CAPÍTULO 5 LOS MÁRTIRES DE LOS SIGLOS V-XV (400-1500 d.C)

Una invitación a una viaje por los lugares donde anduvieron y murieron los queridos mártires en los días pasados y oscuros

Como una introducción a los mártires de este periodo de la historia, Thielman van Braght escribe lo siguiente:

Con pasos lentos iremos por un largo viaje, un viaje maravilloso y a la vez triste. Los lugares por donde pasaremos son las montañas de Lombardía, cerca de Novaria, las ciudades de Crema y Steyer en Austria, Zuidenitz en Polonia, Marsella en Francia. Luego, pasaremos a Bohemia, terminando nuestro viaje por el Mar Báltico.

¿Qué cosas hallaremos en el camino, queridos amigos? Ciertamente nada que agrada a los deseos humanos o la carne; el fuego nos amenaza por un lado y las aguas profundas por el otro; y en medio de ambos solamente se encuentran el cadalso sangriento: las horcas, las estacas e innumerables instrumentos horribles de la muerte y la tortura, los cuales someten a las personas a una muerte lenta, que equivale a morir mil veces. Se ve un grupo enteramente compuesto de cuerpos quemados, ahogados, decapitados o martirizados de alguna u otra manera; así pues, tenemos que caminar por en medio de cráneos y esqueletos: vemos sangre púrpura que parece fluir como arroyos, a veces hasta como ríos grandes.

Sin embargo, nuestros corazones se llenan de gozo, nos deleitamos en este viaje, y nos revestimos de vida en los valles de la muerte; porque aquí está la entrada a los cielos, la puerta al bendito palacio; una puerta verdaderamente estrecha, en cuyos postes quedan adheridos la carne y la sangre; pero por esta puerta se entra a espaciosas moradas celestiales y al jardín infinito y eterno del bendito paraíso. Aquí se escucha con los oídos de la fe las voces alegres de los ángeles, superiores en canto a los cánticos de pájaros o a la música instrumental más agradable, la cual de hecho suena discordante y desagradable cuando se la compara con aquellas voces angélicas. Aquí también se ve con claridad la majestad de Dios, Jesús, el Salvador del mundo y las sociedades celestiales. No nos atrevemos hablar más de ello porque ojo humano no lo ha visto, y el hombre ni siquiera ha pensado en las cosas que Dios ha preparado para los que le aman. (1 Corintios 2:9)

Todo esto se siente en el alma, aunque los cuerpos sufran una gran angustia; pues pronto termina. ¿No debemos anhelar este viaje? ¡Por supuesto! Entonces sigamos adelante. Que el Señor nos guíe y enseñe el camino correcto.

¡Oh multitudes de mártires! Ustedes han testificado con su sangre el nombre de Dios. Hemos venido a contemplar sus martirios y darlos a conocer por escrito a nuestros hermanos; no es que pensamos ir de peregrinación a los lugares donde murieron, para adorarlos; ni queremos traerles ofrendas como hacen los sacerdotes; de ninguna manera; antes bien, queremos recordar sus buenos ejemplos. S

obre los tiranos y su tiranía en el año 401

Entre los perseguidores sanguinarios de los cristianos cuentan Esdigerdis y su hijo Geroranes, que no solamente mataron y asaron vivos a los cristianos, sino también cortaron carrizos y los ataron fuertemente al lado cortado contra los cuerpos desnudos de los mártires, lacerando así terriblemente sus cuerpos. También los confinaron desnudos en celdas, atando sus manos y sus pies, haciendo entrar muchas ratas hambrientas que poco a poco los devoraron completamente. Sin embargo, con estas crueldades y otras parecidas, persuadieron sólo a pocos cristianos a negar a su Redentor.

La gran crueldad de Elvelid, el musulmán, el cual mató a todos los cristianos que se hallaban encarcelados, 739 d.C.

Se escribe que en el año 739, el príncipe musulmán Elvelid, mandó ejecutar a todos los cristianos en todas las ciudades.

