El mensaje de los Anabaptistas

Oíd, oíd, lo que nos manda el Salvador.
Marchad, marchad, y proclamad mi amor.
Pues, he aquí, yo con vosotros estaré
Los días todos hasta el fin os guardaré.
Id, id por el mundo. Id y predicad el evangelio,
Id, id, va adelante el Todopoderoso Salvador.
¡Gloria, gloria, aleluya a Jesús!
¡Gloria, gloria, aleluya a Jesús!
Nuestras almas Él salvó, nuestras manchas Él lavó,
¡Proclamemos pues, a todos Su amor!
Los poderosos compases de mi himno favorito de Fanny Crosby me recibieron debajo de la ventana de la capilla donde mis estudiantes se hallaban en práctica de coro. Al pasar y escuchar las palabras, me quedé paralizado por ellas. Mirad, mirad la condición del pecador,
¡Qué triste es! ¡Qué llena de dolor!
Sin luz, sin paz, camina hacia la eternidad,
Y no conoce el gran peligro en que está.

El mensaje asió mi corazón, como siempre. Esta vez aún más. Era un himno misionero. Había hojas secas arremolinándose por el pasto seco de diciembre. Los montes de Santa Ana, El Salvador, se hallaban allí por encima de árboles dispersos a lo largo del camino de Zacamil. Pensé en las bombas que habíamos oído unas noches antes (Habían aventado bombas a un banco cerca de la misión en la ciudad capital). Pensé en el sonido de las pistolas de fuego, los re- fugios y búnkeres antiaéreos provistos de balas sobre puentes iluminados por fuego, los helicópteros volando en formación al nivel de las copas de los árboles, con artillería pesada apuntando a todas partes, los autobuses cargados de bombas, bloqueando el camino, y las pequeñas casas mostrando banderas blancas.

Salid, salid, embajadores del Señor,
Buscad, buscad al pobre pecador.
Aprovechad el tiempo que el Señor nos da,
Pues pronto el día de salud acabará.

Sabía que estos jóvenes cantando esto, estaban conscientes de las palabras del himno. Muchos de ellos venían de familias no cristianas. Algunos de ellos habían quedado huérfanos en su niñez. Varios de los varones habían ingresado al ejército y habían escapado o habían explicado el por qué salían, comprobando su cristianismo a sus generales.

Id, id por el mundo. Id, id, y predicad el evangelio. Id, id, va adelante el Todopoderoso Salvador. Pronto estarían de vuelta en las ciudades para poner en práctica este himno. Eran primera generación de anabaptistas; ¡Cómo amaba el espíritu de estos jóvenes salvadoreños y guatemaltecos! Su espíritu era el mismo que el de la clase de cristianismo que describe el himno misionero más antiguo todavía en existencia, escrito por un anabaptista en Moravia en 1563:

Dios nos ha enviado salvación (das Heil) por medio de Jesucristo, y por medio de Él, su Consejo se ha consumado sobre la Tierra. Cristo compra de vuelta a aquellos que escuchan su mensaje, y no abandonará a los que siguen sus enseñanzas.

Como Dios el Padre envió así a Cristo, ahora nosotros somos enviados. Tenemos que decir a las naciones las nuevas para que sepan. Dios nos envía, en estos tiempos finales, para hacerlos que se conviertan de sus malos caminos, y advertirles del juicio cuando todos nos pararemos ante Dios sin excusa…

¡Estemos listos! ¡Ejerzamos toda nuestra fuerza para juntar a los escogidos con Cristo! Cristo mismo nos dice que nosotros no lo elegimos, sino que Él nos eligió para que llevemos mucho fruto, y que permanezca por la eternidad. 1

Un experto escribió: “El movimiento de los hermanos suizos comenzó porque Conrado Grebel tuvo el coraje de hacer un compromiso personal y sin reservas a este ideal (el ideal de una comunidad cristiana voluntaria), sin importar las consecuencias… Mientras que otros, por ejemplo, Lutero, no se atrevieron a adoptar el ideal neo testamentario por temor de que no podía ser llevado a la práctica, Grebel actuó. Él escogió seguir la visión sin cálculo de posibilidades o detalles, creyendo que la verdad manda, no sólo aconseja.”2 Los anabaptistas enviaban Sendboten (mensajeros) de inmediato, aunque la tarea del evangelismo nunca había sido llevada a cabo por ellos bajo tan gran dificultad.

