¿Cuál era el secreto la fuerza de los anbaptistas?

Hasta dónde puedo recordar, siempre me han contado historias de los anabaptistas. De hecho, recuerdo la primera vez que me contaron de Geleyn Cornelis, quien fue colgado de su pulgar. Todavía no iba a la escuela. Era un domingo por la tarde al sur de Ontario, y teníamos muchos visitantes (Mi papá era un ministro Menonita Ortodoxo). Todos nos sentamos alrededor de nuestra mesa de madera en la cocina, donde estaba colocada una lámpara de kerosene para alumbrar a un círculo de rostros solemnes: mujeres con vestidos oscuros y largos velos blancos, y hombres con tirantes y con su cabello cortado de forma redonda. Yo estaba sentado en las piernas de alguien mientras que uno de los visitantes contó la historia de Gelyn Cornelis. Jamás la olvidaré, y vivo hasta este día profundamente consciente del desafío que me ha sido puesto por mis ancestros anabaptistas.

Soy desafiado por la fuerza de sus convicciones, la fuerza de su paciencia y perseverancia en la persecución–y sobre todo, por la aguda, extrema y absoluta fuerza del movimiento anabaptista mismo. Después de treinta años de celebrar bautismos en Suiza en una reunión secreta de unas pocas personas, al movimiento se añadieron increíbles miles–tal vez más de cien mil convertidos a Cristo, y esto en medio de la persecución más amarga. Las congregaciones anabaptistas surgían casi de la noche a la mañana. El domingo de ramos de 1525, sólo dos meses después de su propio bautismo, Conrado Grebel bautizó a varios cientos en el río Sitter en Sankt Gallen, en Suiza. Diez años después, el movimiento había llegado a los lejanos rincones del mundo alemán. Toda la antigua Swabia: Suiza, el Tirol, Salzburgo, Würtemberg, Baviera, Ansbach, y Kurpfalz; así como Alemania central: Hesse, Thuringia, y Sajonia, habían sido afectadas por los anabaptistas. Se reportaba que regiones enteras del sur de Alemania, pueblos enteros, “se habían vuelto anabaptistas.” En Moravia, el número de personas en las comunidades anabaptistas eventualmente llegó a 60,000 miembros. En Holanda, Bélgica, el Rin Bajo (antes Alemania, ahora Francia), Holstein, y a todo lo largo del Mar Báltico al Este de Prusia, el movimiento corría como fuego.

¿Gracias a vientos favorables?

¡Por supuesto que no! Dentro de esos mismos diez días innumerables anabaptistas fueron arrestados, exiliados, y puestos a muerte por las autoridades protestantes y Católico Romanas. Los anabaptistas tuvieron sus piernas apretadas con barras de metal candentes, sus lenguas atornilladas a sus encías, y sus dedos cortados de tajo. A algunos se les amarró a sus cuerpos o se les metió a sus bocas pólvora, para después ser quemados. Algunos fueron decapitados. Otros fueron ahogados. Algunos fueron enterrados vivos, y muchos, quemados en la estaca.

El movimiento anabaptista comenzó como un movimiento de una sola ciudad en un principio. Nacido en Zúrich, se ramificó rápidamente hacia las ciudades más grandes de Europa central: Estrasburgo, Augsburgo, Regensburgo, Salzburgo, Heidelberg, Basilea, Manchen, Speyr, Konstanz, y Worms. Poco después, llego a Aachen, Köln, Münster, Antwerp, Gent, Rotterdam, Leuden, Utrecht, Ámsterdam, Haarlem, Alkmaar, Leewarden, Emden, Hamburgo, Lübeck, Danzing, e incluso Koningsberg (ahora Kaliningrado) al este de Prusia.

En las calles con luces de linternas, en las plazas de los pueblos durante las ejecuciones publicas, en todas partes, los anabaptistas predicaban y vidas eran cambiadas. Las comunidades cristianas empezaron a tomar forma, y en el lazo del amor que los unía, el “Reino de los Cielos” vino a la tierra. ¿Cuál era “el secreto de su gran fuerza?”

