A pesar de terribles errores de los anabaptistas

A casi todos en la escuela San Pelagio de Chorherrenstift en Bischosfzell en el Thurgau, les gustaba Ludwig. Era un estudiante callado de buenos modales. Como muchos jóvenes suizos de su edad que provenían de hogares acomodados, él estudió latín, griego y hebreo. Sus maestros vieron que podían hacer de él un genio y para cuando tenía diecisiete años, se matriculó en la facultad de filosofía de la Universidad de Basilea.

En sus estudios de las obras clásicas, incluyendo el Nuevo testamento, Ludwig llegó a fascinarse más y más con la vida de Cristo. Para cuando tenía veinte años, decidió ser sacerdote y lo ordenaron en la bella ciudad de Constanza, cerca del lago junto al cual vivía el obispo.

Mientras que servía como capellán en Wädenswil, al sur de Zurich, su anhelo de conocer a Cristo más de cerca, llevó a Ludwig a poner más atención a los eventos que ocurrían en la ciudad. En 1523, un artículo suyo en contra de la adoración de imágenes, llegó a las manos de Ulrico Zwinglio, quien lo publicó. Con esto, Ludwig Haetzer, el joven sacerdote del Thurgau, dejó el catolicismo y llegó a ser una gran personalidad de la reforma.

Los líderes de la reforma suiza respetaban el dominio que Ludwig tenía de los idiomas y su talento para escribir. En 1524 le dieron su primera comisión: la traducción de un libro en latín para evangelizar a los judíos. Ludwig hizo un trabajo excelente. Antes de que estuviera terminado, los líderes reformados comenzaron a involucrarlo en un trabajo mucho mayor: la traducción de las Escrituras al alemán.

Como traductor del Antiguo Testamento, Ludwig viajó a Augsburgo en Baviera, para trabajar con los expertos allá. Lo pusieron a trabajar en los Salmos. Era un trabajo emocionante. Ludwig no vio

la Vulgata Latina, sino que trabajó directamente de los manuscritos hebreos. Conoció a toda la gente importante de Augsburgo y aceptó una invitación para quedarse con un matrimonio, Jorge y Ana Regel, en su hacienda fincada en el campo, el Lichtenberg, no lejos de la ciudad.

Jorge y Ana aceptaron y amaron a Ludwig como si fuera su propio hijo. Especialmente Ana, quien pasaba mucho tiempo con él mientras que él trabajaba en la traducción, desarrolló una relación muy cercana con él. Pero los Regel tenían amigos extraños. No pasó mucho tiempo antes de que Ludwig descubriera que los anabaptistas visitaban Lichtenberg. Luego, una noche, la guardia armada del Duque de Baviera vino a todo galope. Rodeó la casa y tanto Jorge como Ana fueron arrestados por tratar de oponerse al arresto de los anabaptistas, pero Ludwig escapó y llegó de vuelta a Zúrich.

Durante el otoño y el invierno de 1524 Ludwig trabajó con varios equipos de traductores, muchos de los cuales eran hombres muy preparados mayores que él, en Swabia y en Baviera. Luego lo enviaron a Basilea para trabajar en el libro de Isaías. Fue en Basilea que sus maneras corteses y consideradas lo metieron en problemas. Una señorita que limpiaba la casa donde él se quedaba se enamoró perdidamente de él. Primero Ludwig trató de no ponerle atención. Pero poco a poco, empezó a sentir una conmoción en su propio corazón, y, cuando un día ella le pidió que fuera en la noche a su habitación, él fue.

Fue tan fácil. Nadie supo nada y nadie sospechaba nada. Pero Ludwig se sintió terriblemente. Se sentía pecaminoso y contaminado: era un traductor de las Santas Escrituras, un cristiano fervoroso, alguien respetado y admirado por todos, pero ahora era un fornicario. No pudo soportar y pidió irse a Estrasburgo.

Poco a poco, al lamentarse por su pecado, sintió que la paz de Dios regresaba a su alma. En Estrasburgo conoció a Hans Denck y llegaron a ser grandes amigos con mucho en común. Su educación e intereses eran similares, pero Hans Denck era anabaptista. Cuando llegaron las noticias del ahogamiento de Félix Manz en Suiza, las autoridades protestantes expulsaron a Hans Denck de Estrasburgo, y Ludwig decidió seguirlo.