Un testigo ocular del comienzo del movimiento anabaptista en Suiza, escribió: Repentinamente uno veía a mucha gente, como si estuviese lista para un gran peregrinaje, ceñidos con lazos, cruzando Zúrich. Se ponían de pie en las esquinas de las calles y en los mercados, y allí predicaban una conversión, una vida diferente, libertad de la culpa y del pecado, y el amor fraternal.3

Todo mensajero anabaptista enfrentaba la tortura y la muerte si es que era aprehendido. No había caminos totalmente seguros. Viajaban a pie a través de hileras y extensiones de bosques, praderas y montañas, y predicaban por la noche. Eran los únicos misioneros evangélicos de su tiempo. En todo país europeo se les tenía prohibido predicar. Viniendo de iglesias subterráneas e ilegales que tenían poco, o tal vez nada de dinero, no podían depender de un apoyo regular. Pero ellos “fielmente testificaron de la Palabra y del Señor, por vida y por obra, por acción y por palabra. Hablaron con poder del reino de Dios. Llamaron a los hombres al arrepentimiento, a volverse de la vanidad de este mundo y de su vida miserable y pecadora, a Dios. Dios bendijo esta obra y fue llevada a cabo con gozo,” escribió Gaspar Braitmichel, de la hermandad de Moravia a mediados de los 1500s.

Los mensajeros salían con gozo, pero muchos ya no regresaban. Enviados de dos en dos, despidiéndose de esposa e hijos, anhelando volver a verlos sobre esta tierra, aunque realmente con poca o nada de esperanza, de que eso ocurriera.

En Un Cántico Nuevo, Escrito por los Hermanos Enviados que Salieron a la Tierra en la Primavera de 1568, un mensajero de una comunidad anabaptista en Moravia, escribió:
Oren a Dios por nosotros. Pídanle que nos guarde del mal y que nos aliente con su Espíritu. Los dejamos ahora, querido hermanos y hermanas, llevándolos y abrazándolos en el corazón con el amor puro de Cristo. Los bendecimos a todos ustedes, hermanos, esposas, e hijos, a quienes debemos decir adiós. ¿Nos veremos otra vez?

Dios sabe… Si no nos volvemos a ver en esta vida, que Dios sea nuestro consuelo, ¡para que después de nuestra tristeza, nos encontremos en gozo eterno!4 Simplemente fueron y predicaron al costo de sus vidas. Menno

Simons escribió: Deseamos con corazones ardientes que el verdadero evangelio de Cristo sea predicado en todo el mundo. Deseamos que se enseñe como Cristo lo ordenó, incluso a costa de nuestra sangre y de nuestra vida.5 Gaspar Braitmichel escribió:

Practicamos el enviar mensajeros como el Señor mandó, diciendo: “Como el Padre me envió, os envío Yo.” Y: “Os he elegido para que vayan y cosechen.” Para hacer esto, enviamos mensajeros del evangelio cada año a todos los países en los que hay una razón para enviarlos. Estos hombres visitan a aquellos que desean una mejor manera de vivir, y que fervientemente piden y buscan la verdad. Sin importar que haya espías y verdugos, visitamos a los buscadores, de día y de noche, a costa de los cuellos, cuerpos, y vidas, de los mensajeros. De esta manera, el Señor, como el Buen Pastor, junta a su rebaño.6

Las autoridades católico romanas acusaron a José Schlosser, un mensajero anabaptista encarcelado en Polonia en 1579, de ser un engañador de la gente. “Si fueras un buen hombre,” le dijeron las autoridades, “te quedarías en tu país y dejarías en paz a la demás gente.”

A esto, José contestó: “No engaño a nadie. La razón por la cual salimos a todos los países, es para obedecer el mandamiento de Cristo de llamar a la gente al arrepentimiento, y de ayudar a los que desean llevar una vida diferente.”

Tan grande era el hambre del evangelio en Polonia, que tuvieron que esconder a José en el cepo, en la mazmorra del castillo, para mantener a la gente fuera de su celda. A pesar de las espantosas amenazas de las autoridades, esta gente había estado viniendo en un flujo continuo para oír lo que el hermano tenía que decir.