Ya que los escritores antiguos no nos han dejado información detallada en cuanto a sus enseñanzas y prácticas, no escribiremos con detalle sobre el obispo de la iglesia de Damasco, Pedro Mavimenus y otros que en ese tiempo fueron martirizados en el Oriente por el testimonio de Cristo.

¡Oh cuán lamentable es que los escritores antiguos no nos hayan dejado más información clara y especifica de esos tiempos! Estamos seguros que alentaría muchos corazones sinceros y esforzaría su fe si ellos pudieran ver que en días pasados y turbulentos muchos de sus hermanos y hermanas amaron tanto a Cristo, su querido novio de sangre, y las enseñanzas celestiales, que sin vacilar, testificaron por Él por medio de la muerte, en el fuego y el agua, en los dientes y en las garras de las bestias o en la espada mortal y de otros modos.

Nunila y Aloida, hermanas jóvenes, ejecutadas por la espada en la ciudad de Osca por el nombre del señor Jesús, cerca del año 857 d.C.

El Señor preparó no solamente hombres, sino también mujeres y doncellas. Cerca del año 851 entre los musulmanes, dos hermanas llamadas Nunila y la otra Aloida, no vacilaron en testificar de Jesucristo, su novio celestial, con su sangre y su muerte.

Su padre era musulmán y su madre una cristiana de nombre, pero no muy piadosa, pues, después de la muerte de su esposo se casó con un musulmán incrédulo. Así pues, estas mujeres jóvenes piadosas no pudieron practicar con libertad su vida cristiana debido a las restricciones de su padrastro incrédulo. Por lo tanto, dejaron la casa de su madre y fueron a vivir con su tía, una cristiana verdadera, la cual les enseñó más del evangelio.

El enemigo de los hombres se llenó de envidia porque ellas, las hijas de un padre musulmán, se habían convertido al cristianismo. Él los acusó por medio de personas malvadas ante el policía principal de la ciudad de Osca; luego ellas fueron llevadas al juez. Éste les prometió muchos regalos para apartarlas de la fe. También prometió darlas en matrimonio a los mejores jóvenes, si ellas se convirtieran a la fe musulmana. Pero si ellas siguieran obstinadas, él amenazó con torturarlas y matarlas con la espada. Por consiguiente, estas doncellas piadosas fortalecidas por el Espíritu de Dios, contestaron firmemente y sin temor al juez, diciendo:

“¡Oh juez! ¿Por qué nos ordenas a apartarnos de la verdadera piedad? Porque Dios nos ha mostrado que no hay nadie en todo el mundo más rico que Jesucristo, nuestro Salvador, y que no hay nada más dichoso que la fe cristiana, por la cual los justos viven y los santos han conquistado reinos. Porque sin Cristo no hay vida, y sin su conocimiento hay solamente la muerte eterna. Morar con Él y vivir en Él es nuestro único y verdadero consuelo; pero apartarse de Él es perdición eterna. No nos apartaremos de nuestra comunión con Él en toda nuestra vida, porque habiendo confiado nuestra inocencia y juventud a Él, esperamos llegar a ser su novia. Porque la ganancia de las cosas temporales de este mundo, con las cuales piensas seducirnos, nosotras las vemos como basura para ganar a Cristo; porque nosotras sabemos que todas las cosas en el mundo son vanidad, excepto Cristo. Ni nos conmueven las amenazas del castigo, porque sabemos que las torturas duran poco tiempo; aun la muerte que presentas como el terror más grande, la anhelamos porque sabemos que por medio de ella vamos directamente al cielo y a Cristo, nuestro novio, para ser abrazados inseparablemente por Él en su amor.”

El juez, viendo su firmeza y convicción, mandó separarlas y entregarlas a mujeres musulmanes para ser instruidas en la religión musulmana. También las prohibió estrictamente ser acompañada una con la otra o con cualquier otro cristiano. Las mujeres musulmanes expusieron diariamente su doctrina idólatra y malvada, buscando envenenarlas con la copa de la ira de Dios por medio de Mahoma, el profeta de los musulmanes. Pero todo era en vano; ellas permanecieron firmes. Sus enemigos las vieron como obstinadas.