Viajaron por Bergzabern y el Kurpfalz a Worms y trabajaron en la traducción de los profetas menores. Cuando el predicador evangélico Jacob Kautz pegó sus tesis en la puerta de la iglesia y convocó a un debate público, Hans Denck y Ludwig participaron en él. Pero las autoridades los expulsaron de la ciudad y Ludwig regresó a Estrasburgo.

Para su sorpresa, los líderes reformados de Estrasburgo habían descubierto lo que había ocurrido esa noche en Basilea. La señorita lo había confesado, y luego de ser interrogado, Ludwig no lo negó. Luego, por razones de trabajo y de favor para con todos (incluyendo a la congregación anabaptista de Estrasburgo), siguió a Hans

Denck a Augsburgo y Núremberg en Baviera. Ludwig estudió más y escribió más. Mantuvo el contacto con Jorge y Ana Regel en Lichtemberg, el que él consideraba su hogar. Dos años después en Regensburgo, Baviera, bautizó a varias personas y el movimiento anabaptista echó raíces en esa ciudad. Luego, de vuelta al Thurgau en Suiza, se casó con una jovencita que había trabajado para los Regel y que desde entonces se había unido a los anabaptistas.

Más y más, al estudiar la vida de Cristo, Ludwig se volvió en contra de su educación universitaria. Después de publicar un libro en contra de la tontería de aprender mucho, y mientras que estaba trabajando en una traducción de los libros apócrifos, las autoridades protestantes lo aprehendieron el 28 de noviembre de 1528. Lo acusaron de perturbar la paz y de vivir en adulterio con Ana Regel. Ludwig no lo negó y el nombre de ella fue descubierto como acróstico en uno de sus himnos. Pero él pasó ese tiempo en prisión con provecho. Oró y escribió himnos. Convencido de pecado y de la misericordia del Señor, incluso en ese tiempo de humillación y aflicción, escribió ocho himnos. Los hermanos de Moravia usaron la mayoría de ellos en su colección de himnos, y los anabaptistas suizos incluyeron su versión poética de 1ª Corintios 13 en el Ausbund.

Termina con estas palabras: El amor nunca terminará. Todo tiene un fin excepto el amor. Sólo el amor permanecerá. El amor nos viste para la fiesta de bodas porque Dios es amor y Amor es Dios. Él nos ayuda en toda aflicción, ¿y qué nos separará de Él? El conocimiento envanece, pero el amor edifica. Todo lo que se hace sin amor se arruinará. ¡Oh, el amor! ¡Oh, el amor! Guíanos con Tu mano y únenos. El amor falso es lo que nos engaña. Amén. 1

El 4 de febrero de 1529, llevaron a Ludwig Haetzer a la plaza de Constanza. Caminó tranquilamente hacia su muerte. Con palabras claras les habló a las multitudes que se habían reunido, advirtiéndoles, y llamándolas al arrepentimiento y a volverse a Dios. La gente sintió tristeza por él. Era joven y bien parecido. No tenían duda de su extraordinaria inteligencia. Pero no pudieron más que observar con lágrimas al ver que se arrodilló voluntariamente, para recibir el golpe letal de la espada del verdugo.

Un contraataque

Los anabaptistas, como Sansón, fueron una amenaza para los enemigos de Dios. Su movimiento fue un ataque espiritual sobre esos enemigos, y, como Sansón, sufrieron los efectos de un contraataque masivo espiritual.

Los anabaptistas no cayeron en sólo unos pocos errores de paso ni en unos pocos entendimientos errados rápidamente corregidos. Como Sansón, cometieron errores globales que cambiaron la historia y que finalmente los aniquilaron de sobre la faz de la tierra. Ludwig Haetzer2, que tradujo los profetas al alemán, de quien se habla aquí, cedió a la tentación. Hans Pfistermeyer3, quien dio su testimonio ante la corte protestante, se retractó y negó cuando lo pusieron bajo presión. También lo hizo Jacob Kautz4, el hombre que pegó las tesis en la puerta de la iglesia de Worms. Pero más allá de estos efectos de fallas personales, se encuentran los efectos de varios terribles errores que todos los anabaptistas cometieron juntos.

