CAPÍTULO 13 LOS MÁRTIRES DE 1570-73

Arent van Essen y su esposa Úrsula; Neeltgen, una anciana y Trijntgen, su hija: quemados en chozas de paja, 1570 d. C.



Úrsula, colgada de sus manos mientras el verdugo la castiga con fuertes azotes.


Durante el tiempo de paz, después de la destrucción de las imágenes, la congregación en Maestricht prosperó; aumentándose en número los miembros de la iglesia. Mas el duque de Alba llegó a esa región y los cristianos empezaron a huir como podían. Algunos se quedaron atrás; entre ellos un hermano, anciano de la iglesia y también maestro. Se llamaba Arent van Essen y su esposa se llamaba Úrsula. En la misma casa con ellos vivía otro matrimonio y la esposa se llamaba Trijntgen. La mamá de Trijntgen se llamaba Neeltgen. Estas personas fueron traicionadas y sus nombres divulgados a las autoridades. Un día, a media noche, llegó el juez de paz, un hombre muy violento, junto con los alguaciles a la casa del profesor y con mucho alboroto agarraron al señor Arent y lo llevaron a la casa del juez. Después de una hora volvieron a la misma casa y agarraron a las dos mujeres, a las que antes no habían molestado. En ese momento llegó la ancianita, Neeltgen, a ver a su hija, y fue arrestada también, juntamente con las otras dos. Los alguaciles las llevaron a la misma casa del juez.

En la mañana los cuatro se encontraron juntos, y se regocijaron en el Señor, consolándose el uno al otro. Al comparecer ante el juez, cada uno testificó de la doctrina piadosa. La hermana Úrsula era una persona enfermiza, y por lo tanto muy frágil, pero en cuanto a la fe no era tímida.

La apartaron de los demás y la hicieron comparecer ante el juez y el alguacil quienes juzgaban en casos graves. La llevaron a otro lugar llamado Dinghuys y la maltrataron con muchas amenazas las cuales ella soportó mansamente. De igual manera su esposo, Arent, fue llevado al mismo juez donde trataron de persuadirlo que abandonara a Cristo.

Cuando trajeron a la ancianita, Neeltgen, y a su hija, Trijntgen, al mismo lugar en Dinghuys, las dos estaban llenas de gozo y valor. Trijntgen, por la alegría que tenía en el Señor, empezó a cantar.

Mientras los tenían presos en Dinghuys, los jueces, tanto como los sacerdotes y padres de la Iglesia Católica, les tentaron frecuentemente a que negaran a Dios, pero Dios protegió sus ovejas de la furia terrible de esos lobos. Entonces empezaron a atormentar a Arent. Siete veces lo afligieron tan cruelmente que empezó a desesperarse, pero Dios extendió su mano y lo fortaleció y desde entonces siguió luchando con valentía. Su esposa, Úrsula, al ver a su esposo Arent sufrir tanto, también lo animaba y lo fortaleció mucho. Los enemigos tampoco se contentaron con eso, sino atando las manos de la pobre, la levantaron del piso hacia el techo con una soga. Teniéndola suspendida así, el verdugo le abrió la ropa con su cuchillo y empezó a torturarla, golpeándola con un palo no tan sólo una vez sino dos veces en el mismo día. (Se dice que un jesuita lo recomendó). Todo eso lo padeció pacientemente. Con la ayuda de Dios, soportaba todas las torturas y azotes.

También a la anciana Neeltgen la llevaron a torturar. Cuando se confrontó con el potro, que es un instrumento hecho para estirar a la gente, sin resistir se acostó sobre él, pero los alguaciles no la atormentaron por su gran edad. Se fijaron que mucho antes ya había sufrido esa misma tortura, pero de una manera milagrosa había escapado con vida.

A su hija Trijntgen la trataron con mucho menos cortesía y la hicieron sufrir muy cruelmente. Después de maltratarla mucho sobre el potro, la quitaron y la pusieron casi desmayada sobre una cama, pero tan pronto que volvió en sí, le volvieron a hacer lo mismo. Al sufrir tanto, clamó con gran voz: “¡Oh, Dios! Socórreme y sella mis labios,” pues querían que divulgara los nombres de otros creyentes para poder atraparlos también. Dios oyó sus peticiones y selló sus labios para que no traicionara a nadie. Cuando la atormentaron por última vez, glorificó a Dios diciendo: “¡Te glorifico y te doy gracias, oh Señor!”

Su madre, Neeltgen, la oyó y preguntó: “¿Acaso eres tú, hijita mía?”

Acercándose Trijntgen contestó, “Sí, madre mía,” y se abrazaron y se besaron.

El 9 de enero de 1570 avisaron a Arent y a su esposa que los jueces habían decretado quemarlos en la hoguera. Con estas noticias se regocijaron de ser dignos de morir por el nombre de Cristo, y daban gracias a Dios ese día y en la noche, alabándole mientras esperaban su redención.