Por fin, fueron llevadas delante del tribunal; allí, confesaron otra vez a Cristo y afirmaron que Mahoma era enemigo del cristianismo. Por lo tanto, fueron ejecutadas por la espada en la ciudad de Osca en España en el año 851 d.C.

Pelagio, un joven de trece años, le cortaron las piernas y los brazos y luego lo decapitaron, Córdova, 925 d.C.

Pelagio, un joven cristiano, a la edad de trece años fue entregado al rey Árabe en Córdova. Este joven era muy diligente en el camino del Señor al prepararse para su martirio, que se acercaba. Cuando fue llevado al rey, se paró e inmediatamente empezó a confesar su cristianismo, diciendo que estaba disgusto a morir por ello. Pero al rey no le interesó escuchar sus palabras acerca de Jesús y del cristianismo; y tentó al joven el cual era muy inocente en los caminos de la maldad, a hacer algunas cosas impuras. Pero este héroe de Cristo valientemente negó hacerlo, prefiriendo morir antes de vivir vergonzosamente para el diablo, y contaminar su alma y su cuerpo. El rey, deseando persuadirlo, mandó a sus siervos a prometerle muchas cosas buenas, diciendo que si él rechazara su fe, el rey lo criaría con mucho esplendor en su corte. Pero el Señor, en quien confiaba, lo fortaleció para resistir todas las seducciones de este mundo; él les dijo: “Yo soy cristiano, y permaneceré cristiano y obedeceré solamente los mandamientos de Cristo por toda mi vida.”

Pelagio permanecía en oración mientras el verdugo terminaba de cortar sus brazos. Martirizado en Córdoba, España, 925 d.C


El rey, viendo que permaneció firme, se llenó de ira y ordenó a sus guardias colgarlo con tenacillas de hierro, pellizcarlo, y levantar y bajarlo hasta que muriera o negara a Cristo. Pero habiendo soportado todo eso, permaneció sin temor y estaba dispuesto a sufrir más, aun hasta la muerte.

Cuando el tirano vio la firmeza del joven, ordenó cortar sus miembros y echarlos al río. De pie delante del rey, mientras que la sangre fluía de su cuerpo, oraba a nuestro Señor Jesús: “Oh Señor, sálvame de las manos de mis enemigos.” Cuando levantó las manos orando, los verdugos jalaron y cortaron sus brazos y sus piernas y su cabeza; y luego arrojaron los pedazos al río. Así este joven héroe y testigo fiel terminó su vida en el año 925 d.C. Su martirio duró desde las siete de la mañana hasta la noche.

Arnaldo de Brescia, después de mucha persecución, quemado en Roma por sus enseñanzas contra la Iglesia Católica, 1145 d. C.



Los verdugos, bajo la inspección de los sacerdotes, sacan del fuego los restos de Arnaldo para luego convertirlos en cenizas y echarlas al río Tíbet.


En el año 1139, Arnald de Brescia, Italia, habiendo sido instruido por Pedro Abelard, empezó a enseñar contra la misa, la transubstanciación y el bautismo de infantes. Por tanto, el Papa Inocente II le mandó callarse. Él huyó a Alemania o Suiza, donde siguió enseñando por un tiempo. Después de la muerte del dicho Papa, regresó a Roma. Pero mucha gente lo seguía y los papas Eugenio y Adrián empezaron a perseguirlo severamente y el huyó al emperador Federico Barbarossa, quien lo entregó al Papa. De esta manera finalmente, en Roma, fue atado a una estaca, quemado, y sus cenizas fueron arrojadas al río Tíbet, para que la gente no lo honrara. Esto ocurrió en el año 1145 d.C. después que él había enseñado dichas doctrinas durante seis años.

Pedro Bruis quemado en St. Giles; Enrique de Toulouse apresado y martirizado y sus seguidores perseguidos por los hombres del Papa 1145, 1147 d.C.