Enseñanzas erróneas

Aparte de las Escrituras, los anabaptistas no tenían ninguna otra literatura en el principio. Tampoco tenían enseñanzas establecidas. Pero al crecer el movimiento y al tomar forma sus enseñanzas y su literatura, sus errores llegaron a ser evidentes en ambas.

Los anabaptistas holandeses y alemanes del norte no creían que Jesús obtuvo su carne y su sangre de María, ni que tenía un cuerpo humano ordinario. Ellos creían que María fue sólo un recipiente de la obra del Espíritu Santo en ella, y que como resultado, el cuerpo humano de Cristo que se desarrolló en ella, era totalmente celestial. Ellos (especialmente Menno Simons) defendieron esta postura exhaustivamente, usando “hechos” no científicos para comprobar que ellos estaban en lo correcto. Tanto la enseñanza misma como el énfasis que ponían sobre ella, los desacreditaron ante las iglesias estatales e impidieron que algunos buscadores sinceros se unieran a ellos.

Otros anabaptistas creían muy fuertemente en guardar el sábado5, y otros en no guardar ningún día en especial. Algunos creían en pagar impuestos militares, mientras que otros, especialmente los hermanos de Moravia, se oponían fuertemente a ello. Pero en pocas . áreas los anabaptistas difieren más de sus descendientes que en sus enseñanzas acerca del divorcio y las segundas nupcias.6

No era poco común para los anabaptistas perder a sus cónyuges cuando decidían seguir a Cristo. Maridos incrédulos dejaban a sus esposas creyentes y mujeres incrédulas dejaban sus maridos creyentes. Después de reunirse para discutir el asunto y qué hacer con ello, Menno Simons, Dirk Philips, Leonardo Bouwens, Gillis de Aachen, y otros tres líderes anabaptistas decidieron en 1554: Si un incrédulo desea separarse por razones de la fe, entonces el creyente se conducirá honestamente. No se casará otra vez siempre y cuando el cónyuge incrédulo permanezca sin casarse también. Pero si el incrédulo se casa o adultera, entonces el cónyuge creyente podrá también casarse, sujeto(a) al consejo de los ancianos de la congregación… Si el creyente y el incrédulo están unidos en matrimonio y el incrédulo comete adulterio, entonces se rompe el lazo matrimonial. Si el incrédulo dice que fue un accidente y desea enmendar sus caminos, entonces le permitimos y hasta le ordenamos a su esposa que regrese con él y que lo amoneste, a la luz de las circunstancias del caso y si la conciencia lo permite. Pero si el hombre es un adúltero terco, empedernido y desvergonzado, entonces la parte inocente queda libre. Sin embargo, ella consultará a la congregación y se podrá volver a casar de acuerdo con las decisiones de los líderes sobre el asunto.7

En otro escrito Menno Simons reforzó esta enseñanza: El divorcio no se permite en las escrituras excepto por adulterio. Por lo tanto no lo consentimos en toda la eternidad por otras razones… Sólo reconocemos el matrimonio que Cristo y los apóstoles enseñaron en el Nuevo Testamento: el de un varón con una mujer (Mateo 19:4). Una persona casada no se divorciará excepto en el caso de adulterio (Mateo 5:32), porque los dos son una sola carne.8 Los anabaptistas suizos enfatizaron en un panfleto acerca del matrimonio que la unión de los creyentes con Cristo es más preciosa que la unión de marido y mujer. Enseñaron la permanencia del matrimonio, y enseñaron que no debe ser anulada excepto en el caso de adulterio. Pero después, con el consejo de la congregación, le permitieron a “la parte inocente” volverse a casar.

