CAPÍTULO 11 LOS MÁRTIRES DE 1559-65 d.C
Jacks: traicionado y decapitado, 1559

El señor Wael, concejal en el pueblo de Harlingen, diligentemente buscó a Jacks; se dirigió a él amistosamente y lo invitó a su casa, diciendo que tenía una carta para él. Ya en su casa, mostraba un gran celo por las verdades antiguas. Pero cuando Jacks iba a salir de allí, el señor Wael, con palabras suaves, pero con el corazón de un Judas, le dijo que viniera a su casa en otra oportunidad para trabajar con él. Cuando Jacks vino otra vez a su casa, Wael le saludó muy gustosamente mientras enviaba secretamente un mensajero al Concilio, llamando al comisario y al magistrado. Al llegar el magistrado, el traidor dijo: “Arréstenlo, éste es el hombre.”
Entonces Jacks se dirigió al señor Wael y le dijo: “Oh mi señor, ¿por qué me traicionas de esta manera? Yo te confié mi vida y mis bienes. ¿Por qué buscaste mi vida y tienes sed de mi sangre?” El señor Wael dijo que lo hizo para cumplir su juramento; y leyó a Jacks el mandato cruel y tirano. Y añadió que él no era arrestado debido a algún crimen, sino simplemente porque se había aferrado a la herejía. Además le preguntó si era un anabaptista, lo cual Jacks negó, afirmando que él había recibido un bautismo de acuerdo a la palabra del Señor. Cuando le preguntó concerniente a la iglesia de Roma, Jacks respondió que ella no era de Dios. Luego, el traidor, simulando tristeza, le preguntó: “Oh Jacks, ¿por qué caíste en mis manos?” Jacks respondió: “Mi señor, yo confié en ti debido a tu conocimiento y a nuestra relación. Pero alegremente y de todo corazón te perdono. Y es mi deseo que el Señor tenga compasión de ti.” Luego, Jacks fue enviado a la prisión de la ciudad de Leewarden.
Mientras Jacks se encontraba preso en la cárcel, su esposa vino a él. Este amigo de Dios, se hallaba lleno de tristeza y ansiedad al contemplar a su esposa con tanta congoja, pues se encontraba embarazada. El carcelero la separó de él con violencia. Pero algunas personas presentes le pidieron que permitiera a la mujer ir a su esposo. Entonces Jacks le dijo a su esposa: “Oh querida, ve a casa y consuélate en el Señor. Pues estoy aquí preso por la palabra de Dios. No es mi deseo causarte vergüenza ni desgracia, puesto que no he dañado a nadie.” Ella le respondió: “Que el Señor te fortalezca en la verdad, porque después de este conflicto hay una corona eterna preparada para ti. ¡Oh si pudiera morir contigo y heredar aquella vida dichosa! Entonces mi corazón se alegraría.” Jacks volvió a hablar: “Oh hermana en el Señor, no permitas que esto te entristezca. Aunque yo deba ir antes que tú, es la voluntad del Señor.” De esta manera, estos dos queridos corderos fueron separados; pero se encontrarán otra vez en la resurrección de los justos, donde el lamento y la despedida jamás serán oídos.
Habiendo soportado muchas agresiones, numerosas examinaciones y amenazas de parte de los sedientos de sangre, Jacks murió con gran firmeza por el testimonio de Jesús. Él fue secretamente asesinado en una noche. Algunas personas lo vieron temprano en la mañana ya muerto y tendido sobre su sangre. Ahora él descansa debajo del altar de Jesús, esperando con los escogidos de Dios la resurrección y la vida eterna.
Jans Jans Brant, sur de Holanda, 1559 d.C.