En la mañana el alguacil del pueblo llegó a donde estaba Úrsula y mandó que no hablara mientras caminaba por la calle rumbo al lugar donde la iban a quemar. Contestó Úrsula: “¿Ni siquiera me permiten cantar, ni decir una palabra?”

De ninguna manera iban a permitir eso, y ya sabiendo sus intenciones decidieron taparle la boca a Úrsula. Con un palo metido entre los dientes le amarraron la boca. Al pasar por la ventana donde estaban encerradas Neeltgen y Trijntgen, ellas la vieron y ésta empezó a gritar y animarle a Úrsula que luchara con valor para ganar la corona de la vida. Así iba Úrsula, atada, y sin poder hablar. Viéndola así, las demás personas empezaron a quejarse en gran manera de cómo le tenían tapada la boca para que no hablara ni siquiera una palabra.

Llegando al lugar de la ejecución, Úrsula se metió sin demorar en la choza a la cual el verdugo prendió fuego luego que había entrado en ella. Así la redujeron a cenizas; un holocausto para el Señor.

Poco después le avisaron a Arent, el esposo de Úrsula, que se preparara para la muerte. A él también le taparon la boca con una mordaza de una manera despiadada. Para él le habían preparado una choza en otro lugar, en un mercado donde vendían animales. Los hicieron morir en distintos lugares para que no se consolaran el uno al otro. Llevado así a ese lugar, Arent iba sin quejarse, sino con gozo. Ascendió a la plataforma, el piso elevado donde habían construido la choza, y cayó de rodillas para orar. Luego se levantó y entró a la choza, quitándose algo de ropa antes de morir. El verdugo no le pudo esperar sino que prendió el fuego, quemándolo inmediatamente. Así murió otro testigo de Jesucristo.

El día 23 de enero del mismo año, la ancianita Neeltgen y su hija Trijntgen recibieron aviso por medio de los jueces que también tendrían que sufrir la muerte igual que los demás. También se pusieron gozosas, esperando con ansias el día de su alivio del sufrimiento y su descanso en el cielo con su Padre celestial. Él permite que haya sufrimientos y tentaciones aquí, mas nunca desampara al creyente sino le saca de su calamidad. Así alabaron al Dios santísimo toda la noche, anhelando ansiosamente el día de su redención. En la mañana el verdugo llegó y las ató, como a los demás, y con mordaza puesta se fueron gozosamente a donde las iban a matar. Trijntgen quiso destaparse la boca para poder declarar la razón de su muerte, pero no la dejaron sino que juntamente con su madre la metieron en la choza y las quemaron juntas. Ellas se habían encomendado en las manos de Dios.

Joost Verkindert y Lauwerens Andriess martirizados por el testimonio de Jesucristo en Antwerp el 13 de setiembre de 1570

Una carta de Joost Verkindert a su esposa, madre, hermano y hermana, escrita el 7 de junio.

Gracia y misericordia del Padre celestial por los méritos de nuestro querido Señor Jesucristo, quien nos redimió en el árbol por derramar su sangre preciosa, cuando aún éramos enemigos, junto con la consolación del Espíritu Santo que consuela a todo corazón afligido; les deseo a todos todo esto como un saludo cordial y sincero. Me encomiendo completamente a ustedes y les agradezco por todo el amor que me han mostrado, y la exhortación y consolación en mi presente aflicción, la cual sufro porque el Señor lo permite y lo había previsto. Porque Cristo dice: “Los cabellos de su cabeza los tiene contados.” Mateo 10:30

Cuando salimos, yo temía encontrar al guardia, lo cual sucedió, porque nuestra reunión no estaba bien planeada, pero hay un propósito en todo. Les cuento de nuestro arresto: El alguacil con algunos ayudantes encontraron a Lauwerens y a mí y nos preguntaron. “¿De dónde vienen? ¿A dónde van?” Al escuchar, nos asustamos y ellos se dieron cuenta de quiénes éramos. Nos ataron inmediatamente y nos llevaron, maldiciendo y llamándonos pícaros. Al llegar a la cárcel, interrogaron a Lauwerens a solas. Después me llevaron a mí también y me preguntaron si había recibido otro bautismo además del de mi infancia. Yo le pregunté cuáles eran las acusaciones que tuvo contra mí. Él dijo: “Has sido rebautizado. Tu siervo me lo ha dicho.” Yo le dije: “Déjame solo. Mañana hablaré delante del gobernador.” Pero él no se satisfizo con eso porque tuvo un cuaderno para apuntar información. Al no conseguir información de mí, se enojó, diciendo: “Te obligaré a responderme o sí o no.” Yo dije: “Mi señor, satisfágase por ahora.” Y cuando vio que no iba a decir más, me hizo sentar en la silla del tormento y se fueron. Yo pensaba que habían ido para traer al verdugo. Mientras estuve allí solo, me afligí pensando en varias cosas; Satanás me tentó fuertemente trayéndome a la mente pensamientos acerca de mi esposa e hijos, mis posesiones y muchas otras tentaciones, por lo cual lloré mucho, clamando a Dios por su ayuda y empecé a comparar mi vida con la palabra de Dios, desde el principio hasta el día de hoy, y vi que todas las dificultades que he pasado no han sido en vano. Aunque he desobedecido el mandamiento de Dios muchas veces, no lo hice con audacia, y encontré la gracia de Dios.