P. J. Twisck da el siguiente relato para el año 1145: “Llegaron a ser conocidos en Francia, un ex-sacerdote, Pedro Bruis y su discípulo, Enrique de Toulouse. Ambos habían sido monjes, eran educados y grandemente criticaron los errores papales, hablando la verdad sin temor a nadie. Al Papa lo llamaron El príncipe de Sodoma y a la ciudad de Roma Madre de toda injusticia y abominación. Ellos hablaron contra las imágenes, la misa, los peregrinajes y otras instituciones de la iglesia romana. Ellos renunciaron el bautismo de infantes, diciendo que sólo los creyentes deben recibir el bautismo.

Cuando Pedro había predicado por aproximadamente veinte años, desde 1126 hasta 1145 y mucha gente había llegado a seguirlo, fue quemado públicamente en la ciudad de St. Giles.

Su discípulo, Enrique Thoulouse, que lo seguía en la enseñanza, fue apresado después por los hombres del papa y martirizado, aunque no se sabe de qué manera. Se supone que esto ocurrió dos años después, en el año 1147 d.C.

Después de sus muertes, una cruel persecución surgió contra todos los que habían seguido sus enseñanzas, de los cuales muchos fueron a la muerte llenos de gozo. En breve, por más que los papas, con todas sus cabezas rapadas y ayudados por sus príncipes y magistrados seculares se esforzaron para exterminarlos, primero por medio de debates y después por el destierro y la excomulgación, por maldiciones y cruzadas, y por el dar indulgencias y perdón a todos los que persiguieran dichas personas, y por fin por toda clase de tormento, fuego, cadalso y cruel derramamiento de sangre, hasta que en todo el mundo se había producido un tumulto. Sin embargo, no pudieron impedir que sus enseñanzas se extendieran a todos los países y reinos. Se reunieron tanto en secreto como públicamente, con pocas personas o muchas, dependiendo de la crueldad o tiranía de los tiempos hasta el año 1304, de los cuales más que cien personas eran quemadas en París y sus descendientes siguieron por medio de mucha tribulación hasta el día de hoy.” P. J. Twisck

La conversión de Pedro Valdo y el surgimiento de los valdenses, 1160 d.C

Cerca del año 1160, algunos ciudadanos principales de la ciudad de Lyon, Francia, se encontraban conversando, cuando uno de ellos repentinamente cayó al suelo y murió. Esta tragedia, un ejemplo de la mortalidad del hombre y de la ira divina, aterrorizó a uno de ellos llamado Pedro Valdo, un hombre muy rico. Éste se puso a reflexionar y decidió, impulsado por el Espíritu Santo a arrepentirse y a temer a Dios. Desde entonces, él empezó a dar muchas limosnas y a enseñar el bien a los de su propia casa y a otros que venían. Les habló del arrepentimiento y de la verdadera piedad. Siguió ayudando a los pobres y se dedicó a aprender, además de enseñar a otros con más fervor, ya que más gente se acercaba a él. Él les enseñaba las Escrituras en francés, el idioma del pueblo. Pero el obispo y sus hombres, quienes según Cristo, tienen la llave de los cielos, pero ni ellos mismos entran ni permiten entrar a otros, se molestaron bastante que este hombre común y sin educación predicara las Escrituras en la lengua común y que muchas personas vinieran a su casa para ser instruidas y amonestadas por él. Él era muy celoso para honrar a Dios y por mostrar la salvación a los hombres. Las personas deseaban tanto escuchar la palabra de Dios, la cual no era predicada con pureza en las iglesias, ni públicamente, que no pudo ser prohibido por la orden de los fariseos y sacerdotes católicos: por lo cual tanto Pedro Valdo como los que eran enseñados por él, dijeron que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres; pues él, a pesar de las órdenes de los malvados, decidió sostener a los cristianos no solamente con las cosas materiales, que por causa de dar mucho fueron disminuyendo cada día, sino también con la palabra de Dios y buenas instrucciones y amonestaciones. Puesto que los sacerdotes buscaron eliminar con tiranía y mandatos malvados la enseñanza sencilla y pura de la palabra de Dios, Valdo y sus seguidores empezaron a examinar la religión y los motivos de los sacerdotes; y sin temor hablaron contra ellos.

