SACRIFICIOS Y HOLOCAUSTOS

¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas ni de machos cabríos. Isaías 1:11

Porque todo sumo sacerdote está constituido para presentar ofrendas y sacrificios… los cuales sirven a lo que es figura y sombra de las cosas celestiales. Hebreos 8:3,5

En efecto, el Señor, por medio de todos sus profetas, nos ha manifestado que no tiene necesidad ni de sacrificios ni de holocaustos ni de ofrendas, diciendo en una ocasión: ¿Qué se me da a mí de la muchedumbre de sus sacrificios?, dice el Señor. Harto estoy de sus holocaustos… Ahora bien, todo eso (el antiguo pacto) lo invalidó el Señor, a fin de que la nueva ley de nuestro Señor Jesucristo, que no está sometida al yugo de la necesidad, tenga una ofrenda no hecha por mano de hombre. Y así dice de nuevo a ellos: ¿Acaso fui yo quien mandé a sus padres, cuando salían de la tierra de Egipto, que me ofrecieran holocaustos y sacrificios? ¿0 no fue más bien esto lo que les mandé: que ninguno de ustedes guarde en su corazón rencor contra su hermano y que no amaran el falso juramento? Bernabé (70-130 d.C.)

Porque el que hizo los cielos y la tierra y todas las cosas que hay en ellos, y nos proporciona todo lo que necesitamos, no puede Él mismo necesitar ninguna de estas cosas que Él mismo proporciona a aquellos que se imaginan que están dándoselas a Él. Pero los que creen que le ofrecen sacrificios con sangre y sebo y holocaustos, y le honran con estos honores, me parece a mí que no son en nada distintos de los que muestran el mismo respeto hacia las imágenes sordas; porque los de una clase creen apropiado hacer ofrendas a cosas incapaces de participar en el honor, la otra clase a uno que no tiene necesidad de nada. Epístola a Diogneto (125-200 d.C.)

Porque en tanto que los griegos, al ofrecer estas cosas a imágenes insensibles y sordas, hacen una ostentación de necedad, los judíos, considerando que están ofreciéndolas a Dios, como si Él estuviera necesitado de ellas, deberían en razón considerarlo locura y no adoración religiosa. Epístola a Diogneto (125-200 d.C.)

La ley, en efecto, no afirmará más: … no exigirá los diezmos de quien ha consagrado a Dios todos sus bienes y ha dejado padre, madre y toda su familia para seguir al Verbo de Dios. Ya no mandará guardar un día de descanso al que todos los días observa el sábado, es decir, al que rinde culto a Dios en el templo de Dios que es el cuerpo del hombre y practica siempre la justicia. Prefiero misericordia, dice, al sacrificio, el conocimiento de Dios a los holocaustos. Pero el impío que inmola un ternero es como si matase a un perro, y cuando ofrece flor de harina es como si ofreciese sangre de cerdo. Ireneo (180 d.C.)

De esta manera dio al pueblo las leyes para fabricar la tienda y el templo, para elegir a los levitas, y para establecer el servicio de los sacrificios, oblaciones y ritos de purificación. No porque necesitase algo de esto… “Todo esto les sucedía en figura; y se ha escrito para instrucción de quienes venimos al final de los tiempos.” Por los tipos aprendían a temer a Dios y a perseverar en su servicio… De esta manera la ley era para ellos una educación y una profecía de los bienes futuros. Pues en un principio Dios amonestó a los seres humanos por medio de los preceptos naturales que desde el inicio inscribió en su naturaleza, es decir por los diez mandamientos. Ireneo (180 d.C.)

No se condena, pues, el sacrificio en sí mismo: antes hubo oblación, y ahora la hay; el pueblo ofrecía sacrificios y la iglesia los ofrece; pero ha cambiado la especie, porque ya no los ofrecen siervos, sino libres. En efecto, el Señor es uno y el mismo, pero es diverso el carácter de la ofrenda: primero servil, ahora libre; de modo que en las mismas ofrendas reluce el signo de la libertad; pues ante él nada sucede sin sentido, sin signo o sin motivo. Por esta razón ellos consagraban el diezmo de sus bienes. En cambio quienes han recibido la libertad, han consagrado todo lo que tienen al servicio del Señor. Le entregan con gozo y libremente lo que es menos, a cambio de la esperanza de lo que es más, como aquella viuda pobre que echó en el tesoro de Dios todo lo que tenía para vivir. Ireneo (180 d.C.)

La Palabra, prohibiendo todo sacrificio y la construcción de templos, señala que el Todopoderoso no puede ser contenido por ninguna cosa. Clemente de Alejandría (195 d.C.)

VER TAMBIÉN LEY MOSAICA

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