Al día siguiente, ambos fuimos llevados a la torre donde Lauwerens fue torturado. Me cuestionaron sobre mi edad y mi cristianismo, y yo respondí a todo sin vergüenza. Me preguntaron si tengo esposa y yo respondí: “Sí.” Me preguntaron si tengo hijos. Yo dije: “Dos.” Me preguntaron los nombres de mis hijos y si habían sido bautizados. Yo respondí: “No han sido bautizados, porque yo no reconozco el bautismo de infantes. En las Escrituras vemos un solo bautismo de fe, como Cristo nos enseñó, y como los apóstoles lo practicaron.” Yo les escribo brevemente, porque estoy siendo vigilado con mucho cuidado; ni he tenido una oportunidad de conversar solo con Lauwerens. Por tanto, guarden silencio sobre todo esto porque yo temo que me van a torturar aún más, y eso me da mucho temor en mi carne, pues, aquí torturan de muchas formas: con cadenas, poleas, sogas y el potro en el cual he sido torturado, como ustedes saben.

¡Oh amigos míos! Que todos rueguen al Señor por mí con mucho fervor. Hechos 12:5 Yo oro al Señor con muchas lágrimas; y riego mi cama con lágrimas delante del Señor (Salmos 6:6), para que Él me haga digno de Él por su gracia.

Con esto les encomiendo al Señor y les digo adiós.

Escrito en cadenas por mí, Joost Verkindert. Indigno preso en el Señor. Fue arrestado el 30 de mayo y martirizado el 13 de setiembre del mismo año.

La última carta de Joost Verkindert escrita a su esposa después de haber sido sentenciado el 12 de setiembre.

El Dios de toda consolación, nos consuela en todos nuestros sufrimientos para que nosotros podamos consolar también a los que sufren, dándoles el mismo consuelo que él nos ha dado en Dios por medio de Jesucristo. A Él sea la alabanza, el honor, la gloria, el dominio, el poder y la majestad eternamente. Amén.

Te deseo un cordial saludo de amistad, mi querida esposa y hermana en el Señor, como una despedida perpetua en la tierra. Te informo que me encuentro bien, por lo cual doy gracias y alabanzas al Padre todopoderoso, Dios mío y tuyo, por haberme elegido para sufrir esto. Por lo tanto, mi querida, no te entristezcas demasiado por mí, sino alaba y agradece al Señor por haber tenido a un esposo quien es considerado digno de dar su vida por la verdad.

Oh, mi preciosa, te ruego y exhorto una vez más que te mantengas en silencio y en el temor de Dios, para poder juntos recibir las hermosas promesas, dónde no hay más frío, ni calor, ni hambre, ni sed, sino gozo; lo cual ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, el grande gozo y alegría que Dios ha preparado para los que le aman.

Oh mi querida, esto me ocurrió cuando menos lo esperábamos, pero alabado sea el Dios Todopoderoso por medio de Jesucristo; pues, sigue ayudándome y socorriéndome en mi aflicción.

Ahora, encomiendo a ti y mis dos pequeños hijos a Jesucristo, como su esposo.

Oh mi querida, nunca abandones a este esposo y novio, porque Él es el padre de las viudas y huérfanos. Salmos 68:6. Adiós, mi más querida, junto con mi madre y todos nuestros amigos. Los encomiendo en esta tierra al crucificado Jesucristo. Adiós, adiós a todos ustedes. Escrito por mí,
- Joost Verkindert.
Tu querido esposo, escrito en mis cadenas.

Gerit Cornelio, 1571 d.C.

En el año 1571, en Ámsterdam, Holanda, un hermano joven, llamado Gerit Cornelio fue arrestado por causa de la verdad mientras trabajaba en un bote. El alguacil lo ató y lo llevó al Concejo. Al día siguiente lo interrogaron acerca de su fe, la cual él confesó abiertamente; pero cuando le pidieron los nombres de lo otros creyentes, guardó silencio; en consecuencia, tuvo que sufrir la tortura. Le taparon los ojos y ataron sus manos. Después lo suspendieron en el aire y lo desvistieron y lo azotaron severamente. A pesar de todo no nombró a nadie. De nuevo lo tendieron sobre el potro, lo azotaron con varas, echaron orina en su boca, y quemaron sus axilas con velas; después, todavía desnudo, lo suspendieron por las manos otra vez con un peso sujetado a sus pies. Lo dejaron así por un tiempo y se fueron. Volviendo, le dijeron con malicia que si él no nombrara a nadie, seguirían torturándolo todo el día. Pero Dios guardó sus labios, y él no puso en peligro a nadie. Tanto lo torturaron que ya no pudo caminar, y tuvieron que llevarlo en una silla.

Gerit, suspendido en el aire de su pulgar con un peso colgado de sus pies, mientras sus verdugos juegan a las cartas.