El líder anabaptista Rauff Bisch de Kurpfalz, dijo en el debate de Frankenthal en 1571: Creemos que nada puede terminar un matrimonio excepto el adulterio. Pero si el incrédulo quiere divorciarse por causa de la fe, debemos dejarlo ir, como dice Pablo en 1ª

Corintios 7. Creemos que la causa del divorcio nunca debe ser hallada en el creyente.9

Los anabaptistas de Hesse, Alemania, declararon en 1578: Creemos y confesamos que un hombre y una mujer que han llegado a ser una sola carne por predestinación divina, destino y unión matrimonial, no pueden divorciarse por excomunión, fe, incredulidad, enojos, peleas, o dureza de corazón, sino sólo en el caso de que haya adulterio.1 0

Los anabaptistas de Moravia incluyeron lo siguiente entre sus cinco artículos de fe en 1547: Si el incrédulo se separa, que se separe… un hermano o hermana no esta sujeto a servidumbre en semejante caso.1 La mayoría de los anabaptistas enfatizaban la permanencia del matrimonio y también el hecho de que “nada puede romper el matrimonio excepto el adulterio.” Pero la presencia de parejas divorciadas y vueltas a casar entre ellos les trajo mucho criticismo. En una ocasión un hermano que se había vuelto a casar, Claus Frey de Ansbach, Alemania, fue ejecutado por bigamia.

Afortunadamente, después del siglo XVI, los descendientes de los anabaptistas cambiaron gradualmente su posición. Para los 1800s (y con el levantamiento del fundamentalismo en EUA) los menonitas, amish y hutteritas, todos firmemente se opusieron a las segundas nupcias y/o a vivir con otra persona después de haberse divorciado.

Un énfasis errado

Aunque Cristo no fue un asceta como lo fueron algunas de las primeras órdenes religiosas, una tendencia hacia el ascetismo se empezó a desarrollar pronto en el movimiento anabaptista. Fue esta tendencia la que eventualmente llegó a ser el patrón de vida de sus descendientes amish y menonitas del antiguo orden y de la colonia antigua. “Is´s nett zu schey?” (¿Qué no está muy bonito o agradable?) Es una pregunta que oí innumerables veces en Ontario en mi niñez y juventud. Cualquier cosa, desde tela hasta estufas hasta sillas para el césped y graneros pintados, era condenada por la hermandad sencillamente porque era “demasiado bonito.”

Asociar lo agradable y bonito con la maldad ocurrió fácilmente. Las casas cómodas y las vidas ordenadas pertenecían al “mundo” y solamente los calabozos, las huidas, la tortura, el dolor, la angustia y la aflicción quedaban para los seguidores de Cristo. Los anabaptistas, viviendo en una tal atmósfera de persecución y de otro mundo, no tenían nada de tiempo para la recreación ni para el humor. Primero por necesidad, pero luego por causa de un fuerte énfasis en un estricto ascetismo, ellos regularon y prohibieron varias comodidades normales de la vida. En Suiza, los anabaptistas inclu- so condenaron el canto congregacional como una “concesión frívola para los sentidos.”12

La mayoría de los anabaptistas había estudiado en las mejores y más prestigiadas universidades de Europa central. Pero todos ellos rechazaron su educación, y con ella, el conocimiento de las artes, la filosofía y la cultura. Al mismo tiempo, se aseguraron de que sus hijos no tuvieran acceso alguno a la educación formal.

Los anabaptistas se volvieron extranjeros y peregrinos sobre la tierra… literalmente. Al seguir a Cristo, nada terrenal les importaba más. Al ser echados fuera de la ciudad, sus hijos crecieron lejos de Europa central y de su sociedad. Dormían en paja o en pisos de tierra en casas hechas en las montañas. Hablaban el dialecto inculto y burdo de los campesinos y se vestían con ropa hecha en casa. Dentro de unas pocas generaciones, esta austeridad los hizo menguar numéricamente y los apartó de la sociedad, especialmente en Suiza, en los páramos de Frisia, en Groningen y alrededor del Mar Báltico, y los encerró en ser como grupos étnicos rurales de mente cerrada, de tal forma que se hizo difícil que nuevos convertidos los conocieran o se unieran a ellos. 13