Hace mucho tiempo, una mujer llamada Dalila hizo esa pregunta. Y entre más pienso sobre esto, veo más paralelos entre el movimiento anabaptista y el esposo de Dalila.

Los anabaptistas comenzaron con logros espectaculares–pero se encontraron con derrotas espectaculares. Los anabaptistas comenzaron como la única iglesia de paz, el único movimiento no resistente y no violento, en una era de violencia– pero llegaron a ser el movimiento más plagado de riñas y el más dividido, por su tamaño en la cristiandad.

Los anabaptistas empezaron en gran luz del cielo, en verdadera fe y convicción personal–pero muchos de ellos se esclavizaron a la tradición, ciega y se hallaron moliendo miserablemente en el molino de costumbres sin significado.

En el principio, los anabaptistas eran libres, incluso en cadenas. Ahora muchos de ellos están atados, incluso en libertad. Verdaderamente, sus fallas y debilidades, como las de Sansón, se han hecho evidentes a todos. Pero, ¿Cuál era en el principio el secreto de su gran fuerza?

Esta es la pregunta que empecé a hacerme mientras crecía entre carretas y caballos, en casas sencillas, y entre gente alemana de mente seria, en la parte sur de Ontario.

¿Fue el secreto de la fuerza anabaptista su retorno a las Escrituras? No. La mayoría de los anabaptistas no sabían leer, y pocos poseían Biblias. Los cristianos de hoy conocen las Escrituras igual, o tal vez mejor que ellos–pero no tienen su fuerza.

¿ Fue su secreto una estructura eclesiástica sana, y una sumisión a los hombres puestos en autoridad dada por Dios? No. El movimiento anabaptista se esparció por toda Europa norteña y central, antes de que siquiera tuviera estructura alguna. Sus primeros líderes se nombraron a sí mismos, no eran predicadores oficiales, y muchos de ellos estaban saliendo de la adolescencia, o se hallaban a la mitad de sus veintitantos. Muchos de ellos fueron asesinados.

¿Era su secreto una conexión a una tradición evangélica que les había llegado de generación en generación a las montañas de Europa? No. Los anabaptistas no heredaron ningún sagrado “cuerpo de tradiciones” de nadie. Todos eran nuevos convertidos–no guardadores de tradiciones, sino rompedores de tradiciones. No hay eviden- cia de un solo contacto de ellos con los valdenses, albigenses, u otros movimientos remanentes antes de ellos.

Entonces, finalmente, ¿Cuál era su secreto? ¿Era un retorno a la doctrina y aplicaciones perfectamente correctas? No. Todos los primeros líderes anabaptistas enseñaron algunas cosas incorrectas: Un entendimiento imposible sobre la encarnación, una escatología equivocada, algunos términos latinos malentendidos acerca de la separación de los caídos, y cosas semjantes. Y en sus aplicaciones de los principios bíblicos, los primeros anabaptistas variaron bastante. Pero durante más de un siglo, el Espíritu de Dios se movió entre ellos de una manera verdaderamente milagrosa.

¡Que gran secreto! ¡Que misterio! A pesar de sus espantosas debilidades, su falta de educación, su falta de un liderazgo experimentado, su falta de estructura eclesiástica, su falta de practicas unificadas, su falta de experiencia, su falta de una tradición establecida… e incluso a pesar de errores en su enseñanza, el movimiento anabaptista impactó a Europa de tal manera que, al igual que los primeros cristianos, fueron acusados de trastornar al mundo.

Cuatro siglos después, yo crecí internamente y siempre consciente de nuestra gloriosa “herencia anabaptista”… y preguntándome, aun desde niño, cómo ellos lograran tanto y nosotros tan poco.