Pocos días después, llevándolo a la corte, en son de burla, lo coronaron con un sombrero de flores, y lo sentenciaron a ser ahorcado y quemado. Escuchó su sentencia con gozo y paciencia. Al llegar a la estaca, oró con fervor, diciendo: “Oh Padre y Señor, ten misericordia de mí; permíteme ser uno de tus corderos indignos, o un miembro indigno de tu cuerpo. Oh Señor, tú ves desde lo alto y conoces los corazones y todas las cosas ocultas. Tú conoces el amor sencillo que tengo por ti. Acéptalo, y perdona a los que me afligen con sufrimiento.”

Habiéndose levantado se dirigió a la gente con voz fuerte: “Oh hombres, la eternidad es tan larga. Oh, sí, la eternidad es tan larga, pero estos sufrimientos aquí muy pronto pasarán; aún así, el conflicto aquí es muy intenso y severo. Oh, aún siento mucho temor. Oh carne, soporta y resiste un poco más, porque este es el último conflicto.” Cuando colocaron la soga alrededor de su cuello, él clamó: “Oh Padre celestial, en tus manos encomiendo mi espíritu.” Diciendo esto, murió tranquilamente y después fue quemado. De esta manera, ofreció su sacrificio, parándose sin vergüenza por el nombre de Cristo, no temiendo el dolor ni el sufrimiento, ni la vergüenza, ni a los gobernadores de este mundo, sino esforzándose constantemente y con valor hasta la muerte. Por tanto, en el último día, cuando el cordero sacrificado abra los libros de la vida, su nombre será encontrado, pero los apóstatas serán escritos en la tierra; y la tierra, con todo lo que hay en ella, será quemada.

Anneken Hendricks, 1571 d.C

En el año 1571, una mujer llamada Anneken Hendricks fue quemada en Ámsterdam, Holanda, por el testimonio de Jesús. Habiendo venido desde Friesland hasta Ámsterdam, fue traicionada por su vecino, un alguacil que entró a su casa para apresarla. Ella le dijo con espíritu manso: “Vecino Evert, ¿qué deseas? Si me buscas, me encontrarás fácilmente. Aquí estoy para servirte.” Este Judas traidor dijo: “Entrégate en el nombre del rey.” Y ató a Anneken y la llevó, así como Judas y los escribas habían llevado a Jesús.

Cuando llegaron al Dam, ella dijo que no deben tener temor de mirarla puesto que ella no era ni prostituta ni delincuente, sino una prisionera por el nombre de Jesús. Después de llegar a la cárcel, ella agradeció y alabó a su Señor y Creador con corazón humilde por tenerla digna de sufrir por causa de su nombre. Y ella habló la verdad sin temor delante de Pieter, el alguacil y los otros señores. Ellos la atormentaron grandemente con los sacerdotes de Baal para que apostatara, pero por la gracia de Dios ella resistió valientemente. Esto asombró al alguacil y él le dijo: “El señor Alberto, nuestro capellán, es un hombre tan santo que debe ser exhibido en oro puro. Y tú no quieres escucharlo, más bien te burlas de él. Por lo tanto, tendrás que morir en tus pecados; tanto te has alejado de Dios.”

Anneken, quemada en una escalera.


Después, ellos colgaron a esta mujer anciana y temerosa de Dios (que no pudo ni leer ni escribir) de sus manos, como Cristo; y torturándola severamente, buscaron averiguar por medio de ella los nombres de otros creyentes, porque estaban sedientos de más sangre inocente. Pero ella no les dijo nada, tan fielmente Dios guardó sus labios. Por tanto el alguacil la acusó de herejía, habiendo abandonado a la madre, la iglesia santa, a eso de seis años antes y habiendo aceptado la maldita doctrina de los menistas (refiriéndose a los anabaptistas), fue bautizada por ellos y se casó con un hombre de entre ellos. En seguida fue sentenciada a ser quemada. Ella los agradeció y dijo con humildad que si ella había hecho algún mal a alguien, pediría perdón. Pero los señores se levantaron sin responder. Después fue atada a una escalera. Entonces ella dijo a su vecino, Evert, el policía, “Tú, Judas, yo no merezco ser asesinada de esta manera.” Y ella le dijo que debe dejar de hacer tales cosas o Dios le castigaría. Él respondió enojado que haría lo mismo con todos los que creyeran igual que ella. Después vino el alguacil con un sacerdote, atormentándola y diciéndole que si ella no se retractara, ella pasaría de este fuego al fuego eterno. Anneken respondió firmemente: “Aunque soy sentenciada y condenada por ti, sin embargo lo que tú dices no viene de Dios; yo confió firmemente en Dios, que me ayudará en mi aflicción y me salvará de todos mis problemas.” Ellos no la permitieron seguir hablando, sino llenaron su boca con pólvora y la llevaron del Concejo al fuego y la arrojaron allí. Cumplido esto, Evert, el guardia se reía, como si pensara que hubiese hecho un buen servicio a Dios. Pero el Dios misericordioso, el consolador de los piadosos, le dará a esta testigo fiel, a cambio de su pequeño y temporal sufrimiento, un premio eterno, cuando su boca, antes tapada con pólvora, será abierta en plenitud de gozo y sus lágrimas tristes (por causa de la verdad) serán secadas, y ella será coronada con un gozo eterno con Dios en los cielos.