Profecías equivocadas

Libres para leer entender las Escrituras por sí mismos, los anabaptistas empezaron a estudiar de inmediato las profecías de Daniel y el libro de Apocalipsis. Muchos de ellos concluyeron que la venida de Cristo, la derrota de los malvados y de Satanás y el reinado pacífico milenial del Señor, estaban muy cerca. En ninguna otra parte halló esta creencia mejor aceptación que en el sur de Alemania bajo la enseñanza de hombres como Hans Hut y Melchor Hoffman. Melchor Hofman era más o menos de la misma edad que Conrado Grebel y pasó su niñez en la ciudad alemana de Scwäbisch- Hall. Le gustaba mucho leer. Se sentaba por horas y leía los misteriosos libros de Johann Tauler, Meister Eckhart y Enrique Suso, sus autores favoritos. Pero su padre lo puso a trabajar con un peletero en un taller de hechura de abrigos.

Antes de que cumpliera los veinte años, su jefe lo envió a comprar pieles. Una vez que hubo aprendido bien el oficio de peletería, viajó a Prusia, Escandinavia y Livlandia (la moderna Estonia) para buscar él mismo las pieles y fabricar la ropa.

En los 1520s, Estonia era un lugar infeliz y lleno de contiendas. Hallándose entre el Mar Báltico y los grandes bosques de Rusia, era un país eslovaco “cristianizado” por la orden católica romana de Los Hermanos de la Espada. Los obispos de la “iglesia” y los caballeros armados que los protegían luchaban por el control de las ricas tierras de grano mientras que la gente común trabajaba de sol a sol con muy poco pago. Melchor Hofman pronto vio la injusticia y empezó a señalar a los hombres el camino de Cristo para encontrar un mejor camino.

Primero, Melchor pensaba que Martín Lutero podía ayudarles. Pero cuando sus estudios de profecía y su llamado a una vida santa lo pusieron en conflicto con Lutero y sus seguidores, él se dio cuenta de que tenía que caminar solo. Las autoridades de Estonia lo deportaron y en 1525 se mudó a Estocolmo en Suecia.

En Suecia (un buen lugar para trabajar con sus pieles) Melchor publicó su primer libro, un estudio de Daniel capítulo 12. Las autoridades se enojaron, y él se fue a Kiel en el Holstein danés. Para entonces ya era un predicador regular dentro de las iglesias protestantes y muy a menudo predicaba acerca de los últimos días y del simbolismo profético del tabernáculo y del arca del pacto. Poco a poco desarrolló una teoría tridispensacional de los últimos tiempos. Empezó a enseñar que el primer período al que se le llama últimos tiempos en la Biblia era el de la iglesia primitiva dentro del Imperio Romano. El segundo período era el del poder de los papas (cada papa era una de las bestias de Apocalipsis). El último período era el de los dos testigos: Enoc y Elías, período en el cual Cristo regresaría a reinar a la tierra por mil años. Al igual que en Suecia, las enseñanzas de Melchor también causaron problemas en Dinamarca y en junio de 1529, él, su esposa y su bebé llegaron como refugiados a la ciudad protestante de Estrasburgo. Allí, Melchor se unió a los anabaptistas y entre ellos encontró oidores entusiastas de sus explicaciones proféticas. Una pareja en particular, Leonardo y Úrsula Jost, le dieron su apoyo leal. Ambos dijeron haber recibido el don de profecía y hablaron acerca de las visiones que tuvieron.

Melchor publicó sus profecías en dos libros, y después de que mucha gente en Alemania y Holanda los hubo leído, él viajó a esas regiones para visitar a los contactos interesados. A donde fue, la gente lo recibió. En la ciudad de Emden bautizó a tres mil personas en unas pocas semanas. Luego, de vuelta a Estrasburgo, él recibió a muchos convertidos más y los unió a la bundesgemeinde. El año siguiente visito Ámsterdam, en donde bautizo a cincuenta personas, y Leeuwarden, donde Obbe Philips se unió a la hermandad. Lleno de celo profético, Melchor fue el instrumento del Señor para trasplantar el movimiento anabaptista de Europa central a las tierras del mar del norte.