Llenando la casa del Señor

Un mensajero anabaptista que permaneció encarcelado en un calabozo en Austria hasta que toda su ropa se había podrido por la humedad del lugar, y sólo se quedó con el cuello de su camisa para enviar a sus hermanos como señal de su fidelidad, escribió:

No somos enviados para dañar a nadie. Somos enviados para buscar la salvación de los hombres, y para tratar de mostrarles el camino al arrepentimiento y la conversión. 7 El enviar gente, en obediencia al mandamiento de Cristo, siguió año tras año. No sólo los hombres iban. Leonardo Dax, un sacerdote convertido de Munchen, Baviera, se unió a las comunidades de Moravia. Un domingo antes del día de San Martín en 1567, lo enviaron con su esposa Ana, con Ludwig Dorker, Jacob Gabriel Binder, Jorge Schneider, y con una hermana llamada Bárbara, de una nueva hermandad en Tawikovice, cerca de Mahrisch-Kromau. No poco después, cayeron en manos de las autoridades protestantes en Alzey, a 500 millas.

Los disturbios políticos no detuvieron a los mensajeros. En 1603, después de años de opresión, saqueo, y terror durante la revolución húngara, las comunidades anabaptistas de ese país, enviaron seis mensajeros a Prusia, en el Mar Báltico. Navegando desde Dinamarca, fueron capturados por un barco sueco y llevados a Suecia. Sólo después de mucha dificultad lograron llegar a su destino: a un grupo de buscadores en Vístula Delta. Menno Simons dijo: Predicamos donde podemos, tanto de día como de noche; en las casas y en los campos; en bosques y en terrenos baldíos; en este país y en el extranjero; en prisiones y en cadenas; en el agua, el fuego, el patíbulo y la estaca; en la horca y sobre la rueda; ante príncipes y señores; oralmente y por escrito, arriesgando posesiones y vida. Hemos hecho esto ya por varios años sin cesar.8

Fueran invitados o no, los anabaptistas predicaban la verdad. Claus Felbinger, un mensajero del sur de Alemania, escribió: Algunos nos han preguntado por qué hemos entrado al territorio del Duque de Baviera. Yo contesté: “Vamos no sólo a esta tierra, sino a todas las tierras donde se habla nuestra lengua. Vamos a donde Dios abre una puerta. Vamos a donde Dios nos dirige a corazones que fervoro- samente lo buscan y que están cansados de la vida impía del mundo. Vamos a los que desean enmendar sus vidas. A todos esos lugares vamos y seguiremos yendo.”9

Gaspar Braitmichel escribió: Puesto que Dios el Todopoderoso desea edificar su casa y hacer que su comunidad crezca, Él siempre ha provisto un camino de gracia para que más almas encuentren su camino fuera de las naciones apóstatas y desoladas para entrar a la hermandad, para que la mesa y la casa del Señor se llenen.10

Poniendo el mundo de cabeza

Entre más se acrecentaba el gozo de los anabaptistas en el Señor y entre ellos como hermandad, y entre mayor era su deseo de traer almas a la comunidad con Cristo, más terrible era la persecución que enfrentaban. Lutero los llamó Schwarmer (un enjambre malo). Tanto los protestantes como los católicos los llamaron bichos, chusma, pandilleros, y ladrones.

Sebastián Frank escribió en 1531: Los anabaptistas se multiplican tan rápido que su enseñanza pronto ha cubierto la tierra… Han ganado a muchos y bautizado a miles… Crecen tan rápido que el mundo teme que se levante una insurrección organizada por ellos, pero yo sé que ese temor infundado no tiene justificación alguna.11

Enrique Bullinger, un clérigo reformado de Zúrich, y un gran oponente de los anabaptistas, reportó que “la gente va en pos de ellos, como si fueran santos vivientes.” Temidos, admirados, o maldecidos, el movimiento anabaptista no podía ser ignorado. Trastornó al mundo entero, al igual que la iglesia primitiva (Hechos 17:6).

Wolfgang Capito, un líder protestante en Estrasburgo, escribió en 1527: Francamente confieso que en la mayoría de los anabaptistas se puede ver sólo la piedad y la consagración. Son celosos de tal manera que no puede uno sospechar que haya entre ellos insinceridad. ¿Qué ganancia terrenal esperan recibir por soportar exilio, tortura, y un castigo inenarrable de la carne? No es por falta de sabiduría que ellos se muestran indiferentes hacia las cosas terrenales. Es por su motivación divina.12

  • volver al indice