Al servicio cristiano

La iglesia menonita llamó a mi padre al Dienst (servicio) cuando yo tenía cinco años. Después de eso, se sentaba con otros cuatro Diener (siervos) y un anciano detrás de un púlpito de madera en un lado de la casa de reunión. Mi hermano David me cuidaba en la esquina de los jóvenes. Nuestro Diener más viejo, Elam Martin, era un siervo de tiempo completo (voller Diener). Él oficiaba los bautismos y los casamientos en la congregación. Algunas veces lo llamábamos obispo, aunque no estaba ordenado para ningún oficio en especial. Otro anciano, mi tío abuelo Samuel Horst, se encargaba del dinero de la iglesia.

Mi esposa primero asistía a las reuniones con los menonitas de la Colonia Antigua en Chortitz, Manitoba. Allí, en alemán bajo, ellos tenían un Lehrdienst (servicio de enseñanza) que incluía a todos los varones ordenados de la congregación que como individuos eran a menudo llamados Lehrer (maestros). Después supe que ambas tradiciones son de origen anabaptista: la de los siervos y maestros, y la del servicio de enseñanza. Menno Simons lo explicó así en su Clara y Breve Confesión de 1544: Los apóstoles ordenaban obispos y maestros en donde establecían congregaciones. Ordenaban varones que fueran sanos en la fe y que no quisieran un salario. Eran hombres de Dios, siervos de Cristo, que trabajaban, enseñaban, buscaban, pastoreaban y velaban sólo por amor. No hacían esto una o dos horas a la semana. Lo hacían en todo lugar y a toda hora en sinagogas, calles, casas, montañas y campos.

Tan gratuitamente como habían recibido el evangelio, estaban listos para darlo. Pero las nuevas congregaciones, impelidas por amor y por el Espíritu de Dios, suplían a los que velaban sobre sus almas todo lo necesario para subsistir. Los ayudaban y proveían de todo lo que los siervos de Cristo no podían obtener por sí mismos.

Preparación para el servicio

En el mismo tratado, Menno continuó: Hermanos, humíllense y sean discípulos irreprensibles para que lleguen a ser siervos llamados por la hermandad. Prueben su espíritu. Comprueben su amor y vida antes de empezar a enseñar. No vayan por iniciativa propia. Esperen hasta ser llamados por la hermandad del Señor. Una vez que hayan sido llamados por el Espíritu y constreñidos por amor, entonces velen muy diligentemente por las ovejas. Prediquen y enseñen valientemente.1

Los hermanos que se reunieron en Estrasburgo en 1568 dieron estas instrucciones acerca de la preparación: Que los siervos de la Palabra viajen por las comunidades para prevenir o corregir toda carencia o deficiencia espiritual hasta donde sea posible. Que consuelen a los hermanos y hermanas con enseñanzas sanas. Que los siervos ordenados acompañen a los jóvenes en estos viajes para que los jóvenes sean instruidos en los caminos de la casa y familia del Señor.2

¿Quién llama al siervo?

“El llamamiento de los siervos, de acuerdo con las Escrituras, ocurre de dos maneras. Algunos son llamados directamente por Dios sin ningún otro agente,” escribió Menno Simons. “Ese fue el caso de los profetas y de los apóstoles. Otros son llamados por la comunidad del Señor como puede verse en Hechos 1:23-26.”

Dirk Philips escribió:

Dios castigó a Coré, Datán y Abiram que emprendieron cosas a las que no habían sido llamados. Dios castigará de igual manera a todos los hombres que salen sin ser enviados por Él. Que cada uno mire que no se adelante antes de ser llamado por el Señor o por su comunidad en la manera correcta.3

Los líderes que se reunieron en Wismar, Mecklenburgo en 1554, decidieron: Nadie debe atreverse a emprender cosas de sí o por sí mismo e ir de comunidad en comunidad predicando, a menos que sea enviado y llamado por la congregación o por los ancianos.4

La obra del siervo

“Un siervo debe predicar el evangelio y alimentar al redil,” escribió Dirk Philips. “La predicación es más importante que alimentar a la hermandad con los sacramentos. Pero en este pasaje el Señor los pone juntos.” En Estrasburgo, los líderes anabaptistas definieron cuál sería el trabajo de los siervos: Los siervos y ancianos deben cuidar de la viuda y el huérfano entre nosotros. Deben visitar y velar por las necesidades físicas de nuestras familias en peligro, especialmente cuando los hombres se hallan encarcelados. Deben traerles comida si es necesario y consolarles para que todos se sienten seguros en el amor de la hermandad, y para que los que están sufriendo en la prisión tengan descanso y paz en relación con sus familias.5

Las señales para el servicio

Algunas personas del siglo dieciséis decían que les creerían a los anabaptistas sólo si les podían probar por medio de señales y prodigios especiales que habían sido llamados por Dios.