Oíamos a nuestros padres contarnos acerca de los anabaptistas en largas tardes de invierno. Aprendimos acerca de ellos en la escuela, y oímos acerca de ellos en el interior de nuestra casa de reunión de madera sin pintar, donde nos juntábamos para orar y cantar. Pero incluso desde que era niño, empecé a sospechar que los anabaptistas, como Sansón, sabían algo–algún secreto–que nosotros no conocíamos.

Ahora empiezo a sentir que hay más comparaciones con Sansón: Después de que Sansón perdió su fuerza y pasó un buen tiempo ciego, encadenado, moliendo en la prisión, su secreto le volvió.

Poco a poco, empezó a regresar su fuerza. ¡Podía sentirlo en sus huesos! Luego, un día, en la fiesta en el templo del ídolo, regresa el pobre ciego Sansón. Vinieron miles a verlo. Algunos reían y sonreían, señalando su ceguera y sus cadenas: “¡Aquí esta! ¡Este es el hombre que envío las zorras a nuestros campos! Aquí está el que mató a mil con una quijada de asno y se fue caminando con las puertas de nuestra ciudad a sus espaldas. ¡Véanlo ahora! Está ciego.

No sabe quién le guía. ¡Vean al pobre viejo hombre!” Mientras que las palabras todavía estaban en sus bocas, los filisteos empezaron a observar… ¡Lo que estaba haciendo Sansón! ¡Lo que estaba pasando! Estaba empujando. Sus músculos y bíceps susurraban ondulatoriamente. Sus piernas poderosas se reforzaban, y los pilares se empezaron a mover, el techo empezó a balancearse… y nadie recordó el estrépito, porque los gritos y maldiciones de los miles que resbalaron y los miles que los vieron caer ya estaban mudos, después de que cayó el templo del ídolo.

Al final la fuerza de Sansón regresó para lograr más en su muerte que en su vida–y su nombre se escribió junto con los fieles de Hebreos 11.

¿Quizás un paralelo? Estoy fascinado con la posibilidad de un paralelo que acontezca entre la vida de Sansón y el movimiento anabaptista.

Los anabaptistas, como Sansón, eran el terror del populacho. Los gobiernos gastaron muchísimo dinero tratando de librarse de ellos. Leer y publicar sus escritos era contra la ley, so pena de muerte. Pero el movimiento anabaptista, como Sansón, envejeció, se volvió débil. Nadie le teme más. Miles vienen a ver a los Menonitas, los Amish, y los Hutteritas (los descendientes de los anabaptistas). Algunos ríen y sonríen, señalando sus ropas y costumbres extrañas y pintorescas: “¡Aquí están! ¡Aquí están los que se atrevieron a oponerse y desafiar al papa! (¡y a Lutero, Zwinglio, y Calvino!) Aquí están los que cantaban camino a su ejecución, que prefirieron que les cortaran los dedos y/o la lengua antes que dejar lo que creían. Pero véanlos ahora. ¡Están ciegos! ¡No saben quién los guía! ¡Vean a esta gente chistosa!”

Lo que no saben es que el movimiento anabaptista, como Sansón, tal vez tenga un poquito de vida aún. Algo pudiera pasar. Nuevos rostros, nuevos nombres, nuevos rompedores de tradiciones (buscadores, hambrientos y sedientos lectores de la Biblia) tal vez están saliendo de la nada, de nuestro moderno oscurantismo, para agitar a los viejos Menonitas, Amish y Hutteritas. ¿Que pasaría si algunos de esos buscadores, y algunos de esos Menonitas, Amish, y Hutteritas, empezaran a recordar juntos–si redescubrieran el secreto de la fuerza, los músculos empezaran a recobrar sus fuerzas, los grillos empezaran a caerse, y las columnas del templo de los ídolos comenzaran a moverse?

¿Pero, que pasaría? En este libro, quiero permitir que los anabaptistas contesten esa pregunta por sí mismos.

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