Al crecer el movimiento anabaptista, la enseñanza profética de Melchor se incorporó a un problema social ya de largo tiempo. Por muchos años, la gente común había vivido en haciendas muy grandes que pertenecían a la aristocracia. Año tras año los señores de las haciendas se enriquecían más, pero la gente común se empobrecía más y más. Para ellos, la esperanza de la pronta venida de Cris- to, el derrocamiento de los ricos y el establecimiento de un reino de paz, justicia y equidad, les parecían promesas demasiado buenas como para ser verdad. Pero al predicar Melchor basándose en la Biblia, ellos decidieron que sólo se necesitaba fe y disposición para actuar sobre las promesas para que fueran una realidad. Primero docenas, luego cientos y luego miles de personas se unieron al movimiento anabaptista con los ojos puestos en esa esperanza de alivio y gloria inminentes. En la ciudad de Munster fue donde esta enseñanza halló mayor acogida. Por años la gente de Munster había visto barcazas bien cargadas de bienes y artículos de comercio llegar a la ciudad. Luego comerciantes se iban en sus caballos y mulas por caminos lodosos del bosque para llevar sus bienes a las tierras altas de Alemania. Munster era una ciudad de comerciantes bajo la autorización de la Liga Hansiática. Sus monasterios industriosos y fábricas textiles eran de los más prósperos de Alemania.

Pero a pesar de la riqueza de la ciudad muchos de sus residentes eran pobres. Cuando la gente pobre de Munster oyó de la revuelta de los campesinos y del mensaje anabaptista de un reino de paz que estaba por venir, ellos respondieron con todo su corazón. Aparentemente empezaron a buscar la verdad y Bernardo Knipperdolling, un comerciante de ropa que vivía cerca de la iglesia de Sankt Lamberti, se volvió su líder y el que hablaba por ellos.

En 1531 llegó un nuevo sacerdote a Munster. Era Bernardo Rothmann, un joven educado en la escuela de los Hermanos de la Vida Común en Warendorf, Westfalia.14 Hablaba bien y junto con Bernardo Knipperdolling, defendió la causa de la gente. Las enseñanzas de Bernardo Rothmann despertaron en la gente un gran deseo de conocer a Cristo. Poco después de haber llegado a Munster, publicó un resumen de las enseñanzas del evangelio,15 y para 1532, la gente destruyó las imágenes de la iglesia de Sankt Lamberti y la declararon un lugar de reunión evangélico. Luego llegaron dos mensajeros anabaptistas, Bartolomé Boeckbinder y Guillermo de Cuyper, ambos convertidos de Melchor Hofman. El 5 de enero de 1534 empezaron a bautizar en Munster.

Las cosas ocurrieron muy rápido. Un joven anabaptista de Holanda, Jan van Leyden, vino para ayudar a Bernardo Rothmann y a Bernardo Knipperdolling en el liderazgo de la nueva congregación en Munster. Dentro de poco tiempo, se casó con la hija de Bernardo Knipperdolling. Luego, creyendo que Cristo iba a venir pronto (Melchor Hofman había dicho que tal vez vendría en el año 1533), Jan guió a los creyentes a tomar el salón de la ciudad el 23 de febrero. Constituyeron Mayor a Bernardo Knipperdolling y cuatro días después redactaron una ley de que todos los adultos que no se quisieran bautizaran sobre su confesión de fe, tenían que abandonar la ciudad.

De acuerdo con las profecías de Melchor Hofman, los anabaptistas de Munster comenzaron a referirse a Munster como la Nueva Jerusalén. Cientos y luego miles de recién bautizados empezaron a llegar a pie, a caballo o en barco de otras ciudades al oír lo que estaba ocurriendo. Vinieron para recibir a Cristo en su venida ya en su Ciudad Santa. Se deshicieron de toda la propiedad privada y empezaron a vivir en comunidad de bienes. Bernardo Rothmann publicó un libro acerca de la restauración de la iglesia apostólica. Pero las autoridades católico romanas y protestantes no iban a dejar en paz a la “Nueva Jerusalén.”