El 9 de noviembre de 1559, Jans Jans Brant fue arrestado por seguir a Cristo. Cuando fue examinado, firmemente se adhirió a la verdad y la confesó con libertad, diciendo: “Este es el camino verdadero a la vida eterna, el cual es hallado por pocos y caminado por aun menos; pues es demasiado estrecho y causa mucho dolor.” Debido a palabras como éstas, los que le interrogaron se llenaron de amargura contra él más que contra cualquier malhechor, que quisieron deshacerse de él sólo en dos semanas, pero debido a la intercesión de algunas personas, él permaneció en la prisión durante un mes. Luego lo sentenciaron a ser ahogado, para lo cual Jans ya estaba preparado. El verdugo lo metió en un saco y lo arrojó al agua desde un lugar muy alto. Pero el saco se abrió, y el verdugo comenzó a golpear con un palo el cuerpo de Jans, ya que éste gritaba desde el agua: “¡Oh, de qué manera me asesinas!” Muchos fueron movidos a compasión, puesto que moría de un modo muy mísero. Así, el ofreció su sacrificio y descansó de su labor, y ahora está esperando el sábado glorioso que habla Isaías: el descanso con Cristo en el paraíso.
Adrián Pan y su esposa embarazada: ambos encarcelados, 1559 d.C
En el año 1559, Adrián Pan y su esposa cayeron en las garras de los lobos en la ciudad de Antwerp, donde soportaron un severo encarcelamiento y crueles examinaciones; pero por medio de su fe viva y su verdadera esperanza, se unieron con firmeza a su capitán Jesucristo. Por consiguiente, fueron condenados a la muerte por los gobernadores de la oscuridad, quienes no conocen la luz de la verdad. De este modo, Adrián fue miserablemente entregado a la muerte por medio de la espada. Su esposa, que se encontraba embarazada, lo soportó todo por causa de Cristo. Después de haber dado a luz a su hijo, fue ahogada, lo cual sufrió con gran firmeza. Así, ambos entraron al descanso eterno con el Señor.
Una carta de Adrián Pan, escrita después de haber sido sentenciado
“Gracia y paz de Dios nuestro Padre celestial, por medio de los méritos de Jesucristo, con la verdadera iluminación del Espíritu Santo, deseamos para todos aquellos que aman la eterna verdad. Amén.
“Mi querida N., te informo que el 2 de junio estuve en el potro de tormento y el 16 fui llevado a la corte. Ellos me consintieron hablar y yo les dije que yo creía todo lo que está escrito en la ley y en los profetas y que estaría dispuesto a vivir y morir por lo que Cristo y sus apóstoles enseñaron y mandaron, y que fui bautizado bajo el conocimiento de mis pecados. Por tanto, ellos me sentenciaron. Mas yo estoy listo para vivir o morir por el nombre del Señor. No puedo expresar mi agradecimiento a Dios por haberme llamado para sufrir por su nombre. Jamás experimenté un día tan feliz en mi vida que cuando fui arrestado y sentenciado. Mi querida N., no temamos a los que matan el cuerpo.
“Mi esposa y yo te saludamos muy afectuosamente con la paz del Señor. Agradezco al Señor por todas las cosas que Él me ha dado. ¡Adiós!
“Escrito por mí, Adrián Pan.”
Andrés Langedul, Mateo Potebaker y Laurens Leyen, decapitados, 1559 d.C

Tres hermanos fueron arrestados por la verdad en la ciudad de Antwerp. Andrés Langedul fue arrestado mientras se llevaba a cabo una reunión en su casa, en la cual predicaba la palabra de Dios. Alguien espiaba afuera y el comisario llegó justo después que la congregación se hubo dispersado, y arrestó a Andrés mientras éste estaba sentado leyendo las Escrituras. Mientras el comisario caminaba hacia la recámara, descubrió a la esposa de Andrés y vio que la partera tenía un bebé en su regazo y arrestó a ambas.
Andrés Langedul ofreció su sacrificio juntamente con Mateo y Laurens el 9 de noviembre de 1559, no públicamente, ya que fueron decapitados en la prisión, en un lugar donde los otros prisioneros podían verlos desde las ventanas de sus celdas.
Mientras Andrés se arrodilló para someterse a la espada, extendió sus manos y dijo: “Padre, en tus manos…,” pero “encomiendo mi espíritu” no fue acabado: la rapidez de la espada lo impidió. De esta manera, estos tres fueron llevados al matadero como corderos de Cristo.