El conflicto con los sacerdotes se puso más intenso, y más confusiones y supersticiones en la iglesia católica fueron descubiertas y atacadas. Valdo también leyó algunos escritos de los líderes apostólicos y así defendió la verdad con la Escritura y con el testimonio de los antiguos. Cuando el obispo con sus fariseos y escribas católicos vieron con qué firmeza Valdo y sus seguidores enseñaban la palabra de Dios, les dolió que la ignorancia y el error de su propia doctrina fueran atacados por Valdo y sus seguidores. Entonces, los excomulgaron a todos. Viendo que la excomulgación no tuvo ningún efecto, los persiguieron y usaron la cárcel, la espada y el fuego en maneras atroces para obligarlos a dispersarse a otros países.

El clero, impotente para detener el avance y, alarmado, pidió al papa Celestino III que tomase medidas contra ellos. El papa mandó un delegado en 1194, que convocó la asamblea de prelados y nobles en Mérida, asistiendo personalmente el mismo rey Alfonso II de Aragón, quien dictó el siguiente decreto:

“Ordenamos a todo valdense que, en vista de que están excomulgados de la Santa Iglesia, son enemigos declarados de este reino y tienen que abandonarlo, e igualmente todos los estados de nuestros dominios. En virtud de esta orden, cualquiera que desde hoy permita recibir en su casa a los susodichos valdenses, asistir a sus perniciosos discursos o proporcionarles alimentos, atraerá por esto la indignación de Dios Todopoderoso y la nuestra; sus bienes serán confiscados sin apelación y será castigado como culpable del delito de lesa majestad; además cualquier noble o plebeyo que encuentre dentro de nuestros estados a uno de estos miserables, sepa que si los ultraja, los maltrata o los persigue, no hará con esto nada que no nos sea agradable.”

El testimonio de escritores antiguos acerca de las vidas virtuosas de los valdenses

Es asombroso que los peores enemigos de los valdenses no encontraran ningún mal en sus vidas aunque las examinaron con detalle.

Reinerius, un fraile dominico e inquisidor cruel de los valdenses, buscó difamarlos, pues, dijo que ellos leían frecuentemente las Escrituras: “Cuando los Valdenses quieren demostrar su educación, ellos citan las palabras de Cristo y sus apóstoles para enseñar muchas cosas acerca de la pureza, la humildad y otras virtudes, y dicen que hay que alejarse del pecado. También enseñan que solamente los que siguen la vida de los apóstoles son sus seguidores; que el Papa, los obispos y el clero, los cuales tienen las riquezas de este mundo y no siguen la santidad de los apóstoles, no son los ministros de la iglesia de Jesucristo.”

Es sorprendente de qué modo excelente Reinerius, quien solamente trató de calumniar a los valdenses y comprobar que eran herejes, más bien demostró sus virtudes. Él dijo: “Se puede ver en su comportamiento y en sus palabras que no son herejes, porque su actitud es muy modesta y seria. Su ropa no es costosa ni exagerada. No participan en el comercio; no mienten, ni juran ni estafan; antes bien, se sostienen por el trabajo de sus manos. Sus líderes son tejedores y zapateros que no amontan riquezas; sólo se satisfacen con las necesidades de la vida. Son puros, moderados en el comer y beber, y no van a los tabernas, etc.”

En cuanto a su manera de orar, se encuentra lo siguiente en un antiguo libro católico: “Los valdenses oran así: Se arrodillan, apoyándose en una banca o algo parecido. De esta manera, arrodillados con sus cuerpos postrados, suelen seguir en oración todo el tiempo que toma repetir el Padre Nuestro treinta o cuarenta veces. Ellos hacen esto con gran reverencia. No oran ni enseñan, ni tienen otra oración aparte del Padre Nuestro. Condenan el Saludo angélico y el Ave María.

También fue escrito de los valdenses que ellos ayunaban tres o cuatro veces a la semana, comiendo solamente pan y agua, a menos que tuvieran un trabajo muy agotador que hacer. Ellos oraban siete veces al día. El más anciano de ellos empezaba la oración.

