de los muertos que claman debajo del altar: ‘Señor, ¿cuándo tomarás venganza por la sangre que ha sido derramada? Y se les dieron vestiduras blancas y se les dijo que esperaran un poco más de tiempo hasta que se completara el número de sus hermanos que habían de ser muertos por el testimonio de Jesús’ Es el camino de aquellos que están sellados en sus frentes por Dios mismo. He aquí, todos éstos no habrían podido alcanzar la ciudad celestial sin primero sufrir el juicio y castigo en el cuerpo. Pues Cristo, la eterna verdad, fue el primero. Mira, todos ellos tuvieron que beber de la copa amarga como ha dicho el que nos rescató: ‘El siervo no es mayor que su señor, sino debe conformarse con llegar a ser como su señor’ También Pedro dijo: ‘Ya ha llegado el tiempo en que el juicio comience por la propia familia de Dios. Y si el juicio esta comenzando así por nosotros, ¿cómo será el fin de los que no obedecen al mensaje de Dios?’ (1 Pedro 4:17) Nadie viene a la vida eterna excepto por este camino. Entra, pues, por esta puerta estrecha y agradece la disciplina del Señor.
“Mira, hijo mío, el camino del Señor no tiene desviaciones. El que lo deja, sea por un lado o por otro, heredará la muerte. Este camino es hallado por pocos y caminado por aún menos. De veras, hay muchos que saben que éste es el camino a la vida. Pero el camino es demasiado duro para su carne.
“Por esto, hijo mío, no te fijes en la gran multitud de pecadores. No andes en sus caminos. Apártate de la senda de ellos, porque van al infierno como ovejas a la matanza. Como el profeta Isaías dijo: ‘Como una fiera, el sepulcro abre su boca sin medida, para tragarse al pueblo y a sus jefes, a esa gente que vive en juergas y diversiones.’ (5:14)
“Donde oigas de un rebaño pequeño, pobre, sencillo y rechazado por el mundo, únete a ellos. Pues donde oigas de la cruz, allí está Cristo. No te apartes de ellos. Huye de la oscuridad de este mundo, uniéndote a Dios. Teme sólo a Él, observa todas sus enseñanzas, obedece sus mandamientos y escríbelos en la tabla de tu corazón; habla de su ley día y noche y serás un árbol frondoso en el tribunal de Dios. Que el temor del Señor sea tu padre; y la sabiduría, la madre de tu entendimiento. Si sabes esto y lo haces, hijo mío, serás dichoso. No te avergüences de confesar a Dios delante del mundo. No tengas miedo de los hombres. Abandona tu vida antes que apartarte de la verdad. Si pierdes tu cuerpo, lo cual es terrenal, el Señor tu Dios te ha preparado uno mejor en el cielo.
“Hijo mío, lucha por la justicia ¡hasta la muerte! Ponte la armadura de Dios. Evita la injusticia, el mundo y todo lo que está en él; y ama sólo lo que es de arriba. Recuerda que no perteneces al mundo, así como tu Amo y Señor tampoco perteneció a él. Sé un verdadero discípulo de Cristo y no tengas ninguna comunión con el mundo.
“No fijes tu atención en las cosas que están delante de tus ojos, sino sólo en las cosas de arriba. Recuerda mis instrucciones y no las abandones. Que Dios permita que crezcas para temerle. Honra al Señor con el trabajo de tus manos. Que la luz del evangelio brille en ti. Ama a tu prójimo, alimenta al hambriento y viste al desanudo. No tengas dos del mismo artículo, pues alguien lo necesitará más que tú. Comparte todo lo que Dios te da como resultado del sudor de tu frente. Distribuye lo que Él te dé. Dáselo a los que aman a Dios y a los que no atesoran nada, ni para la mañana siguiente; entonces, Dios te bendecirá. ¡Oh hijo mío, vive una vida digna del evangelio, y que el Dios de paz te haga santo en cuerpo y alma! Amén.”
Rumbo a su muerte, Anneken dijo al gentío allí congregado: “Aquí tengo un bebé de quince meses ¿Quién lo quiere? Voy a dar todo mi dinero al que le da un hogar.” Entonces, un panadero de seis hijos tomó al niño, junto con la pequeña bolsa de dinero. En ella halló esta carta, la cual Anneken había escrito aquella mañana. Era el 24 de enero de 1539.
NOTAS:
15. El presente subtítulo fue tomado del libro El secreto de la fuerza, Peter Hoover, cap. 16 El mensaje de los mártires ; publicado por www.laiglesiaprimitiva.com
16. El presente subtítulo fue tomado del libro El secreto de la fuerza, Peter Hoover, cap. 6 La oposición de Martin Lutero a los mártires ; publicado por www.laiglesiaprimitiva.com
17. El presente subtítulo fue tomado del libro El secreto de la fuerza, Peter Hoover, cap. 17 Los mártires perseguidos por los Protestantes y los Católicos
; publicado por www.laiglesiaprimitiva.com
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