Fragmento de una carta escrita por Jelis Bernaert, 1559 d.C
Nosotros vivíamos sin Dios en el mundo, mientras servíamos a los deseos de nuestra carne y caminábamos según la corriente de este mundo. Éramos enemigos del mundo, y éste nos alababa; pero despreciados por Dios, como dijo Santiago: “Cualquiera que sea un amigo del mundo, es enemigo de Dios” (4:4). Por tanto, no obtuvimos misericordia de Dios, pues Cristo dijo: “No puedes servir a dos amos; debes odiar a uno y amar al otro.” Mateo 6:24. Y si renunciamos al mundo y abandonamos nuestra propia vida, para vivir no según la voluntad de nuestra carne, sino según la voluntad de Dios, Él tendrá misericordia de nosotros y nos guiará de la mentira a la verdad y de la oscuridad a la luz.
Soutgen van den Houte: una viuda apartada de sus pequeños hijos, y Martha, 1560 d.C
Soutgen, una mujer piadosa, cayó en manos de los perseguidores de la verdad. Después de un encarcelamiento severo, ella testificó y confirmó la verdad con su muerte y sangre el 27 de noviembre de 1560 en la ciudad de Ghent, y con ella otra mujer llamada Martha. Soutgen también declaró que su esposo, del mismo modo, había caminado antes que ella por el lagar del sufrimiento y que sin temor testificó la verdad y entregó su vida por ella. La siguiente carta lo demuestra con claridad.
Una carta de Soutgen a su hermano, hermana e hijos
La paz del Señor sea con ustedes mis queridos hermano y hermana y mis tres corderos a quienes dejo atrás. Los encomiendo al Señor y a aquellos a quien Él los dirija en su gracia.
Me despido una vez más. Pienso que ahora es el último tiempo. Sentimos tanto ánimo para ofrecernos como sacrificio que no puedo expresarlo. Podría saltar de gozo cuando pienso en las riquezas eternas, las cuales el Señor nos las prometió como nuestra herencia, y a todo aquel que persevere en lo que el Señor ha mandado. Mateo 10:22.
No sé cómo expresar mi agradecimiento a Dios, pues Él nos ha escogido, a Martha y a mí, para estas riquezas. Nosotros que somos pobres, corderos sencillos, nunca estimados en el mundo, rechazados por todos. Dios ha escogido simples gusanos de la tierra, rechazados y miserables, para ser sus testigos y para que Dios obrara por medio de ellos.
Esta carta fue escrita después de haber participado de nuestra última cena del Señor. Nos gozamos en el Señor y nos despedimos hasta podernos reunir en la nueva Jerusalén.
Oh mis queridos corderos, no pasen sus vidas en vanidad, orgullo, borrachera y glotonería; sino en sobriedad y humildad en el temor del Señor y diligentes en toda buena obra para que Dios los haga dignos por su gracia de entrar a las bodas del Cordero para vernos allí con gozo. Tu padre, yo y otros muchos les han mostrado el camino a ustedes. Tomen como ejemplo a los apóstoles y profetas y a Cristo mismo: todos ellos fueron por este camino. Y donde la cabeza ha ido antes, los miembros de su cuerpo deben seguirla.
Les encomiendo al Señor y a la palabra de su gracia. Esta es mi última despedida, mis queridos corderos. Recuérdense siempre el uno al otro en amor; aprendan con diligencia a leer y escribir, y obedezcan a todos en lo que es bueno.
Una vez más les decimos “adiós,” mis queridos hijos, hermanos y hermanas. Salúdense con el beso de la paz.
Escrito por mí, Soutgen, su madre en cadenas, escrito de prisa (mientras temblaba de frío), con amor para todos ustedes. Amén.
Joost Joosten, un adolescente quemado en Veer, Holanda, 1560 d.C

Cerca del pueblo pequeño de Zealand, Joost Joosten, un joven versado en el idioma latín, fue arrestado. Cuando era un joven de catorce años, el Rey Felipe de España se deleitó tanto al escuchar a Joost cantar en el coro de la iglesia católica de aquel pueblo que quiso llevárselo a España. Debido a esto, Joost se escondió durante seis semanas, pues no deseaba ir.