Doce cristianos en Deventer en el año 1571

En el año 1571, el 11 de marzo en la noche, los españoles salieron con espadas y armas para arrestar a las ovejas de Cristo. Entraron a muchas casas y arrestaron a todos los que encontraron, encadenándolos y diciéndoles: “Perros, herejes, puesto que niegan la fe católica romana, tendrán que morir.” Cerraron las puertas de la ciudad por algunos días y leyeron una publicación, diciendo que nadie debe esconder a nadie y si alguien supiera de alguien escondido, debe denunciarlo. Doce personas fueron arrestadas. Al principio todos eran valientes y confesaron a Cristo; pero algunos tuvieron mucho temor según la carne y abandonaron la verdad aun antes de ser torturados. Otros siguieron fieles en la tortura, pero después negaron a Cristo; y cuatro de ellos permanecieron fieles en todo.

Frecuentemente fueron visitados y los que habían negado a Cristo con la boca se llenaron de tristeza y prometieron que si el Señor les diera gracia y los librara de la cárcel, ellos volverían a la verdad. Cuando un amigo vino a visitarlos, les dijo que traía malas noticias: todos iban a morir.

En la noche del 24 de mayo, los sacerdotes vinieron para hablar con ellos, diciéndoles que debían prepararse, porque iban a morir al día siguiente. Se fueron a la medianoche, pero volvieron a las cuatro de la mañana. Ellos salieron de la cárcel con caras llenas de gozo y sonriendo.

Así hicieron las cuatro mujeres, pero los dos hermanos, Bruyn y Antonis, el tejedor, quienes fueron llevados con ellas, estaban muy tristes y no hablaron. Sin embargo, las mujeres hablaron mucho y reprendieron duramente a los monjes. De hecho, se las escuchó decir que Cristo, su novio y pastor, había pasado delante de ellos por este camino, y que ellos iban a seguirlo como ovejas y se besaron con mucho cariño. Las dos hermanas, Lijsbet y Catarina Somerhuys, se tomaron las manos y empezaron a cantar: “Dios mío, ¿a dónde iré?”

Cuando llegaron al cadalso, Catarina, la hermana menor, fue llevada primero. Ella habló sin temor diciendo: “Sepan ciudadanos, que esto no es por algo malo, sino por causa de la verdad. Cuando subió al cadalso, su sentencia fue leída: “Si ella permanece en la Iglesia Católica, morirá por la espada; de lo contrario, será quemada viva.” Le preguntaron si quería permanecer en la Iglesia Católica. Ella respondió: “No, yo quiero permanecer en la verdad.” Ellos aseveraron, “Entonces serás quemada viva.” Ella contestó: “Eso no me preocupa. Ustedes hablan con mentiras,” y habló con mucha audacia. Entonces la sacaron del cadalso y la llevaron al carruaje de nuevo, cerrando su boca, para que no pudiera hablar más.

Después, los dos hermanos, Antonis y Bruyn fueron llevados al cadalso, y fueron decapitados sin palabras; excepto uno dijo: “Oh Señor, ten misericordia de mí.” Luego volvieron a la torre y sacaron a Dirck y Harmen. Les habían cerrado las bocas para que no pudieran hablar. Pero ellos hicieron señales y sonrieron sin temor, lo cual llenó de asombró a la gente.

Fueron llevados al cadalso donde Harmen se arrodilló y oró al Señor; pero como demoró mucho tiempo, el verdugo lo levantó y él fue a la estaca sin temor. Mientras que el verdugo ataba a Harmen, Dirck se arrodilló y clamó a Dios con mucho fervor, porque no podían hablar. Después, Dirck se levantó y abrazó a Harmen con cariño, y lo besó y señaló el cielo con su dedo. Después Dirck, gozoso y sonriendo se paró en la estaca y levantó sus ojos al cielo.

Después, trajeron a las cuatro mujeres al cadalso y ellas vieron a los dos hermanos en las estacas. Se alegraron mucho y sonrieron, doblaron sus manos, levantaron sus ojos al cielo, se besaron una a la otra y se arrodillaron y se pararon en las estacas sin temor. Mientras se besaban, vino un ruido como de trueno o de un carruaje sin caballos. Las personas cayeron, una encima de la otra; nadie sabía que era, y todos se llenaron de miedo.