El obispo de Westfalia, Francisco von Waldeck, llamó a sus seguidores a levantarse en armas y en 1534 cercaron Munster. Los anabaptistas de Munster, bajo el mando de Jan van Leyden (que el 31 de agosto se había declarado rey provisional de la Nueva Jerusalén), tomaron armas. Bernardo Rothmann entonces publicó otro tratado en el que explicaba que los hijos de Jacob necesitaban ayudar a Dios a castigar a los hijos de Esaú. Entonces fueron para ata- car al obispo y en varias ocasiones lograron que él y sus soldados regresaran.

En la ciudad cercada de Munster, los doce apóstoles que servían al concilio del rey Jan van Leyden y los profetas que recibían visiones e interpretaciones de Dios, siguieron informando a la gente acerca de lo que iba a ocurrir. Una mujer joven, Hille Feicken, recibió la revelación de que ella iba a entrar al campo enemigo y matar al obispo de la misma manera en la que Judith mató a Holofernes. Pero su intento valiente acabó en desastre. La aprehendieron y la mataron. Las otras profecías también fallaron y los mensajeros murieron en manos de sus enemigos uno por uno. Para fines de 1534, las cosas se veían muy oscuras y los corazones de la gente empezaron a desfallecer. El rey Jan van Leyden se volvió como los reyes del Antiguo Testamento también en la práctica de tener más de una esposa, y otros lo siguieron. Bernardo Rothmann mismo tomó nueve esposas. Pero los víveres y las provisiones empezaban a escasear cada vez más y más. La enfermedad, el hambre y el despojo empezaron a dañarlos. El 25 de enero de 1525 el ejército del obispo irrumpió en la ciudad y se desató la última batalla terrible. La sangre corrió por las calles. Bernardo Rothmann escapó, pero atraparon a Bernardo Kniperdolling, a Jan van Leyden y a otros. Los pusieron en jaulas para hacer un espectáculo de ellos y los llevaron alrededor del país por varios meses hasta que los hombres del obispo los torturaron hasta matarlos y dejaron sus cuerpos muertos colgando de la torre de la iglesia de Sankt Lamberti para que los cuervos los comieran, y como advertencia para todos los rebeldes. 16 Melchor Hofman supo de la tragedia en Munster mientras que se hallaba en la prisión de Estrasburgo. Un viejo profeta de Frisia le había dicho que estaría en la cárcel por seis meses, después de lo cual lograría escapar para llevar al movimiento munsterita victorioso sobre el mundo entero. Pero pasaron cinco años y su situación de encarcelamiento sólo empeoraba. Sus piernas estaban hinchadas y él se sentía muy enfermo. Le dejaban caer del techo su comida, y nunca le trajeron el papel y la tinta que pidió. Por un tiempo siguió escribiendo sus profecías en hojas libres de libros que él tenía allí. Luego rasgó sus sábanas y escribió sobre ellas hasta que también se agotaron. Pero todas sus profecías fallaron. Su canto y su profecía en la prisión declinaron. Y los que habían compartido su visión se esparcieron…

Melchor Hofman murió en su celda en Estrasburgo diez años después de la caída de Munster, en 1543, como un hombre derrotado, enfermo y quebrantado.

Cabe aclarar muy bien aquí, que en este último caso de los errores anabaptistas, donde se narran sus profecías equivocadas, fueron única y exclusivamente los anabaptistas de Munster guiados por Melchor Hofman, los que recibieron estas revelaciones y tomaron las armas. Por lo cual sabemos que aunque esa revuelta fue parte del movimiento anabaptista, no fue parte de la Iglesia de Jesús, y no contaminó a todo el resto del movimiento anabaptista. Menno Simons, los hermanos Philips, y prácticamente el resto de los anabaptistas citados en este libro se opusieron fuertemente a lo que ocurrió en Munster, al punto de no sólo no participar, sino también denunciar esa falsedad y herejía. De hecho, como se vio en el capítulo dieciocho, el resto de los anabaptistas nunca hubieran tomado armas. Sin embargo, es claro que en general los anabaptistas no tuvieron un buen entendimiento de las profecías, y en Munster eso permitió hasta pecado y cosas peores.

… Pero se necesitó algo más que errores y caídas personales, enseñanzas erróneas, un énfasis errado y profecías equivocadas, para destruir y aniquilar por completo el movimiento anabaptista. Se necesitó….

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