De esta manera, él se bautizó y llevó una vida cristiana. Los enemigos de la verdad no pudieron soportarlo, de allí que lo encarcelaron a los 18 años de edad. Sufrió mucho y fue tentado de diversas maneras para ser apartado del anabaptismo. Y puesto que tampoco pudieron convencerlo por medio de disputas teológicas, lo torturaron espantosamente: atravesaron sus rodillas con cinceles calientes hasta que salieron por sus tobillos. Pero todo esto lo soportó con gran paciencia y fielmente guardó el tesoro que tenía en una vasija de barro. Por tanto, los hijos de Herodes, lo sentenciaron a morir quemado un lunes antes de Navidad.
En el camino hacia su muerte, se alegró grandemente en el Señor; y mientras caminaba hacia la choza de paja dentro de la cual iba a ser quemado, cantó el último verso del himno que él mismo había compuesto: “Oh Señor, siempre estás en mis pensamientos…”
Lawrens, Antonis, Kaleken y Mayken Kocx: la mirada puesta en la eternidad, 1561 d.C.
En 1561, algunos hermanos y hermanas fueron a vivir cerca de Flandes. Habiendo dejado dinero, propiedades, amigos y parientes para seguir a Cristo y vivir allí en quietud, ocupándose en tejido para su sustento, fueron espiados mientras trabajaban juntos; y el inquisidor vino a arrestarlos, acompañados por hombres provistos de palos, espadas y cuerdas. Ellos llegaron en el momento en que Antonis estaba despidiéndose en la puerta, listo para irse después de visitarlos.
Cuando ellos llegaron con mucho ruido, una hermana quiso escapar (pues estaba embarazada), pero fue aprehendida. Karl N. también corrió, pero el señor Klass, gran perseguidor y ayudante del inquisidor, lo persiguió y la golpeó con una espada desnuda. Sin embargo, aunque Karl fue herido, logró escapar.
Mayken Kocx, también embarazada, fue atacada por el inquisidor, el cual sostenía una espada desnuda y como ella gritaba fuerte para salvar la vida de su hijo, él actuó como un loco sediento de sangre, que se hirió así mismo. Lawrens, Antonis y Kaleken fueron también arrestados, pero Hendrick escapó. Y a ellos los llevaron a la prisión de la ciudad.
Mientras estaban siendo atados, se animaba el uno al otro con la palabra de Dios. Mientras iban a la ciudad, Kaleken comenzó a cantar un himno. Y el señor Klass le dijo: “Los apóstoles no cantaban como tú lo haces, ¿por qué entonces cantas?” Mas Antonis le dijo a ella: “Hermana, no temas a éstos; sigue cantando.” Y Lawrens se unió a su canto. Cuando llegaron a la ciudad, había gran concurrencia de personas, y ellos les predicaron cantando y hablando. Entre otras cosas, Lawrens les dijo: “Somos arrestados no por obrar mal, sino porque vivimos de acuerdo a la palabra de Dios.” Kaleken dijo: “Estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida. Hagan el bien y abandonen el mal, y no teman a los gobernadores de este mundo. Compren los testamentos (refiriéndose a las Escrituras), lean allí el consejo de Dios y síganlo.” Entonces fueron confinados en la prisión por varios meses.
Finalmente, habiendo sufrido muchas torturas y habiendo sido examinados, Lawrens y Antonis fueron sentenciados por las autoridades a ser quemados públicamente en la estaca. Los cargos contra ellos eran los siguientes: ellos habían confesado que el Papa de Roma era el anticristo, que la iglesia de Roma era la Ramera de Babilonia, y que el sacramento que ellos celebraban (refiriéndose a la hostia) era un ídolo abominable.
En el lugar de su muerte, el verdugo les pidió perdón por lo que estaba a punto de hacer; y ellos le perdonaron amablemente, según la enseñanza de Cristo. Mateo 6:14.
Lawrens se dirigió con voz fuerte hacia las autoridades diciendo que en verdad les perdonaba. Y como el tercer hijo de Macabeos dijo: “De Dios recibí estos miembros. Por tanto, los rendiré por causa de su ley” 2 Macabeos 7:11. Luego, ambos lloraron al despedirse y encomendaron sus almas a Dios.