Antes de esto, cuando habían decapitado a Bruyn y Antonis, los monjes habían dado un discurso, diciendo que la gente debía guardar a sus hijos de estas personas (los anabaptistas) y que nadie debe ofenderse verlos siendo quemados, pues, era la voluntad del Rey, y que nadie debe causar estorbo ninguno. Tan pronto como terminaron de hablar, vino un ruido y la gente se llenó de miedo. Los españoles gritaron una alarma y empezaron a tocar los tambores pero todo pasó sin ningún daño. Algunos dijeron que vieron una luz sobre el cadalso, como un sol oscuro. Un hermano entre la gente señaló al cielo con su mano y les animó a confiar en Dios. Ellos levantaron sus ojos al cielo, excepto Dirck van Wesel, que se había desmayado debido a la presión de las cadenas alrededor de su cuello; además él había sido severamente torturado, así que se desmayó. Entonces el verdugo prendió el fuego y los seis fueron quemados juntos.

Llegó el carruaje español mientras las dos jóvenes se abrazaban viendo con alegría cómo los otros hermanos soportaban con paciencia el sufrimiento.


Esto ocurrió por Deventer, en el Brink, el 25 de mayo de 1571. Después, el 16 de julio del mismo año, los otros héroes valientes, Claes Opreyder, Ydse Gaukes, Lijntgen Joris, y su hija, Catarina, fueron llevados desde la torre con sus bocas cerradas para que no pudieran hablar y pasaron por las calles, sin temor y sonriendo, saludando con la cabeza a la gente. Primero llevaron a Claes al cadalso y él se arrodilló para orar, pero el verdugo lo levantó, pues los españoles no lo permitieron, sino gritaron: “¡Villanos, villanos!” Pero los seis primeros en ser ofrecidos, habían terminado sus oraciones sin impedimento. Se les había permitido estar juntos y besarse. Pero como la gente habló mucho sobre su manera de orar y besarse con tanto amor, ellos decidieron traerlos uno por uno al cadalso.

Mientras que Claes estaba en la estaca, trajeron a Ydse al cadalso, y él luchando con fuerza, se acercó a Claes y lo besó. Por tanto, los españoles gritaron de nuevo y se enfurecieron. Mientras ataban a Ydse, uno de los líderes de los españoles junto con un monje, se acercó a Catarina. Su madre estaba lejos de su hija y no pudo escuchar lo que decían a su hija. El monje le dijo: “Tu madre se ha rendido. Ella confiesa que ha sido seducida. Ella morirá con la espada. Si tú te rindes, no morirás, porque todavía eres joven. Tú podrías casarte y recibir muchos bienes; nosotros te ayudaremos. Pero ella contestó negando con la cabeza. Los otros españoles le dijeron mucho, diciendo que debe retractarse y salvar su vida; pero otros dijeron: “No le digan eso, sino asegúrenle que si ella renuncia esta herejía (anabaptismo), morirá como cristiana piadosa con la espada.” Y otros dijeron: “Basta con hacerla creer que puede salvar su vida; después de retractarse, morirá de todos modos.” Pero a todo esto ella respondió negando con la cabeza. Entonces el monje dijo: “Querida hermana, retráctate, de lo contrario, irás de este fuego al fuego eterno; esto te prometo por mi alma.”

Entretanto, llevaron a su madre también al cadalso y la pusieron en la estaca. Entonces Catarina se regocijó grandemente, pues, vio que todo lo que le habían dicho acerca de su madre era mentira. Después, llevaron a Catarina al cadalso también y ella subió las gradas rápidamente, pues, ella, igual que los otros mártires, anhelaba la hora de su redención. Los cuatro fueron atados con la espalda de uno frente a la del otro, para que no pudieran verse ni señalarse uno al otro con la cabeza.

De esta manera estos cuatro ofrecieron su sacrificio el 16 de junio de 1571; muchos siguieron sus ejemplos, reconociendo que eran verdaderos, esforzándose por la gracia de Dios a llevar una vida justa y temerosa de Dios.

Jan Smit, colgado de su pie, 1572 d.C

Cerca del año 1572 había un hermano piadoso y temeroso de Dios, llamado Jan Smit, del país de Marck. Él fue llevado preso a Munnekendam por el testimonio de Jesús. Pero cuando Munnekendam fue tomado por los protestantes, fue puesto en libertad. Después, trabajando en un barco fue apresado por un capitán español y llevado hasta Ámsterdam. Fue encarcelado hasta que decidieron que debería ayudar a remar un barco en el lago de Haarlem, contra los habitantes de Haarlem. Pero cuando lo llevaron al lugar donde iba a ayudar, él dijo que no se sentía libre en su conciencia para remar, ya que él no tenía enemigos; dijo que ellos podrían hacer con él lo que les parecía bien. Por tanto, fue llevado a Haarlem donde fue severamente cuestionado en cuanto a su vida y fue descubierto que era un menista (anabaptista). Puesto que no apostató frente a severas examinaciones y amenazas, pues tenía su base en la roca firme de Cristo y venció todo con la verdad, Don Frederico, hijo del duque de Alba, lo sentenció a ser colgado de su pie en el cadalso, y de esta manera murió este héroe y soldado de Jesucristo.

Jans colgado de su pie.


Maeyken Wens y algunas de sus compañeras creyentes, quemadas por el testimonio de Jesucristo en Antwerp, 1573 d.C.