A eso, Dirk Philips replicó: Pedir o requerir señales y no satisfacerse con la Palabra es una evidencia de incredulidad. Jesús no alabó a los fariseos por querer ver señal del cielo. Alabó al centurión por su actitud humilde.

Supongamos que nos vieran hacer señales milagrosas. ¿No seguirían entonces el ejemplo de los fariseos también allí, adjudicando tales habilidades al diablo? Los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría. Pero nosotros predicamos sólo a Cristo crucificado…

Pablo describe explícitamente cómo debe estar cualificado un obispo. Pero en ningún lugar dice que un obispo debe ser capaz de hacer milagros. Ni leemos que Timoteo, Tito, u otro líder piadoso de la iglesia hiciera milagros. Un hombre puede ser obispo sin realizar milagros, pero debe predicar el evangelio y alimentar a las ovejas (Hechos 20:28, 1ª Pedro 5:2).

Es verdad que los milagros dieron testimonio del evangelio en el principio. Confirmaron y verificaron el evangelio porque el evangelio era nuevo. Pero las señales ya no son necesarias. La ley también fue dada junto con señales milagrosas. Pero cuando Josías encontró el rollo de la ley, no ocurrió nada extraordinario. Él sólo lo leyó y llevó a cabo lo que decía. De la misma forma, debemos estar satisfechos con el evangelio que ha venido. Debemos descansar en esto y recordar que es la “generación adúltera y perversa la que demanda señal.”

Los que insisten en ver señales y confían en los obradores de milagros están en el error. Deben velar, no sea que acepten a Satanás, confundiéndolo con Cristo. Satanás es muy astuto y es un buen hipócrita.6

La paga del siervo

Los anabaptistas se oponían fuertemente a la idea que tenían las iglesias estatales, de sostener económicamente a los líderes religiosos con limosnas, impuestos, diezmos y ofrendas. Simón Stumpf y Félix Manz amonestaron a Zwinglio, diciéndole que los siervos del evangelio no deben “vivir de salarios y diezmos,” sino que deben ser apoyados por ofrendas de amor totalmente voluntarias de parte de la comunidad del Señor. Conrado Grebel escribió lo mismo en su carta a Tomás Munzter.

Menno Simons aconsejó a los siervos a rechazar el dinero y, si fuera necesario, a “hacer trabajo con sus manos como Pablo: rentar una granja, ordeñar vacas, o aprender un oficio si es posible. Entonces todo lo que les haga falta sin duda les será dado por los hermanos, no superfluamente, sino como lo requiera la necesidad.”

Los ancianos de Estrasburgo escribieron: Los siervos de la Palabra no pueden cumplir su llamamiento sin rechazar el trabajo terrenal. Tienen muchas y grandes responsabilidades y a menudo están fuera de su hogar por días y a veces por semanas. Por lo tanto es bueno y apropiado que les suplamos con los bienes terrenales y perecederos. Los miembros de las congregaciones a las que sirven son especialmente responsables.7

Los anabaptistas consideraban el trabajo de predicar y establecer congregaciones tan importante que no querían que sus siervos se ataran a una responsabilidad material. En la reunión de Schlatten am Randen, Suiza, en 1527, los líderes decidieron que “el pastor será apoyado por la comunidad que lo ha escogido. Se le dará lo que necesite para que viva del evangelio como el Señor ha ordenado.” Sin embargo, como Menno Simons aconsejó, a veces los siervos trabajaron con sus manos, recibiendo sólo un pequeño apoyo de la hermandad.

Un servicio peligroso

El reto que enfrentaban los siervos y mensajeros anabaptistas está muy bien ilustrado por lo que se decidió en la reunión de Schlatten: Cuando un ministro sea desterrado o martirizado, entonces otro varón será llamado inmediatamente para que la manada de Dios no sea destruida.

Inmediatamente después de esa reunión, Miguel Sattler y su esposa, así como Guillermo Reublin y su esposa, junto con Matías Hiller, Veit Verringer, y otros anabaptistas más, cayeron en manos de la policía. Yacieron en prisión un día tras día, siendo atormentados… hasta que uno por uno ya sea se retractó, o fue quemado en la estaca. Estas eran las dos únicas opciones que enfrentaban los siervos de la Palabra del siglo dieciséis: retractarse o ser quemados en la estaca.

Pero en debilidad y en medio de gran tribulación, la obra de Cristo continuó…

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