Gerardo, con treinta personas más, hombres y mujeres, marcados con hierros candentes, azotados y expulsados de la ciudad para morir en la miseria del frío en Oxford, Inglaterra, en el año 1161 d.C.

En el año 1161 cerca de treinta personas, tanto hombres como mujeres, nativos de Alemania, navegaron a Inglaterra. Los católicos los llamaron espíritus erróneos y publicanos, diciendo que eran de orígenes desconocidos. Otros los llamaron Petrobrusianos, Berengarianos, hombres pobres de Lyon (valdenses) etc.; porque se opusieron al bautismo de infantes, a la transubstanciación y a otros errores de la Iglesia Católica.

“Hubo más de treinta de ellos,” escribe el escritor católico, “que ocultando sus errores, habían entrado al país pacíficamente para propagar sus enseñanzas. Su líder era Gerardo, pues, sólo éste era un poco educado, mientras que todos los demás eran necios analfabetos, personas de la clase baja y simples. Pero no pudieron esconderse durante mucho tiempo, porque algunas personas sospecharon de ellos; y cuando se enteraron que pertenecían a una secta extraña, fueron apresados.

Habiendo sido sentenciados, fueron llevados al lugar del castigo. Fueron con alegría y presurosos. Gerardo, el líder, fue adelante, cantando: “Dichosos ustedes, dice el Señor, cuando los hombres los odian por mi causa.”

Entonces fueron marcados con hierros candentes en sus frentes. Gerardo recibió dos marcas, una en su frente y la otra en su barbilla para señalar que él era el líder. Después les quitaron sus ropas hasta las cinturas y públicamente los azotaron y los expulsaron de la ciudad. Y puesto que era pleno invierno, y nadie les mostró ni la más mínima compasión, todos murieron desdichadamente en el frío intenso.

Ciento ochenta discípulos llamados albigenses, quemados fuera del castillo Minerve, 1210 d.C.



La quema de 180 albigenses en la gran hoguera preparada por la Iglesia Católica Romana, 1210 d.C


En el año 1210 d.C. tuvo lugar un gran sacrificio de creyentes llamados Perfecti o albigenses fuera del castillo Minerve. Cerca de ciento ochenta personas, tanto hombres como mujeres, dejando al anticristo de Roma, se mantuvieron fieles a Cristo y a su verdad divina y fueron quemados públicamente; habiendo encomendado sus almas a Dios, ahora están esperando la corona y el premio de los fieles.

Los escritores católicos escriben de esta manera: “El Papa de Roma había mandado una segunda cruzada para exterminar a los albigenses de todo lugar, prometiendo el perdón de pecados e incluso la salvación eterna a todos los que se involucraran en la matanza y quema de los albigenses.

Había en el castillo de Minerve muchos albigenses llamados Perfecti (los perfectos) que vivieron allí bajo la protección del señor del castillo. El castillo, situado en una piedra alta fue atacado por los soldados del Papa. Por fin, el señor del castillo fue obligado a rendirse por la escasez de agua en el castillo. El comandante del ejército ordenó matar a todos los que no se someterían a la Iglesia católica.

Sin embargo los albigenses respondieron: “No abandonaremos nuestra fe; rechazamos su fe romana; su labor es en vano porque ni la vida ni la muerte son capaces de apartarnos de Cristo.” Esta era la respuesta firme de los hombres, todos reunidos en una casa. Las mujeres, en otra casa se mostraron tan valientes que el abad, con todas sus palabras agradables, no pudo conmoverlas.

Entonces, todos los cristianos fueron obligados a salir del castillo, donde les esperaba un gran fuego y todos fueron arrojados en él, excepto tres mujeres que apostataron y así escaparon del fuego.

244 Valdenses quemados en la plaza cerca de Toulouse, 1243 d.C

Para llevar a cabo un gran espectáculo abominable como éste, participaba todo el pueblo: sacerdotes, autoridades civiles y hombres comunes. Todos ellos unidos contra los indefensos seguidores de Cristo.