El viento norte de la persecución soplaba ahora con más fuerza por el jardín del Señor; así que las plantas y los árboles del mismo (es decir los verdaderos creyentes), llegaron a ser desarraigados de la tierra por medio de la violencia que se desencadenó contra ellos. Esto pasó en el caso de una mujer piadosa y temerosa de Dios llamada Maeyken Wens, quien era la esposa de un fiel ministro de la iglesia de Dios en la ciudad de Antwerp, cuyo nombre era Mattheus Wens, albañil de profesión.

Como por el mes de abril de 1573, ella, juntamente con otras de sus compañeras creyentes, fue aprehendida, encadenada y confinada en la prisión más severa de Antwerp. Al mismo tiempo, los así llamados espirituales o eclesiásticos, así como también las personas seglares, la sometieron a muchos conflictos y tentaciones con el fin de causar que ella renunciara al anabaptismo. Pero ya que no podían de ninguna manera, ni con torturas severas, la sentenciaron el 5 de octubre de 1573 y la pronunciaron en público en la corte de Antwerp. La sentencia decía que ella debe, con la boca atornillada o con la lengua atornillada al paladar, ser quemada hasta las cenizas como hereje juntamente con otras que se encontraban en prisión y que eran de la misma creencia.

El día siguiente, esta piadosa heroína de Jesucristo temerosa de Dios, así también como sus compañeras creyentes que habían sido condenadas con la misma sentencia, fueron sacadas con las lenguas firmemente atornilladas, como corderos inocentes para el matadero. Habiendo atado a cada una a una estaca en la plaza, las furiosas y terribles llamas les quitaron la vida y quemaron sus cuerpos. En corto tiempo ya habían sido consumidos hasta las cenizas. Soportaron firmemente el severo castigo de la muerte. Por tanto, el Señor en el porvenir transformará los cuerpos de ellas para que sean semejantes al cuerpo de la gloria Suya. Filipenses 3:21.

El hijo mayor de la arriba mencionada mártir, llamado Adrián Wens, como de unos quince años de edad, no podía apartarse del lugar de la ejecución el día cuando su querida madre fue ofrendada. Aquel día él había traído consigo a su hermano menor que se llamaba Hans Mattheus Wens, de tres años de edad. Alzó al niño en sus brazos y fue a pararse junto con él sobre un banco, no muy lejos de donde habían clavado las estacas, para contemplar la muerte de su madre.

Pero cuando la trajeron y la colocaron junto a la estaca, él perdió el conocimiento, se cayó al suelo y permaneció en tales condiciones hasta que ya habían quemado a su madre y a las demás.

Después, cuando la gente se había marchado, y habiendo vuelto en sí, se acercó al lugar donde habían quemado a su madre y se puso a buscar entre las cenizas, donde halló el tornillo con el cual le habían atornillado firmemente la lengua a su mamá, tornillo que él guardó como recuerdo de su madre.

El hijo mayor de Maeyken Wens, junto a su pequeño hermano, buscando entre las cenizas el tornillo con el cual atornillaron la lengua de su madre.


Carta de Maeyken Wens dirigida a su esposo Mattheus Wens, albañil, que fue ministro de la iglesia de Dios en Antwerp, sacrificada el 6 de octubre de 1573 d. C.

Gracia y paz de Dios el Padre, por medio de Jesucristo su Hijo Unigénito, quien te dé la sabiduría y el entendimiento para que te gobiernes sabiamente, y gobiernes también a tus hijos, para que los críes en el temor de Dios. Para tal propósito, que el buen Padre te fortalezca, y que el Espíritu Santo te consuele en tu tribulación. Éste es el saludo y deseo de mi corazón para ti, mi queridísimo y amado esposo en el Señor…

Oh, mi amigo querido, jamás pensé que salir de esta vida fuera tan duro para mí como lo es ahora. Es verdad que a mí me parecía muy difícil la prisión, pero eso fue, porque ellos fueron muy tiránicos. Pero ahora la partida es lo más duro de todo.

Oh, mi queridísimo y amado esposo, ora con fuerza al Señor por mí, que aparte de mí el conflicto, pues está en su poder, si es su voluntad. Con verdad ha dicho el Señor que el que no deja todo no es digno de Él. Bien sabía el Señor que sería difícil para la carne. Pero espero que el Señor me ayude a vencer, así como ha ayudado a muchos. Por eso yo confío en Él.

Oh, qué fácil es ser cristiano mientras la carne no es probada y no hay nada que dejar. Entonces es muy fácil ser cristiano…

Saluda a todos los conocidos en mi nombre, y también a los amigos en la carne. También mis compañeras te saludan a ti y a mis hijos.

Escrita por mí, en mis prisiones. -Maeyken Wens

Carta de Maeyken Wens, escrita en la prisión en Antwerp a su hijo.

Mi queridísimo hijo Adrián. Mi hijo, a ti dejo esto por testamento porque tú eres el mayor. Quiero exhortarte a que comiences a temer a nuestro querido Señor, pues ya estás llegando a ser lo suficientemente mayor para poder percibir el bien y el mal. Piensa en Betteken, que es de casi la misma edad que tú.