En el mes de octubre del mismo año, Kaleken, una mujer modesta, sin temor e inquebrantable, no fue movida de los caminos de Dios por promesas de riquezas ni prosperidad temporal, ni por sufrimientos ni crueles tormentos. Y aun cuando su madre la visitó en la prisión, no pudo moverla; pero al oír su madre de la firmeza de su hija y ver su trato bondadoso, se expresó diciendo: “Mi hija es mejor que yo.”
Ella también fue sentenciada a ser quemada. Antes, ella se dirigió a las autoridades: “Ahora ustedes me sentencian al fuego según el decreto del Emperador. Mas bien teman el juicio de Dios que vendrá y los condenará al fuego eterno.”
Una gran multitud se reunió en la ciudad el día señalado para la ejecución de Kaleken. Viendo esto, las autoridades temieron que se provocara un disturbio. Por tanto, enviaron al verdugo para informar al pueblo que ella ya estaba muerta. Pero al día siguiente, muy temprano, la ejecutaron sin realizar preparativos. Ella partió de este mundo, llevando una lámpara encendida para encontrarse con su novio. Mateo 25:1.
En el mismo tiempo, Mayken Kocx permanecía inmovible; pero permaneció en prisión hasta que dio a luz un bebé. Entonces, fue separada de su esposo e hijos, y sentenciada a ser públicamente quemada en la estaca. Ella entregó su espíritu a Dios y gozosamente partió de este mundo.
Hendrick Emkens, 1562 d.C

En la ciudad de Utrecht, Hendrick Emkens, un sastre de oficio fue arrestado por causa del testimonio de nuestro querido Señor Jesucristo, quien después de muchos sufrimientos en la prisión, finalmente le informaron que iba a morir. Esto le produjo gozo, pues tuvo el privilegio de ser un testigo del Señor.
Al día siguiente fue interrogado intensamente por los monjes; pero él se mantuvo firme y respondió a sus preguntas con gran fluidez fundado en las Escrituras.
Luego, Hendrick se dirigió al lugar de ejecución; desde allí comenzó a hablar a la gente allí reunida, diciendo: “Buenos ciudadanos, arrepiéntanse y crean en el evangelio y no en las tradiciones de los hombres.”
Cuando lo presentaron ante las autoridades para oír su sentencia, él volvió su rostro al pueblo y dijo que todas las prácticas que observaban sólo eran tradiciones humanas y cualquiera que no las siguiera, tendría que sufrir el reproche y vituperio de todos los hombres; y así sufrir la muerte. Mateo 15:6; 1Corintios 4:13.
Habiendo sido leída la sentencia, Hendrick cayó de rodillas y derramó su oración delante del Señor. Cuando el verdugo lo vio, lo agarró con violencia y él no pudo acabar su oración.
Entonces, Hendricks dijo a la multitud con voz fuerte: “Queridos ciudadanos, arrepiéntanse y vivan según los mandamientos de Dios y las palabras del evangelio. Éste es el camino estrecho y la puerta angosta: caminen por él. Pues el que lucha firmemente hasta la muerte será salvo. De esto no tengo duda.” Con gran valentía se paró en la estaca. Luego, el verdugo tomó una cadena y lo apretó alrededor de su cuerpo y ató una pequeña bolsa de pólvora a su cuello, la cual tenía la apariencia de ser un collar colgado sobre su pecho. Casi ya no podía oírse su voz, pues habían ajustado a la estaca una cuerda alrededor de su cuello. Hendrick cerró sus ojos: parecía desmayado. No hablaba, ni se movía más. Luego, el verdugo tiró el banco, sobre el cual Hendrick estaba parado; y sirviéndose de un trinche, tomó en sus puntas un ato de paja y la aproximó al pecho de Hendrick, y se encendió la pólvora. Hendrick, levantó sus manos al cielo una vez más, después de lo cual no mostró más ninguna señal de vida.
Así murió este valiente testigo del Señor el 10 de junio de 1562 entre las diez y once de la mañana.
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