Cuando el viento norte de la persecución surgió con fuerza en el jardín de los verdaderos cristianos en 1243. Aprehendieron, cerca de Toulouse, a doscientas cuarenta y cuatro personas llamadas valdenses. Estos inocentes e indefensos corderos de Cristo, habiendo rehusado abandonar al gran pastor de las ovejas, Jesucristo, y a sus mandamientos, fueron condenados a ser quemados vivos. De esta manera, ofrecieron a Dios un sacrifico vivo, santo y aceptable.

Katherine de Thou, en Lorain, quemada por enseñar el camino de Dios a las monjas católicas en Montpelier, Francia, 1417 d.C.

El 2 de Octubre, cerca de las dos de la tarde, en Montpelier, Francia, una mujer recta y temerosa de Dios fue sentenciada a la muerte y ejecutada en ese mismo día; pues, amando al Señor más que su propia vida, luchó valientemente hasta la muerte, entrando con fuerza por la puerta estrecha a los mansiones celestiales, habiendo dejado su carne y sangre en los postes de la puerta, es decir en las llamas ardientes de Montpelier en Francia.

El 15 de noviembre de 1416, después de la misa en la iglesia de San Fermín en Montpelier, Katherine Saube, una nativa de Thou en Lorain vino a la iglesia para presentarse. Ella había pedido el permiso de las autoridades para vivir con las monjas en un convento local. Dichas autoridades llevaron a Katherine como si fuera una novia al convento y la dejaron allí.

En cuanto a su motivo de entrar al convento, algunos creen que al experimentar los principios de la verdadera piedad y de una fe ferviente, fue impulsada por un deseo santo a enseñar a las otras monjas el verdadero conocimiento de Jesucristo. Esto es muy probable, puesto que testigos confiables afirman que después de su muerte, el convento entero fue quemado, junto con las monjas; sin duda, por causa de su religión.

Está escrito que el 2 de octubre de 1417 el juez estaba sentado en el tribunal de la ciudad de Montpelier. Había muchas personas allí; la plaza principal se llenó. El juez sentenció a Katherine diciendo que ella había pedido vivir en el claustro con las monjas, que era una hereje, que había enseñado varias herejías contra la fe católica, afirmando que la verdadera iglesia está conformada solamente por hombres y mujeres que siguen la vida de los apóstoles. También enseñó que es mejor morir que causar el enojo de Dios o pecar contra Él. Tampoco adoraba la hostia que el sacerdote consagraba, porque no creía que el cuerpo del Señor estaba presente en ella. Además, enseñó que no es necesario confesarse al sacerdote porque es suficiente confesar nuestros pecados a Dios; que confesar los pecados al sacerdote no tiene más valor que confesarlos a algún hermano discreto y piadoso. También enseñó que el purgatorio no existe.

Ya que esta heroína piadosa de Dios siguió en la fe con toda firmeza, la sentenciaron a morir quemada.

Recordando a un héroe

El siguiente tributo fue escrito por Thielman Jans van Braght, en recuerdo al mártir Gerardo, quien por el testimonio de Jesucristo fue cantando delante de sus compañeros, cinco varones, dos mujeres y una niña en el camino para ser quemado en la estaca Colonia, Alemania, 1161 d.C

Escala tus alturas doradas, oh héroe de las almas santas que siguieron la bandera ensangrentada de Dios en medio de la opresión y la miseria, donde nada sino el humo y el vapor de sacrificios humanos ascendía a las nubes. Pero tú, héroe, fuiste delante de ellos, sí, peleaste en tu camino para entrar por la puerta estrecha al espacioso cielo.

El espantoso fuego sacrificial, las estacas resplandecientes, la vergüenza que sufre Sión, no pudo turbar ni impedir al pueblo escogido de Dios, ni atemorizarlos de llevar el nombre de Cristo, como en una nube blanca: hasta que una llama ardiente hubo consumido sus cuerpos, por lo cual sus almas se reconfortaron con Dios.

Leer el proximo Capítulo --¿Quiénes eran los anabaptistas?

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