Hijo mío, desde tu juventud sigue el bien, y apártate del mal. Haz el bien mientras tengas la ocasión, y fíjate en tu padre, de con cuánto amor me guiaba con bondad y amabilidad, siempre instruyéndome con la Palabra del Señor. ¡Ay! ¡Si a él hubiera seguido así, cuán ligeras serían mis prisiones! Por tanto, mi querido hijo, esté alerta a lo que es malo para que después no tengas que lamentarte: “Si esto o aquello hubiera hecho; pues entonces, cuando ya el asunto esté tan avanzado como lo está para mí ahora, será demasiado tarde.”

Escucha la instrucción de tu madre: aborrece a todo lo que el mundo y tu sensualidad aman, y ama el mandamiento del Señor. Deja que Él mismo te instruya: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a si mismo,” lo que quiere decir que abandones a tu propia sabiduría, y ora así: “Señor, que se haga tu voluntad.” Si haces esto, la unción del Espíritu Santo te enseñará todo cuanto hayas de creer. (1 Juan 2:27).

No creas lo que dicen los hombres, pero obedece lo que te manda el Nuevo Testamento, y pídele a Dios que te enseñe cual es su voluntad. No confíes en tu propio entendimiento, sino en el Señor, y deja que tu consejo permanezca en Él, y pídele que te dirija por sus caminos.

Mi hijo, aprende cómo debes amar a Dios el Señor, cómo debes honrar a tu padre y todos los otros mandamientos que el Señor requiere de ti. Cualquier cosa que no está contenido en ellos, no lo creas. Pero todo lo que está contenido en ellos, obedece.

Júntate con los que temen al Señor, y apártate del mal, y por amor haz todo cuanto está bien.

Oh, no tengas en cuenta a las grandes multitudes ni a las costumbres antiguas, sino fíjate en el rebaño al que se le persigue por la palabra del Señor. Pues los buenos a nadie persiguen, más bien son perseguidos.

Cuando te unas a ellos, guárdate de toda doctrina falsa, pues Juan dice: “Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo” 2 Juan 9. La doctrina de Cristo es misericordia, paz, pureza, fe, mansedumbre, humildad y obediencia total a Dios.

Mi hijo querido, sométete a lo que es bueno. El Señor te dará el entendimiento. Esto te doy como mi último adiós. Mi hijito querido, presta atención a la disciplina del Señor; pues cuando haces mal, Él te disciplinará en tu mente. Desiste entonces, y pide la ayuda del Señor, y odia lo que es malo, y el Señor te librará, y el bien vendrá a ti.

Que Dios el Padre, por medio de su amado Hijo Jesucristo te conceda su Espíritu Santo, para que Él te guíe a toda la verdad. Amén. Esto, yo Maeyken Wens, tu madre, he escrito mientras me hallaba en prisión por la Palabra del Señor. Que el buen padre te conceda su gracia, mi hijo Adrián. Escríbeme una carta hablándome de lo que hay en tu corazón, si deseas temer al Señor o no. Esto sí me gustaría saber.

“De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien” 1 Pedro 4:19.

Otra carta de Maeyken Wens escrita a su hijo

¡Oh mi querido hijo! Aunque yo te sea quitada de aquí, en tu juventud esfuérzate por temer a Dios y tendrás a tu madre otra vez en la nueva Jerusalén, donde no existirá le despedida. Mi queridísimo hijo, espero ahora ir antes de ti; sígueme así según valoras tu alma. Pues aparte de éste no existe otro camino a la salvación.

Ahora te encomiendo al Señor. Espero que el Señor te guarde, si tú le buscas. Ámense los unos a los otros por todos los días de su vida. Lleva a Hansken en tus brazos, de vez en cuando. Hazlo por mí. Y si su padre les fuere quitado, cuídense el uno al otro. Que el Señor les guarde. Mis queridos hijitos, bésense el uno al otro en memoria de mí. Adiós, mis queridos hijitos. Adiós a todos ustedes.

Mi querido hijo, no temas estos sufrimientos, pues no son nada comparados con los que durarán eternamente. El Señor quita todo temor. Yo no sabía qué hacer por el gozo que sentí cuando me sentenciaron. Por tanto, no dejes de temer a Dios por causa de mi muerte temporal. No puedo agradecer suficiente a Dios por la gracia que me ha mostrado.

Adiós una vez más mi querido hijo Adrián. Te suplico que siempre seas bondadoso para con tu afligido padre por todos los días que te quedan de vida, y que no le causes tristezas. Lo que te escribo a ti, también se lo digo a tu hermano menor. He aquí, una vez más les encomiendo al Señor. Estoy escribiendo la presente carta después de haber sido sentenciada a muerte por el testimonio de Jesucristo, 5 de octubre de 1573.

Escrito por mí, como recuerdo para ti, de tu madre, quien te dio a luz en medio de grandes dolores. Guarda bien esta despedida de tu madre.

Leer el proximo Capítulo --LOS MÁRTIRES DE 1573-92

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